Niñas, niños y adolescentes Niñas, niños
y adolescentes

reclutados por la delincuencia organizada

El estudio realizado por Reinserta tuvo como objetivo conocer los múltiples factores que ponen en posición vulnerable a niños, niñas y adolescentes frente a la delincuencia organizada, los métodos por los que son reclutados y el impacto que tiene este hecho en sus vidas.

En X-DATA entendemos las dimensiones del problema y apostamos por crear un espacio de visibilización y reflexión, a través de los datos, de un tema con tanta relevancia en nuestro país.

La visualización de este sitio web fue posible gracias al apoyo de X-DATA, basándonos en el estudio de Reinserta “NIÑAS, NIÑOS Y ADOLESCENTES RECLUTADOS POR LA DELINCUENCIA ORGANIZADA”.
Para descargar el estudio completo, da clic aquí.

¿Quiénes somos?

Reinserta es una organización sin fines de lucro fundada en el año 2013, que busca incidir de manera positiva en los factores vinculados a la violencia social a través del desarrollo e implementación de propuestas, proyectos y modelos sustentables de protección y prevención dirigidos a niñas, niños y adolescentes que están en contacto con la violencia, ya sea por ser sobrevivientes, estar en conflicto con la ley penal o tener familiares privados de la libertad.

Somos un estudio de análisis y visualización de datos que apuesta por impulsar a las organizaciones a transformar sus datos en activos y tomar mejores decisiones basadas en datos mediante la ciencia, el diseño y la visualización de los mismos.

Caso de estudio

La violencia generalizada se entrelaza con una de las problemáticas más complejas en materia de seguridad pública: la delincuencia organizada.

Entre el año
2000

niñas, niños y adolescentes han sido victimas de homicidio doloso

niñas, niños y adolescentes han sido victimas de desaparición

niñas, niños y adolescentes han sido captados por la delincuencia organizada y el reclutamiento forzoso por grupos criminales ha ido en aumento.

Y el 2019

El objetivo es conocer

Factores

Formas de reclutamiento

Impacto de los grupos organizados en sus vidas

Todo esto permite proponer acciones que:

Ayuden a desvincular a niñas, niños y adolescentes de la delincuencia

Aporten a la reinserción a la sociedad

Promueven la prevención de nuevos casos

Lo cual abre las puertas a propuestas reales y efectivas de políticas públicas y programas para el combate del reclutamiento de la niñez mexicana en la delincuencia organizada.

Metodología

Nuestra investigación es cualitativa basada en:

Entrevistas semiestructuradas

Observación directa

de 89 adolescentes, mujeres y hombres privados de la libertad

67 Fueron miembros activos del crimen organizado

Y han sido juzgados por delitos de:

Trata de personas

Portación de armas

Secuestro

Narcotráfico

Homicidio

En 7 entidades:

Hallazgos

Por factor

    • Pandillas no fungen como escalón previo a la delincuencia organizada.
    • Las 3 regiones presentan grandes riesgos.
    • Entidades que colindan con EUA presentan mayores niveles de violencia y diversifica actividades delictivas.
    • Violencia comunitaria propicia la normalización de esta y es un medio de interacción.
    • NNyA son reclutados en espacios rurales y urbanos.
    • Consumo de drogas, elemento que más vincula a NNyA a grupos de delincuencia organizada.
    • Droga de inicio en 3 zonas es la marihuana.
    • Zonas fronterizas presentan mayor diversidad de estupefacientes.
    • NNyA que se involucran con delincuencia organizada hacen uso de armas en algún momento
    • Abandono por ausencia física, negligencia e inestabilidad promueve el ingreso a delincuencia organizada.
    • Precariedad de las relaciones con las y los cuidadores aumenta el arraigo de NNyA a grupos criminales.
    • Las 3 zonas con presencia de familias criminógenas.
    • La familia es el espacio en el que la violencia es mayor.
    • La salud mental de NNyA es un factor crucial para evitar su vinculación con los grupos criminales.
    • Mayoría de NNyA renuncian a estudios antes de ingresar a delincuencia organizada.
    • También, en su mayoría son expulsados por consumo de drogas o por comisión de delitos.
    • Los espacios escolares como áreas que propician la violencia y el consumo de drogas.
    • Edad promedio de involucramiento de 12 a 15 años, siendo el grado máximo de estudios la primaria.
    • Narcocultura tiene efectos en la ideología de NNyA, determina modelos a seguir y moldea identidad y personalidad.
    • Cárteles hacen uso de las creencias religiosas para establecer y fortalecer los lazos entre las y los integrantes de delincuencia organizada.
    • En las tres zonas se visualiza un sentido de pertenencia a los cárteles, así como la introyección de valores.

Por condiciones dentro de la delincuencia organizada

  • Zona norte

    Nivel de violencia: Alto

    • Motivaciones: Vinculación afectiva y ganancia económica

    • Estándares de medios (Nuevo León) a altos (Tamaulipas y Coahulia) de adiestramiento

    • Zona con la más alta remuneración económica

    Narcotráfico es la actividad primordial en las 3 zonas.

    • ​​El reclutamiento se da por dos formas: invitación por parte de amigos y ellas y ellos reportan haber tenido “iniciativa propia” para ingresar a la delincuencia organizada.
    • Relación de admiración y lazos afectivos con figuras de autoridad de la delincuencia organizada.
    • El reclutamiento forzado es la modalidad de menor frecuencia en las 3 zonas.
    • NNyA fungen como reclutadores de nuevos NNyA.
    • No existe distribución de actividades en razón de género, edad, tipo de delito.

Hallazgos

Por factor

Familiar y Psicológico

  • Abandono por ausencia física, negligencia e inestabilidad promueve el ingreso a delincuencia organizada.
  • Precariedad de las relaciones con las y los cuidadores aumenta el arraigo de NNyA a grupos criminales.
  • Las 3 zonas con presencia de familias criminógenas.
  • La familia es el espacio en el que la violencia es mayor.
  • La salud mental de NNyA es un factor crucial para evitar su vinculación con los grupos criminales.

Educativos

  • Mayoría de NNyA renuncian a estudios antes de ingresar a delincuencia organizada.
  • También, en su mayoría son expulsados por consumo de drogas o por comisión de delitos.
  • Los espacios escolares como áreas que propician la violencia y el consumo de drogas.
  • Edad promedio de involucramiento de 12 a 15 años, siendo el grado máximo de estudios la primaria.

Cultural

  • Narcocultura tiene efectos en la ideología de NNyA, determina modelos a seguir y moldea identidad y personalidad.
  • Cárteles hacen uso de las creencias religiosas para establecer y fortalecer los lazos entre las y los integrantes de delincuencia organizada.
  • En las tres zonas se visualiza un sentido de pertenencia a los cárteles, así como la introyección de valores.

Por condiciones dentro de la delincuencia organizada

Por región

Zona norte

Nivel de violencia: Alto

  • Motivaciones: Vinculación afectiva y ganancia económica

  • Estándares de medios (Nuevo León) a altos (Tamaulipas y Coahulia) de adiestramiento

  • Zona con la más alta remuneración económica

Narcotráfico es la actividad primordial en las 3 zonas.

Por región

Zona centro

Nivel de violencia: Medio

  • Motivaciones: Vinculación afectiva y ganancia económica

  • Estándares de bajos (Guerrero) a medios (Estado de México) de adiestramiento

Narcotráfico es la actividad primordial en las 3 zonas.

Por región

Zona sur

Nivel de violencia: Bajo

  • Motivaciones: Vinculación afectiva y ganancia económica

  • Estándares medios de adiestramiento

Narcotráfico es la actividad primordial en las 3 zonas.

Por vinculación

  • ​​El reclutamiento se da por dos formas: invitación por parte de amigos y ellas y ellos reportan haber tenido “iniciativa propia” para ingresar a la delincuencia organizada.
  • Relación de admiración y lazos afectivos con figuras de autoridad de la delincuencia organizada.
  • El reclutamiento forzado es la modalidad de menor frecuencia en las 3 zonas.
  • NNyA fungen como reclutadores de nuevos NNyA.
  • No existe distribución de actividades en razón de género, edad, tipo de delito.

Falta de capacidad del sistema de justicia, que engloba operadores, distintas instituciones, procesos y procedimientos, para identificar casos en que NNyA se encuentran involucrados en delitos de delincuencia organizada.

Recomendaciones de política pública

1

Prevención primaria

Propuestas en materia de gestión política

1

Agregar al Sistema Nacional de Información de Niñas, Niños y Adolescentes (INFOSIPINNA) un rubro de Niñas, niños y adolescentes reclutados por la delincuencia organizada.

2

Actualización de información de INFOSIPINNA.

3

Programa para el establecimiento de acuerdos de colaboración con la sociedad civil e instituciones académicas.

4

Programa de continuidad de acuerdos de colaboración, programas y políticas a lo largo de las distintas administraciones.

Propuestas en materia de salud

1

Programa de salud mental con detección temprana de padecimientos y atención dirigido a instituciones educativas.

2

Programa de adicciones.

3

Programa de identificación y diagnóstico de experiencias traumáticas dirigido a personal educativo y de salud.

Propuestas en materia de cultura ciudadana

1

Programas de corresponsabilidad social de prevención del delito para la sociedad en general.

2

Programa de sensibilización sobre victimización de niñas, niños y adolescentes para padres de familia e instituciones en contacto con esta población.

3

Programa de sensibilización hacia una cultura de legalidad y denuncia ciudadana para padres de familia y profesorado.

4

Programas de prevención de violencia familiar con enfoque de género.

5

Programa de centros comunitarios de recreación y cultura para la niñez y la juventud

Propuestas en materia de educación

1

Programas psicoeducativos integrales de prevención del delito para alumnado, profesorado, personal administrativo y directivo de educación básica.

2

Programas de fortalecimiento y atención en la primera infancia en comunidad y contextos educativos.

Propuestas en materia de seguridad y justicia

1

Política sobre difusión y sociabilización de los instrumentos jurídicos ya existentes que protegen a NNyA y sancionan cualquier conducta que vulnere los derechos de la niñez mexicana.

2

Prevención secundaria

Propuestas en materia de gestión política

1

Proyecto de asignación de presupuesto, que permita crear partidas presupuestarias suficientes para cubrir programas y políticas dirigidos a la protección de derechos de NNyA en riesgo de entrar en conflicto con la ley penal.

2

Programa de evaluación de impacto obligatoria para programas enfocados en NNyA a nivel nacional que hayan operado por más de 3 años.

Propuestas en materia de salud

1

Programa de salud mental y tratamiento de padecimientos que predisponen a la comisión de conductas delictivas y/o que son determinantes en las ya cometidas.

2

Programa de adicciones y habilitación de espacios seguros para atención de las adicciones.

3

Programa de atención a NNyA con mayor riesgo de experimentar situaciones traumáticas.

Propuestas en materia de cultura ciudadana

1

Programas de reconocimiento y visibilización de problemática de reclutamiento de NNyA.

Propuestas en materia de educación

1

Programas de tratamiento de los factores de riesgo.

Propuestas en materia de seguridad y justicia

1

Aplicabilidad de instrumentos jurídicos ya existentes, mediante procesos apegados a legalidad y respeto irrestricto de derechos humanos, que permita sancionar de manera oportuna las conductas que vulneren los derechos de niñas, niños y adolescentes.

3

Prevención terciaria

Propuestas en materia de gestión política

1

Proyecto de asignación de presupuesto, que permita crear partidas presupuestarias suficientes para cubrir programas y políticas dirigidos a la protección de derechos de NNyA en conflicto con la ley penal, con medidas en externamiento e internamiento.

2

Programa de evaluación de impacto obligatoria de programas implementados en beneficio de NNyA.

3

Creación de comités técnicos dentro de centros de internamiento para adolescentes.

Propuestas en materia de salud

1

Programa integral de salud mental que brinde tratamiento para las secuelas y afectaciones psicológicas que presentan las y los adolescentes.

2

Programa de tratamiento y rehabilitación de adicciones para adolescentes en internamiento o a punto de cumplir su medida.

3

Programa integral de atención en psicotrauma, dirigido a adolescentes en quienes se ha identificado y diagnosticado que experimentaron situaciones traumáticas.

Propuestas en materia de cultura ciudadana

1

Programas de reconocimiento y visibilización de problemática de reclutamiento de NNyA.

Propuestas en materia de educación

1

Programas de seguimiento de la vida académica.

2

Programa de regularización de documentación necesaria para que las y los adolescentes puedan hacer trámites educativos, que les permita acceder de manera sencilla y expedita a los documentos oficiales.

3

Becas de estudio para adolescentes que finalicen el cumplimiento de una medida de sanción, que les permitan subsistir y continuar con sus estudios.

Propuestas en materia de seguridad y justicia

1

Programas de acogida. Dirigidos a adolescentes en situación vulnerable con factores de riesgo que potencian el ingreso a la delincuencia organizada.

2

Programa de mejora de actuación de operadores del sistema.

3

Programa de formación continua para operadores del Sistema Especializado para Adolescentes.

1
2
3

Propuestas en materia de gestión política

  • 1

    Agregar al Sistema Nacional de Información de Niñas, Niños y Adolescentes (INFOSIPINNA) un rubro de Niñas, niños y adolescentes reclutados por la delincuencia organizada.

  • 2

    Actualización de información de INFOSIPINNA.

  • 3

    Programa para el establecimiento de acuerdos de colaboración con la sociedad civil e instituciones académicas.

  • 4

    Programa de continuidad de acuerdos de colaboración, programas y políticas a lo largo de las distintas administraciones.

Propuestas en materia de salud

  • 1

    Programa de salud mental con detección temprana de padecimientos y atención dirigido a instituciones educativas.

  • 2

    Programa de adicciones.

  • 3

    Programa de identificación y diagnóstico de experiencias traumáticas dirigido a personal educativo y de salud.

Propuestas en materia de cultura ciudadana

  • 1

    Programas de corresponsabilidad social de prevención del delito para la sociedad en general.

  • 2

    Programa de sensibilización sobre victimización de niñas, niños y adolescentes para padres de familia e instituciones en contacto con esta población.

  • 3

    Programa de sensibilización hacia una cultura de legalidad y denuncia ciudadana para padres de familia y profesorado.

  • 4

    Programas de prevención de violencia familiar con enfoque de género.

  • 5

    Programa de centros comunitarios de recreación y cultura para la niñez y la juventud

Propuestas en materia de educación

  • 1

    Programas psicoeducativos integrales de prevención del delito para alumnado, profesorado, personal administrativo y directivo de educación básica.

  • 2

    Programas de fortalecimiento y atención en la primera infancia en comunidad y contextos educativos.

Propuestas en materia de seguridad y justicia

  • 1

    Política sobre difusión y sociabilización de los instrumentos jurídicos ya existentes que protegen a NNyA y sancionan cualquier conducta que vulnere los derechos de la niñez mexicana.

Propuestas en materia de gestión política

  • 1

    Proyecto de asignación de presupuesto, que permita crear partidas presupuestarias suficientes para cubrir programas y políticas dirigidos a la protección de derechos de NNyA en riesgo de entrar en conflicto con la ley penal.

  • 2

    Programa de evaluación de impacto obligatoria para programas enfocados en NNyA a nivel nacional que hayan operado por más de 3 años.

Propuestas en materia de salud

  • 1

    Programa de salud mental y tratamiento de padecimientos que predisponen a la comisión de conductas delictivas y/o que son determinantes en las ya cometidas.

  • 2

    Programa de adicciones y habilitación de espacios seguros para atención de las adicciones.

  • 3

    Programa de atención a NNyA con mayor riesgo de experimentar situaciones traumáticas.

Propuestas en materia de cultura ciudadana

  • 1

    Programas de reconocimiento y visibilización de problemática de reclutamiento de NNyA.

Propuestas en materia de educación

  • 1

    Programas de tratamiento de los factores de riesgo.

Propuestas en materia de seguridad

  • 1

    Aplicabilidad de instrumentos jurídicos ya existentes, mediante procesos apegados a legalidad y respeto irrestricto de derechos humanos, que permita sancionar de manera oportuna las conductas que vulneren los derechos de niñas, niños y adolescentes.

Propuestas en materia de gestión política

  • 1

    Proyecto de asignación de presupuesto, que permita crear partidas presupuestarias suficientes para cubrir programas y políticas dirigidos a la protección de derechos de NNyA en conflicto con la ley penal, con medidas en externamiento e internamiento.

  • 2

    Programa de evaluación de impacto obligatoria de programas implementados en beneficio de NNyA.

  • 3

    Creación de comités técnicos dentro de centros de internamiento para adolescentes.

Propuestas en materia de salud

  • 1

    Programa integral de salud mental que brinde tratamiento para las secuelas y afectaciones psicológicas que presentan las y los adolescentes.

  • 2

    Programa de tratamiento y rehabilitación de adicciones para adolescentes en internamiento o a punto de cumplir su medida.

  • 3

    Programa integral de atención en psicotrauma, dirigido a adolescentes en quienes se ha identificado y diagnosticado que experimentaron situaciones traumáticas.

Propuestas en materia de cultura ciudadana

  • 1

    Programas de reconocimiento y visibilización de problemática de reclutamiento de NNyA.

Propuestas en materia de educación

  • 1

    Programas de seguimiento de la vida académica.

  • 2

    Programa de regularización de documentación necesaria para que las y los adolescentes puedan hacer trámites educativos, que les permita acceder de manera sencilla y expedita a los documentos oficiales.

  • 3

    PBecas de estudio para adolescentes que finalicen el cumplimiento de una medida de sanción, que les permitan subsistir y continuar con sus estudios.

Propuestas en materia de seguridad

  • 1

    Aplicabilidad de instrumentos jurídicos ya existentes, mediante procesos apegados a legalidad y respeto irrestricto de derechos humanos, que permita sancionar de manera oportuna las conductas que vulneren los derechos de niñas, niños y adolescentes.

Recomendaciones de política pública

Propuestas transversales prioritarias
1
2
3

Programa integral para la construcción de paz enfocado en niñas, niños y adolescentes que fueron reclutados por la delincuencia organizada.

Relación bilateral. Propuesta para la corresponsabilidad bilateral que busca fortalecer la investigación, la detención y la sanción, por parte de las autoridades correspondientes, del uso de niñas, niños y adolescentes para el transporte transnacional de drogas.

Análisis y localización de vacíos legales para estar en posibilidad de suplirlos con regulación puntual apegada a legalidad y a la realidad social.

Recomendaciones de política pública

Propuestas transversales prioritarias

1

Programa integral para la construcción de paz enfocado en niñas, niños y adolescentes que fueron reclutados por la delincuencia organizada.

2

Relación bilateral. Propuesta para la corresponsabilidad bilateral que busca fortalecer la investigación, la detención y la sanción, por parte de las autoridades correspondientes, del uso de niñas, niños y adolescentes para el transporte transnacional de drogas.

3

Análisis y localización de vacíos legales para estar en posibilidad de suplirlos con regulación puntual apegada a legalidad y a la realidad social.

Historias

... al último le mochamos la cabeza

Iker

... entré al Cártel del Noroeste para cobrar venganza

Julián

... a mi grupo le decían la Tropa del infierno

Lázaro

... hice de todo, matar y torturar gente

Kevin

... para mí, matar personas era como matar animales

Mauricio

... lo tuvimos un mes en el campo. a pura agua, como mula

Tito

... le enterré el cuchillo y le solté treinta balazos en la cara

Miguel

... tú nada más voltea para otro lado

Ulises

... tenía que entregar las cabezas que me pidieran

Pablo

... los cortaban con machete en cachitos

Antonio

... sicario quiere decir sanguinario

Raúl

... niños de diez años pidiendo entrar como sicarios al cártel

Braulio

... la dejaron amarrada, toda navajeada

Arturo

... vamos a jugar con él, vamos a torturarlo

Gerardo

... me dedicaba al secuestro, extorsión y narcotráfico

Beto

... la prueba final era matar a una persona

Gabriela

... QUERÍA SER COMO ÉL, QUERÍA CORTARLES LA CABEZA

Matías

... SABÍA QUE DESCUARTIZABAN, QUEMABAN Y DISOLVÍAN A LAS PERSONAS

Rogelio

... ATRAÍA A MUJERES PARA QUE DESPUÉS LAS SECUESTRARAN

Montse

... NUNCA ME ARREPENTÍ DE MATAR A ALGUIEN

Juan

... CON DOCE AÑOS, YA ERA UN ASESINO A SUELDO

Jacobo

... ME DETUVIERON POR SECUESTRO

Salvador

... SON COSAS QUE HASTA AHORA ME ATORMENTAN

Augusto

... NO SÉ POR QUÉ ME METÍ EN ESTO, YO ERA UN NIÑO NORMAL

Leonardo

... TU vida corre peligro todo el tiempo

Alfonso

... USÉ UN CUCHILLO, LO DEJÉ HECHO PEDAZOS

Leonel

... AHÍ EN EL GRUPO ME ENSEÑARON A DISPARAR

Fidel

... ME ENSEÑARON CÓMO TORTURARLOS CON EL MAYOR DOLOR POSIBLE: MARCOS

Marcos

... A PARTIR DE AHÍ FUE PURO MATAR, MATAR Y SECUESTRAR

Héctor

... ME LLEVARON A DONDE DESCUARTIZABAN PERSONAS

Santiago

... ME DIERON LA INSTRUCCIÓN DE MATAR A ALGUIEN Y AHÍ ME TORCIERON

Mariano

... LE TENÍA QUE QUITAR LA CABEZA Y LAS EXTREMIDADES, ERA MI TRABAJO

Tomás

... SÓLO QUISIERA UNA FAMILIA CONTENTA, QUE ME CUIDARA

Óscar

... al último le mochamos la cabeza

Iker

... entré al Cártel del Noroeste para cobrar venganza

Julián

... a mi grupo le decían la Tropa del infierno

Lázaro

... hice de todo, matar y torturar gente

Kevin

... para mí, matar personas era como matar animales

Mauricio

... lo tuvimos un mes en el campo. a pura agua, como mula

Tito

... le enterré el cuchillo y le solté treinta balazos en la cara

Miguel

... tú nada más voltea para otro lado

Ulises

... tenía que entregar las cabezas que me pidieran

Pablo

... los cortaban con machete en cachitos

Antonio

... sicario quiere decir sanguinario

Raúl

... niños de diez años pidiendo entrar como sicarios al cártel

Braulio

... la dejaron amarrada, toda navajeada

Arturo

... vamos a jugar con él, vamos a torturarlo

Gerardo

... me dedicaba al secuestro, extorsión y narcotráfico

Beto

... la prueba final era matar a una persona

Gabriela

... QUERÍA SER COMO ÉL, QUERÍA CORTARLES LA CABEZA

Matías

... SABÍA QUE DESCUARTIZABAN, QUEMABAN Y DISOLVÍAN A LAS PERSONAS

Rogelio

... ATRAÍA A MUJERES PARA QUE DESPUÉS LAS SECUESTRARAN

Montse

... NUNCA ME ARREPENTÍ DE MATAR A ALGUIEN

Juan

... CON DOCE AÑOS, YA ERA UN ASESINO A SUELDO

Jacobo

... ME DETUVIERON POR SECUESTRO

Salvador

... SON COSAS QUE HASTA AHORA ME ATORMENTAN

Augusto

... NO SÉ POR QUÉ ME METÍ EN ESTO, YO ERA UN NIÑO NORMAL

Leonardo

... TU vida corre peligro todo el tiempo

Alfonso

... USÉ UN CUCHILLO, LO DEJÉ HECHO PEDAZOS

Leonel

... AHÍ EN EL GRUPO ME ENSEÑARON A DISPARAR

Fidel

... ME ENSEÑARON CÓMO TORTURARLOS CON EL MAYOR DOLOR POSIBLE

Marcos

... A PARTIR DE AHÍ FUE PURO MATAR, MATAR Y SECUESTRAR

Héctor

... ME LLEVARON A DONDE DESCUARTIZABAN PERSONAS

Santiago

... ME DIERON LA INSTRUCCIÓN DE MATAR A ALGUIEN Y AHÍ ME TORCIERON

Mariano

... LE TENÍA QUE QUITAR LA CABEZA Y LAS EXTREMIDADES, ERA MI TRABAJO

Tomás

... SÓLO QUISIERA UNA FAMILIA CONTENTA, QUE ME CUIDARA

Óscar
Iker

Nací en Nuevo Laredo, en la frontera con Estados Unidos. Tuve una niñez tranquila, jugaba mucho fútbol, me gustaba andar cagando el palo [haciendo travesuras] todo el tiempo, ja,ja, ja, era re travieso. Cada semana, o cada quince días, nos reuníamos con la familia en casa de mis abuelos, ahí mismo en Nuevo Laredo, hacíamos convivios y la pasábamos con mi madre. Mi papá era trailero y mi mamá ama de casa. En mi casa éramos muy unidos, tenía todo, mis tíos me daban lo que quería, mi mamá también.

Yo sabía que mis tíos se dedicaban al crimen organizado, andaban en las trocas [camionetas], todos arriba artillados, con armas, caravanas y demás, luego se baleaban con otros vatos o con la policía, era normal. En mi casa estuve en contacto con la droga desde muy chico, mi hermano consumía marihuana y cocaína, un día vi que se estaba drogando y le dije que si me daba a probar, me dijo que no y me fui con unos camaradas, ellos sí me ofrecieron, a los once años probé la marihuana por primera vez y a los doce la cocaína.

Era bien desmadroso, no me gustaba la escuela y empecé a andar de marihuano pero quería trabajar primero. Yo ya no quería estudiar, pero mi mamá me seguía mandando a la escuela, hubo un tiempo en el que de plano no fui, no se dieron cuenta hasta que le hablaron a mi jefa diciéndole que no había ido y me expulsaron.

En mi casa, mis tíos y mi abuela vieron que andaba de marihuano, le dijeron a mi mamá y me regañó, pero nada más, nunca fue estricta conmigo, a lo mejor por eso yo salí bien cabrón ja, ja, ja; me castigaban sin darme dinero o simplemente me regañaban, golpes casi no, también me quitaban el carro, y ¿pa´ donde me muevo sin un carro?

Al principio medio me controlaban, pero a partir de los doce años mi vida se volvió un desmadre, hacía lo que quería y nadie me decía nada, fue cuando me les empecé a pegar más a mis tíos, los admiraba por lo que andaban haciendo, trabajaban en la delincuencia organizada y me gustaba cuando los veía con armas y chalecos. Me acuerdo que en mi casa todos sabían de eso, pero como que en las reuniones familiares lo ocultaban pa´ que no lo supiéramos los niños, y cuando llegaban artillados o con armas yo los miraba y más me les pegaba, pero entonces me alejaban de ellos mi carnal [hermano] o mi jefa [mamá]. Cuando fui creciendo, como a los trece o catorce años, fue que les empecé a hablar más. Yo era muy inquieto, no me quedaba con las ganas de nada, y un día encaré a mi tío y le pregunté derecho a qué se dedicaba, por eso empezó todo, me dijo que no me metiera tan chaval, que aprendiera primero, me dijo: “Ando jalando en lo que te vas a meter tú también cuando seas más grande”. Me enteré que era del Cártel del Noroeste, y que la movían ahí en Laredo, también supe que sus contrarios eran los Zetas, pero ahí sí me dijeron que ni me metiera, esos vatos son sanguinarios y no tienen piedad de nadie.

Después de ese día, mis tíos me agarraron más confianza, me daban dinero, carros, joyas también, me sentía seguro, y mis papás ni en cuenta. Cambió mucho el asunto, andaba ahí entre las trocas, con las huercas [muchachas], todo artillado y con chingo de feria, carros y así. Todo se me hizo muy fácil, de volada le agarré la onda, además mis maestros eran mis tíos, pus más fácil.

Yo era fuerte y ágil, por eso sentía que podía ser un buen elemento para el cártel, tenía el ejemplo de mis tíos y quería ser como ellos. También me motivaba el poder, el dinero y las mujeres, buscaba el respeto y la atención que tienes al ser parte de la delincuencia organizada, que pasara y todos me tuvieran miedo, que dijeran: “Ese güey es bien cabrón”.

A los catorce años entré de manera formal al cártel, me dieron, al igual que a todos, un entrenamiento, es un adiestra militar, nos llevan pa´ Coahuila, en el mero monte. Te enseñan a usar los R, los AK-47 o los calibre Barrett. Mi diestra duró un mes, sirvió para que aprendiera cómo actuar ante situaciones de peligro, a saber sobrevivir allá en el monte, te enseñan a desarmar y armar fierros [armas], y si lo haces bien te ganas varias latas de atún con elote o galletas, porque es lo único que comíamos en el monte, luego de un mes te hartas de comer lo mismo. Te enseñan a hacer lagartijas con el fierro [armados], a disparar a lo lejos, a apuntar, a entrar a casas, a todo. El entrenamiento nos lo dio un ex militar, muy rudo el güey, nos gritaba y nos enseñaba todo lo necesario, y si no aprendíamos bien las cosas, nos daba de leñazos. En mi grupo había otros chavos como yo, de catorce o quince años, había otros más chicos que estaban entrenando para halconear.

Hay una organización dentro del cártel, por ejemplo, arriba del comandante está el que trae la batuta, el que manda a todos, jefe de jefes, le dicen comandante y su apodo, por ejemplo, Comandante Laredo, Comandante Coahuila; luego está el comandante normal, después siguen los sicarios y ya los centrales que monitorean a los halcones y abajo pues los halcones.

Yo empecé como halcón, mi función era checar y reportar la presencia de gobierno, soldados y vigilar la venta de droga. Ahí estuve poco tiempo, no me gustó porque cagaban mucho el palo [molestaban mucho] los RT, que son los que te cambian la pila de los radios. Mejor me salí de ahí, sí pagaban bien, pero quería más, luego me invitaron unos amigos a cruzar gente [a Estados Unidos].

A los quince años ya pasaba [a Estados Unidos] gente indocumentada o marihuana, kilos de mota, era el guía en ese tiempo, cruzaba el río con el de la lancha; yo era el que los llevaba hasta la calle y luego me quedaba ahí en Laredo un rato. Un día me agarraron y estuve detenido en Texas, por unos meses. Cuando mis papás se enteraron, me amenazaron que me iban a mandar con otro tío para que me alejara de las malas influencias, pero yo no quise, les dije que me iba a portar bien, que me dejaran quedarme ahí con ellos. Y sí lo intenté, de veras, un tiempo anduve tranquilo, busqué trabajo como empleado en una boutique, pero nomás ganaba dos mil [pesos] a la semana.

Un día me buscó un primo que estaba trabajando para el Cártel Noroeste y me dijo que le entrara a ser sicario con él, y pues como ya era “herencia familiar”, jalé con él. Me salí de mi casa para irme a otro Estado a sacar el jale, mi familia me dijo que no fuera porque si me iba y me agarraba la contra, me iban a destrozar, pero no les hice caso. Estuve trabajando como central para el cártel, nomás tenía que poner mantas, secuestrar gente que andaba de chismosa, de rata o a los contras, me daban un sueldo de quince a veinte mil pesos a la quincena, y a veces en Navidad nos daban un carro nuevo, yo estaba feliz.

Al principio mis jefes [sus papás] se enojaron conmigo, ni me hablaban, pero al poquito rato se les pasó, ya ni me dijeron nada. También me empezaron a aceptar el dinero que les mandaba, y yo tomaba eso como que ya me habían dado “permiso” de hacer mis desmadres, los únicos a los que sí obedecía eran mis tíos, si ellos me decían que no, pues no y punto, los respetaba mucho.

Mi primer asesinato lo cometí a los dieciséis años, él andaba de ratero [la persona a la que privó de la vida], andaba robando carros. Y su error fue que estaba de rata en el grupo, se robó dinero que era para pagarle a los halcones, huyó, pero lo alcanzamos a agarrar, fuimos mi tío y yo por él. La instrucción era clara, nos ordenaron ir a la casa y hacer un desmadre, “Se traen a la mamá o a algún familiar”, nos dijeron. Querían un video donde lo estuviéramos desmadrando, todo lo que tenía de lujos y demás lo agarramos. Yo al principio como que sentía feo, pero mi tío me dijo: “Cuando no sea alguien de tu familia no le tengas piedad, porque cuando te toque a ti no te van a perdonar”, y tenía razón, por eso si llegan a tocar a mi familia sí me destrampo. Bueno, al principio, por la impresión de ver cómo madreaban a la rata, vomité, pero luego de vomitar me metí coca y fue cuando se me salió el ‘fua’, andaba bien enojado. Cada uno agarró una mano y se la cortó, al último le mochamos la cabeza, él nomás gritaba, por eso le encintamos la boca. Esa primera vez que maté a alguien sí sentí feo, ya con la segunda, tercera, cuarta ya no sientes nada.

Me dedicaba, principalmente, al secuestro, pero de los puros contras o chismoso, a gente inocente nunca. Las órdenes siempre las da el comandante, él decide si nomás lo matamos o si va a querer tortura. Yo no alcancé a ser comandante, me agarraron cuando tenía diecisiete años por posesión de narcóticos y por destruir la paz de los oficiales. Mi mamá creo que fue la que más sufrió con mi detención, ella siempre tuvo miedo de que me mataran, y sabía que ya nos andaban buscando; cuando íbamos a algún lado le avisaba a mi mamá que ya iba pa´ allá, y ella: “´Ta bueno hijo, nada más avísame cuando vengas de regreso”, y el día que me agarraron, como no le avisamos, pensó que los soldados nos habían matado, pero pues no, ya cuando marcamos como a los dos días de allá de Piedras Negras, supo la verdad.

El cártel intentó ayudarme, me mandaron dinero y abogados, pero no pudieron hacer nada porque no encontraron a un especialista en menores de edad que llevara mi caso, sólo pudieron salvar a mis tíos.

Actualmente, estoy cumpliendo una medida privativa de tres años. En internamiento juego fútbol y me metí a estudiar de nuevo, estoy a punto de entrar a la prepa. Trabajo en la maquila nomás para desaburrirme, sé que a mi familia la sigue apoyando el cártel con dinero. En este tiempo me he puesto a pensar que estoy aquí porque de niño normalicé mucho todo lo malo, me volví así, malo, soy muy violento e impulsivo. Y no me arrepiento de lo que hice, al chile, pero tampoco lo recomiendo. Yo les diría a los morros que no trabajaran en esto, que se pongan a trabajar bien y a estudiar, que es una mala vida andar matando gente, qué tal si te matan a ti. Ahorita yo ya no puedo salirme, hasta que me metan de nuevo a la cárcel o me maten, al menos quiero sacarle algún provecho a esto, me gustaría sacar a mis tíos y seguir en lo mismo por todo el dinero y el placer, ni modo.

Julian

Yo siempre admiré a mi papá, era mi modelo a seguir, a los diez años yo lo miraba armado y le preguntaba que si era oficial, y decía que no, se andaba escondiendo y casi no salíamos, hasta que me contó que era comandante en la delincuencia organizada. En ese momento las cosas cambiaron, ya no quise ir a secundaria, pensaba que para qué servía la escuela, nomás era un documento, mejor me puse trabajar. También sentía gacho de que podían matar de repente a mi papá, tenía miedo. No importa el dinero ni nada, solo quería que se saliera de eso, pero no pudo salirse. Él pertenecía a los Zetas, y la verdad con ese trabajo nunca nos faltó nada, teníamos carros, vivíamos en una quinta, una casa grande en Monterrey y teníamos lujos, me daba cinco mil pa’ gastar a la semana, él arriesgaba su vida pa´ darme lo que yo tenía.

Lo malo era que siempre andábamos huyendo, de Nuevo Laredo a Oaxaca, de ahí a San Luís Potosí y luego a Nuevo León, era una vida muy agitada. En las noches no dormía por cuidar a mi hermana, mi vida no me importaba, nomás la de mi hermana, cuando ella dormía yo andaba cuidando que no llegaran a la casa a balear o así. Hasta que un día pasó lo que tenía que pasar, mataron a mi papá, eso como que me traumó. El compadre me dijo que le cortaron la cabeza, lo descuartizaron, se lo chingaron a mi jefe.

A partir de la muerte de mi papá me volví más adicto, compraba diario cinco bolsas de droga. Siempre fui consciente que llorando no iba a regresar mi papá, por eso no lloré. Yo no quería un futuro pa´ mis hijos así, andar de malandro. Pero me llené de coraje con esa gente, me quise meter con ellos pa´ matar al vato que mató a mi papá, fue por eso, no porque quisiera. Por eso a los dieciséis años me metí al Cártel del Noroeste, para cobrar venganza.

Mi primer trabajo fue cruzar migrantes a Estados Unidos, me pagaban cien dólares por cada persona que cruzaba, en algunas noches llegaba a pasar hasta a diez, y lo mínimo eran cinco, llegaba al río y ya estaba la gente esperando nomás que fuera de noche, me avisaban que ya estaba todo limpio y me cruzaba, llevaba a la gente y los aventaba al carro. Me iba y estaba un tiempo allá, luego me regresaba. También estuve de halcón, pero nada más una semana porque me detuvieron.

En el cártel hay varias reglas, por ejemplo, tengo prohibido golpear mujeres o andar secuestrando de la nada, tampoco podía consumir la droga de los contras y otras cosas así. Muchos tienen a la Santa Muerte tatuada, me la voy a hacer saliendo. Allá en Laredo me iba a tatuar, me iba a rayar todo.

Una cosa buena de estar en el cártel es que te ayudan si te detienen; investigan dónde vive tu familia pa´ pagarles el abogado y ayudarlos. Desde que el halcón reporta la detención de los compañeros, investigan a dónde los llevaron, a quiénes agarraron, cómo lo apodan, sacan la foto y todo, buscan a la familia y les dan dinero. Mi mamá y yo no quisimos recibirles el dinero, mejor dejamos las cosas como están, porque después son compromisos. A mí aquí me dieron sentencia de un año por posesión de narcóticos, en cinco meses la cumplo. Cuando salga quiero trabajar en alguna fábrica y terminar mis estudios, ya no voy a seguir de delincuente. Es que está gacho, los chavos no lo entienden, necesitan vivirlo pa´ que lo entiendan. Con videos no entienden, con pláticas tampoco y mucho menos si le pasa a un amigo, necesitan vivirlo pa´ que lo entiendan o meterlo a un internado por un tiempo pa´ sentir que no es un juego.

Lázaro

Soy de Nuevo Laredo, Tamaulipas, vengo de una familia grande, mi mamá, mi padrastro -que es como mi papá- y mis cinco hermanos; éramos siete, pero uno murió de chiquito, se intoxicó de sal [es decir, por un desajuste en los electrolitos por el consumo accidental o incidental de sal común]. Éramos muy pobres, mi mamá y mi papá se la pasaban de chamba en chamba para poder mantenernos. La que nos cuidaba de vez en cuando era mi abuelita, ella nos bañaba y nos llevaba a su casa, teníamos un chorro de juguetes, ella los guardaba en el techo y cuando llegábamos ella los bajaba y los dejaba afuera para que jugáramos. A pesar de que éramos pobres, pasé una infancia feliz, mi mamá era cariñosa, a veces enojona, pero siempre nos quiso, a veces estábamos acostados en la cama y nos abrazaba y besaba, nos abrazaba mucho mi mamá.

Como no había chamba [trabajo] en ningún lado, nos mudamos pa´ Bustamante, Nuevo León, yo tenía cinco años. No había nadie que nos cuidara, todos [sus hermanos y él] abandonamos la escuela, mi hermana la más grande era la que nos cuidaba mientras mis papás se iban a trabajar. Yo le decía a mi mamá que me dejara ir solo a la escuela, que no necesitaba que mi hermana me cuidara, pero mi mamá me decía que no, que era muy peligroso, y yo decía: “Ah bueno, no hay clases”. A mi mamá le daba miedo la calle porque a uno de mis tíos lo mataron ahí en la colonia, por eso mis papás eran re protectores con nosotros; y después de lo de mi hermanito, se volvieron muy cariñosos, porque antes sí nos regañaban fuerte, nos pegaban con el cinto [cinturón], pero después empezaron a cambiar, no nos regañaban, no nos pegaban.

Mi mamá nos metió a trabajar con ella a una papelería dizque para que no perdiéramos el tiempo, desde chiquito me hicieron chambeador [trabajador], de repente, si me salía un trabajo, que le limpio el zapato o así, le lavo los carros, que vete por una feria, me daban dinero y pues podía gastarlo en lo que quisiera, esa era mi feria [dinero], estaba chido, además me llevaba bien con mis hermanos y compartíamos, tuve una infancia bonita.

Mis papás intentaron que al menos hiciéramos la primaria, porque, aunque éramos muy pobres, no éramos ignorantes, y sí fui a la escuela. Lo malo fue que cuando iba a pasar a sexto de primaria, casi casi pa´ acabarla, mis papás se quedaron de nuevo sin chamba -trabajaban recolectando basura en la carretera- y nos tuvimos que regresar a Nuevo Laredo. Bustamante me gustaba más porque allá no hay tantas balaceras, ni tanto…, me gustaba pues, lo que no me gustaba era que no había trabajo, no teníamos para comer y por eso nos regresamos. Como no había dinero, nos reuníamos todos y juntábamos chatarra para venderla.

Cuando mi papá encontró trabajo, las cosas mejoraron, mi abuelita nos visitaba seguido y como nosotros vivíamos en un ranchito cerca del aeropuerto y no podíamos salir mucho porque pasaba la carretera, mi abuelita llegaba con nosotros y nos llevaba a conocer las calles y las colonias, por eso me gustó Laredo. Crecí y empecé a cambiar, ya no me gustaban los carritos, ya era grande, también por eso me daban más responsabilidades para ayudar en mi casa. Mi mamá empezó a trabajar en un puente de paso a los Estados Unidos como personal de limpieza, y mi papá seguía trabajando en la recolección de basura y venta de chatarra, pero un día mi papá se cayó y tuvo un desligamiento, quedó incapacitado; a mi mamá le pagaban menos y yo miraba que no había dinero, no había nada para comer, y yo sólo pensaba en cómo sacar dinero para ayudarle a mi mamá.

Como andaba todo el tiempo en la calle, los del Cártel del Noreste -que eran los que movían ahí-, me querían jalar, ahí conocí a varia gente, me llamaban para ofrecerme trabajo y yo les decía que no, pero como veía que las cosas nomás no mejoraban en mi casa, tenía trece años y no hubo de otra, me dijeron que me iban a pagar siete mil quinientos pesos por ser halcón. Era un morrillo cuando eso pasó, me emocionaba porque tenía mucho dinero, me sentía el dueño del mundo, pensaba que yo solito iba a poder sacar adelante a mi familia. Pero el mismo cártel te cambia, al principio compraba ropa, tenis y comida para mi familia; ya después le empecé a dar a la droga, empecé a consumir marihuana y a crecer dentro del grupo, me compraba joyas, carros, gastaba el dinero a lo pendejo.

A los dos años de entrar al cártel, me ascendieron a vendedor [de droga], otro vendedor fue el que me dijo: “Oye, se necesita para esto”, yo no le hablaba casi a nadie, entre menos, mejor, por eso se me hizo raro que me buscaran a mí, pero aun así acepté, la paga era buena, ocho mil pesos. Me daban cien bolsitas de mota y tenía que venderlas, tenía que estarlas cuidando y si me correteaban y las soltaba, pues tenía que pagarlas. Como estaba rodeado de drogas empecé a consumir más cosas, me metía tres gramos diarios de coca, tomaba cerveza, alcohol, todo en exceso. Después de tres meses como vendedor, me ascendieron a encargado de halcones.

Que me ascendieran también fue por puro conecte, un vato me dijo que necesitaba a alguien que anduviera checando los puntas [los halcones], y yo le dije que sí, porque me gustaban andar paseándome en los carros, se me hacía chingón. Pero ahí sólo duré un mes, los soldados me traían fluido, ya sabían a qué cártel traía y todo. Para distraerlos, el cártel me mandó mejor a surtir las tiendas donde se vendía la droga, yo siempre andaba bien drogado a ese punto, ya ni me acuerdo de esa etapa, es que tanta droga…

Yo le decía a mi mamá que trabajaba por la legal, le decía que andaba de albañil, de lavacarros, encargado de un estacionamiento o limpiando calles, le decía que me pagaban muy bien, pero no me creía, decía que andaba en malos pasos, las jefas saben. Mi hermano y yo también trabajábamos en una vulcanizadora que montó mi papá, así disfrazaba de dónde sacaba el dinero, pero al final como que me valió y me salí de ahí para trabajar de lleno con el cártel. Un mes después de andar surtiendo droga le pedí a mi comandante que me ascendiera a sicario, me llamaban un chingo de atención las armas, siempre las miraba y a los militares cuando se paraban y así, me gustaban, siempre me gustaron. Ahí mi salario era de quince mil pesos quincenales, entré a la Tropa del infierno -así le decían a mi grupo de sicarios. Me dieron un mes de entrenamiento, me enseñaron a desarmar, a armar, a atacar y todo eso, a disparar el arma, a cambiar de cargador, correr con todo el equipo puesto, escalar y todo contra reloj. Me gustaba mucho eso, me sentía emocionado, era como estar en una película.

Mi comandante era chidote [agradable], me daba otra feria [dinero] además de mi sueldo y me trataba bien. Cuando la cagaba [equivocaba], él pagaba y me decía: “Apúrate, haz las cosas bien”, me caía chidote el vato, lo admiraba mucho y hasta le tenía afecto. Pero de lo que no me podía defender era si rompía una de las reglas del cártel, no te dejaban tomar cerveza o meterte droga cuando andabas jalando, porque decían que te apendejaban si había una situación de emergencia; otra era que no podíamos golpear o levantar gente, creyéndote “el acá”, por andar con ellos, no tenías que exhibirte; y si te agarraban robando era lo peor, eso no lo perdonaban, te mataban si andabas robando.

Entre mis actividades como sicario estaba enfrentarme a la policía de acción y reacción, cuidar a los halcones y realizar patrullaje, lo hacíamos en grupos, íbamos de Nuevo Laredo a Piedras Negras. Hubo un tiempo en el que las cosas estaban tensas, y no podíamos andar así en las trocas, porque en Villa Unión, Coahuila, hubo un enfrentamiento con la Policía Federal, y las cosas seguían calientes.

A pesar de eso, tuve que cumplir con mi trabajo, me dijeron que tenía una misión, tenía que ir a matar a unos que vendían cristal. Me dieron dinero y me dijeron: “No sé cómo le hagas, pero te quiero ahí”, el pedo fue que, como no podíamos andar en las trocas, me tuve que ir en camión. Como yo era menor de edad no podía viajar solo en camión, le tuve que confesar a mi mamá todo, ella no sabía en qué andaba metido y me regañó feo: “¿Por qué te metiste?, ¿por qué, carajo?”, me soltó dos, tres cachetadas y le dije: “Jefa, ya estoy bien metido, no hay de otra”.

Mi mamá se enojó mucho, no me dio permiso de irme en el camión a hacer la entrega, tuve que buscar a alguien que me pudiera llevar, pero nomás no encontraba. Ya había pasado una semana desde que el cártel me había dado la encomienda y yo no avanzaba, me marcaban y marcaban para preguntar si ya estaba el trabajo, yo nomás les daba vueltas, al único al que le decía la verdad era a mi comandante.

Yo tenía mucho miedo, sentía que en cualquier momento me iban a matar por no haber cumplido el trabajo, mi mamá se dio cuenta y me dijo: “Pues ya, yo me voy contigo, te voy a ir a dejar y luego me voy a venir”, le dije: “No, pues como, a usted no la quiero arriesgar”, y me dijo: “Es que te van a bajar [matar], ¿qué quieres que haga?”. Me dijo que estábamos metidos en problemas, que tenía miedo de que me pasara algo, pero que al fin y al cabo era mi madre, pero me seguía regañando. Finalmente le dije: “Bueno, como usted quiera ma”, y nos fuimos. Para hacer las cosas más rápido, envié a un grupo de sicarios en avanzada, pero los agarraron justo cuando yo les estaba avisando que estaba en la central [de autobuses] de Coahuila, en corto nos agarraron también a nosotros. A mí me dieron una chinga, también agarraron a mi mamá, yo desde el principio les dije que ella no tenía nada que ver ahí, pero igual se la llevaron.

Ahora estoy pagando una medida privativa de libertad por dos años, por tráfico de narcóticos. Tengo esperanza de que nada más cumpla uno aquí y luego me den libertad condicional, no sé si me lo cumplan, no está firmado, hay muchos de aquí que dicen que sí les dieron un año adentro y uno afuera, pero que no se los cumplieron. A mi mamá la soltaron después de que mi hermana pagara su fianza.

El cártel buscó a mi familia dizque para ayudarlos, les querían dar el sueldo mínimo, pero ni mis hermanos ni mi hermana -que era la que sabía qué onda con todo- lo aceptaron. Los iban a buscar y mi hermana se escondía, porque ya no querían saber nada. Dicen que cuando salga nos vamos a ir para Bustamante, para que me busque un trabajo normal, termine la secundaria y así, pero tengo miedo de que el cártel me busque, si me encuentran no sé qué haría. Porque si te buscan no puedes decirles: “No, ya no quiero jalar güey”, le tienes que entrar, porque te madrean, eso es lo mínimo, lo más seguro es que te den un plomazo. Aunque nunca sabes, ellos nunca me apoyaron aquí adentro, o sea que nunca me mandaron dinero ni nada, no les debo nada y a lo mejor ya ni me buscan.

Lo que sí tengo es mi conciencia tranquila, nunca he matado a nadie, no me mandaban a eso, o bueno, de la gente que me tocó “matar” en las balaceras que se armaban, pues no hubo muertos, yo digo, la neta no sé. Porque esos vatos [sus compañeros] luego me decían: “Mira cómo las dejamos”, y me enseñaban fotos de las trocas todas baleadas y yo nomás las miraba y decía: “Está bien, está bien”, sí me impresionaba, un arma siempre impone, y a mí me gustaba disparar y traer los fusiles o las AK- 47, pero no me gustaba matar gente.

Ser sicario es estar dividido en dos, por un lado, disfrutaba del pago, andar en las camionetas, usar las armas, todo eso; por otro, todo el tiempo estaba angustiado, sentía que me caían los polis en cualquier momento para arrestarme. Pero ahora que lo pienso, lo valía, siempre quise ser sicario, reciben mejor paga y aparte como que me gustaba a madres andar en la troca y así, pero a la vez tenía miedo de que realmente me mataran.

Todo lo que hice fue por necesidad, por ayudar a mi familia. Hay otros chavitos que lo hacen porque no tienen atención en su casa y quieren andar en el desmadre, yo sí la tenía [atención], pero no la quise tomar, me valía. Cuando salga de aquí me gustaría ser militar, para tener mi arma propia, por la legal.

A veces hablo por videollamada con mi mamá y mi hermana, es lo único que me hace arrepentirme del camino que elegí, me importa mi familia, me importa hablar con ellos, los extraño.

Kevin

Yo he trabajado toda mi vida, desde que tenía diez años tuve que chambearle para ayudar en mi casa con los gastos; un día mi mamá me dijo: “Ya no vas a ir a la escuela, queda muy lejos”, y me metió a trabajar, y yo digo que no me afectó, porque de todas maneras en la escuela no me querían, ni el maestro, ni mis compañeros, así que estuvo mejor que me sacaran.

Mi mamá siempre ha sido chida, muy cariñosa, yo era el bebé de mi mamá porque soy el único hombre. Ella trabajaba mucho para mantenernos a mí y a mis tres hermanas. Mi papá, no tengo…, nunca he sabido nada de él, la última vez que lo vi fue a los ocho años. Cuando mi mamá trabajaba pues no estaba ahí en la casa, mis hermanas las grandes sí, pero yo no, a mí me valía y me salía a la calle. Como a los catorce o quince años conocí a una chava, al año nos hicimos novios y me la llevé a mi casa para que tuviéramos un hijo, mi hijo fue planeado, yo dije: “La neta quiero tener un hijo”, y le dijimos a mi mamá y a su mamá [de su novia].

Pero poquito después, yo me fui a vivir a casa de un amigo y nos la pasábamos en la calle, ahí en el barrio, y me empecé a juntar con amistades malas. Me empecé a descontrolar. También me empecé a drogar, me gusta mucho la marihuana, la consumía diario, es que pues te pone chido, te viaja, te tranquiliza, bueno muchos la ocupan para andar según bien acá, bien nice, como dicen. Pero yo me la pasaba riéndome, normal, bien grifote ¿verdad? También le entraba de vez en cuando a la cocaína, pero esa no me gustaba tanto.

Meses después me ofrecieron unirme al crimen organizado, me metí a trabajar como halcón, donde estuve como un mes, después me pasaron a tiendero, donde vendía droga; como al año me ofrecieron ser sicario, y ahí estuve un año más. En ese tiempo hice de todo, matar, torturar, agarrar gente, de todo, y pus no sentía feo, era trabajo nomás. Además, a las personas que les hacíamos eso, estaba igual metida en la maña, con la gente inocente no se mete uno. Por eso digo que uno nomás anda haciendo su trabajo. Nunca he soñado con los muertos, es mentira eso de que según... es tu mente, la mente de uno, si tú estás débil tú vas a hacer tu mente débil, y ella te va a jugar chueco.

A lo que sí le tengo miedo es al mismo cártel, con esos güeyes no se juega, por eso prefiero mantenerme al margen de todo esto. Porque mucha gente cree que es fácil andar aquí, pero no, estás arriesgando tu vida, y eso no es cualquier cosa, de aquí nomás sales en la cárcel o en el panteón.

Hoy cumplo una medida privativa de libertad de tres años, todavía me faltan dos. He pensado que a lo mejor hubiera reflexionado mejor las cosas y no me hubiera metido en esto, yo tenía todo, nomás que... uno no entiende. No tenía necesidad, pero ahí me gustaba andar de... andar ahí pues. A veces la mamá de mi hijo me lo trae a que lo vea, él ya tiene dos añitos, y yo lo único que quiero es que él nunca se meta en esto, es lo único que me importa.

Mauricio

Nací en Viesca, Coahuila, pero cuando tenía seis años me mudé con mi familia para Nuevo Laredo. Siempre he sido muy serio, de niño no me gustaba participar en la escuela, era tímido y no tenía muchos amigos, cuando pasó el tiempo me fui soltando más y me empecé a juntar con algunas amistades, pero eso fue a finales de la primaria.

Vivía con mi mamá, que era ama de casa; mi papá, que trabajaba en las aduanas como contratista; y mis hermanos. De chiquito era más apegado a mi mamá… a mi papá también, pero no había tanta comunicación, como se la pasaba todo el día trabajando, casi no lo veía; pero con mi mamá sí me la pasaba bien y todo, ella siempre estaba ahí para lo que necesitáramos, o en caso de que alguien la regara [se equivocara], ella estaba ahí, no era tanto de pegarte o regañarte, ella hablaba contigo. Con mis hermanos también tenía una relación muy bonita, mi hermana es como si fuera mi segunda mamá, porque en las veces en que mi mamá no estaba, estaba mi hermana, y también mi hermano el mayor, siempre andaban al pendiente de mí, siento que como soy el más chico, me tenían muy consentido. Por eso me duele estar aquí, yo soy, como quien dice, el que se descarriló, porque mis hermanos andan bien, nada más yo soy la oveja negra. Tengo otros dos hermanos, pero no los vi mucho, uno sé que se casó y que vive en Ciudad Juárez; al otro lo mataron en una balacera a los veintiún años.

Cuando iba en la secundaria me expulsaron por pegarle a un compañero, se desmayó y se quedó convulsionando, pero él tuvo la culpa, me estaba moleste y moleste, estábamos en examen y yo me desesperé, le pegué con la silla y no sé, me dio mucho coraje, le pegué en la cabeza; yo era serio, pero como que el coraje me ganó.

A partir de ahí dejé de estudiar, busqué trabajo en una ferretería que era de un amigo de mi papá y estuve chambeando un rato. En la calle empecé con los amigos, dizque amigos, porque son los que te orillan a lo malo, en el momento uno se deja llevar, como que no se entera que no está bien andar con la maña [delincuencia], de morrillo uno es muy influenciable, por eso también nos agarran [la delincuencia organizada], porque nos manipulan, te dicen: “¿En tu casa no te protegen? Pues nosotros te vamos a proteger aquí”, y te enganchan.

Empecé a consumir marihuana y cocaína muy chavo, me iba los fines de semana a los bares a tomar y a drogarme, ahí conocí a unos vatos que me propusieron entrarle a pasar inmigrantes a Estados Unidos, me daban trescientos dólares por noche y sólo tenía que saber nadar. Primero me enseñaron el camino, empecé con los inmigrantes y me pagaban de ciento cincuenta a trescientos dólares por pasar por unos, a veces me llevaba hasta quince mil o dieciséis mil pesos en un ratito, me tardaba diecisiete minutos, nada más subía a Texas y ya nos regresábamos por el puente como si nada. Hasta que, después de dos o tres veces, me agarraron, me advirtieron que si me agarraban mayor de edad no la iba a contar. Y fue donde dije: “No, ya no voy a ir”. Pero ese miedo me duró poco, un compa me contactó para que ahora pasara droga por la frontera, pasaba treinta kilos diarios, iba y venía sin pedos.

Yo creo que me gané fama, porque me empezaron a tomar mucha confianza, me llevaban a su casa y en la semana me decían que iba a repartir marihuana para diferentes partes de Monterrey, y pues me dio más confianza cuando me dieron una pistola, como que me volví mano derecha de un brother y pues me empezó a influenciar más.

Un día me subieron pa´l monte, a la sierra de Salinas Hidalgo, donde me tuvieron como dos meses entrenando para ser parte del Cártel del Noroeste. Cuando llegué me asignaron un grupo, un vehículo y una persona, que es la que te va a dar el entrenamiento, te asignan, como quien dice, a una sombra, él fue el que me empezó a enseñar todo el pedo, y pues ya me dieron todo el entrenamiento de armamento, defensa personal, de sobrevivencia, fuerzas especiales y todo eso. Está cañón. Durante mi entrenamiento conocí a gente de todo México, de Coahuila, Ciudad de México, Monterrey, de todos lados, yo era el más chico. La parte más difícil fue al principio, nos dieron unas Sabritas de las chiquitas y una botella de agua, nos dijeron que ese iba a ser nuestro único alimento en lo que restara del entrenamiento. Al siguiente día te levantan a las 6 de la mañana, te tienes que bañar, era tu pedo cómo, nos turnábamos para hacerlo y después un cafecito para el pinche frío. Tenías que limpiar tu lugar, tu troca [camioneta], limpiarla y dejar todo ordenado, después empezó lo bueno: “¿Saben disparar?”.

También vi a mujeres entrenando, pero a ellas sólo las dejaban quince días en el monte, y casi siempre las ocupaban para enfermeras, conocí a una morra de Allende Coahuila que estaba entrenando para eso.

Después de que nos dieron el arma y terminamos el entrenamiento, me asignaron trabajos de sicario, me mandaban a matar gente y a cobrar venganzas, el pago era de veinticinco a treinta mil pesos quincenales por realizar el trabajo. Para mí, matar personas era como matar animales, siempre decía: “Esto es como si matara a un venado”. También me gustaba matar, si llegaba estresado y me decían: “No que van a matar a ese”, les decía: “Pues échenmelo para acá, para sacar el estrés”. Lo que no me gustaba tanto eran las torturas, esas se las hacían, casi siempre, a las personas de cárteles contrarios para sacarles información; les hacíamos madre y media, cosas que ni se imaginan, no era de nada más meterles un balazo, si no nos decían lo que preguntábamos, les volábamos un pie, luego el otro… Me gustan las armas y todo eso, me hacen sentir una realidad muy chida, se siente chido sentir la sangre calientita.

En el cártel hay jerarquías, están los punteros, que son los que venden droga; los sicarios, que son los que combaten en enfrentamientos. Yo tuve suerte de subir de sicario a comandante, que es como el bueno de todo el cártel, ellos tienen a su mano derecha, los patrones. Luego ya siguen los comandantes de patrullas, de una troca. Yo traía a mis sicarios, tres patrullas de ocho sicarios, cuatro adentro y cuatro afuera cuidando en la caja, todos armados con R-15 o con cuernos de chivos, ellos me vigilaban la zona y me avisaban de cualquier pedo.

En este mundo sólo hay de dos, o te matan o te encierran, eso lo sabíamos, a varios compañeros ya los habían detenido y era cuestión de tiempo para que a mí también me pasara, pero yo pienso que cuando me agarraron fue porque me pusieron [delataron], porque justo me interceptaron en un retén, yo la neta me entregué y dije “Ya no quiero pedos”, en mi mente lo vi como una oportunidad para salirme de todo este desmadre. En la orden de aprehensión pusieron posesión de narcóticos, según tenía cuarenta y dos bolsas de cocaína, pero no es cierto, nomás traía una.

El cártel me quiso ayudar, buscaron a mi familia para darles dinero y hasta me ofrecieron pagarme un abogado, pero yo le dije a mi mamá: “¿Sabes qué?, diles que no, ya no quiero, llegó el momento de decirles que ya no, de cortar por lo sano”.

Estoy cumpliendo una medida privativa de la libertad por dos años y medio, ya llevo la mitad. Aquí dentro me enteré que mi carnalito [hermano] siguió los mismos pasos que yo, pero a él me lo mataron en un enfrentamiento. Y no pude hacer nada, éramos los más chicos, yo encerrado y el otro muerto, pobre de mi jefa [mamá]. Pero hemos tratado de sacarle algo a todo esto, de los errores se aprende, mi mamá me dijo: “Prefiero que estés aquí a qué estás muerto, prefiero tener dónde venir a verte, que ya no verte nunca más”.

Tito

Nací en Nuevo Laredo, pero crecí en Monterrey, mis papás nos llevaron a mis hermanos y a mí para allá cuando éramos niños. No diría que tuve una infancia como tal, la verdad, porque en realidad no la tuve. Infancia sería jugar en mi casa, jugar trompo, jugar con mis amigos, sonreír y sentir todo eso que uno siente cuando es niño; en cambio, yo veía cómo mi papá llegaba tomado, borracho, y era como que nefasto, yo pensaba: “Qué horror que llegara papá”, que nos estuviera gritando con maldiciones, con insultos hacia mi persona, insultándonos a todos, incluso a mi mamá. En cambio con mi mamá me llevaba mucho mejor, a ella le daba toda mi confianza, le contaba con quién salía, que si tenía una amiga que se estaba convirtiendo en mi novia, yo le contaba todo a mi mamá. Me decía en qué podía estar mal, en qué podía estar bien, consejos que me podía brindar.

Mi papá, además de ser un alcohólico, también era maleante, y a mí me mandaba a veces a entregar paquetes de cocaína disfrazados de cajas de celulares, simplemente me decía: “Ve y entrégalo, te van a dar un dinero, y no lo abras o te chingo”, porque pues, si yo lo abría, me iba a dar cuenta de que era droga.

Empecé a fumar a los once años, le robaba los cigarros a mi papá o a mi hermano el grande. Cuando tenía trece años empecé a consumir marihuana, lo hice por curiosidad, unos amigos me ofrecieron y yo le entré sin pensarlo.

A los catorce años me di cuenta del verdadero negocio de mi papá, fui al cuarto de mi tío, toqué la puerta y estaban ocupados, y en la puerta había un agujero, en el agujero yo vi que tenían unos cuadros y una vasija llena de cocaína, fue cuando me di cuenta de lo que ellos hacían, entonces decidí “cooperar”.

Un año después unos amigos me ofrecieron vender droga de manera independiente, en la mañana, de ocho a una de la tarde, estudiaba en la secundaria, y de las siete a las dos de la madrugada era cuando estaba afuera trabajando en el crimen organizado. Yo trabajaba con un amigo, a él le llegaba la mercancía, la primera vez que le surtieron conté veinticinco kilos de marihuana, en poco tiempo vendimos todo, ahí fue cuando dijimos: “Nosotros podemos servir para esto, para vender droga”.

Soy un hombre confiado, a lo mejor por eso caí tan fácil en esto, le daba la confianza a ciertas personas que trabajaban conmigo, que me apoyaban tanto sentimentalmente, como psicológicamente, me enrollaban, me daban un cuento de telenovela y así me metieron a trabajar, o sea, con un cuento de que tú vas a tener esto, vas a tener el otro y vas a comprarte lo que tú quieras.

Pronto me dieron mi primer punto de venta, yo manejaba todo, me dejaban unos cuantos kilos de marihuana y bolsas con crack, para probar qué tan eficiente era con la venta, y resulté ser un vendedor nato, vendía de a madres. Lo peligroso era que hacía trato con diferentes cárteles, pero pus yo no lo quise ver, se me hizo fácil todo.

Con el tiempo hice una relación más cercana con mi patrón, incluso me fui a vivir con él y su familia, los veía como mis nuevos papás, comía con ellos, dormía en su casa, hasta la señora me trataba como uno más de sus hijos. El patrón me protegía, me llegó a asignar la tarea de tiendero, que a pocas personas se les da la confianza de hacer, yo llevaba una libretita donde anotaba cuánto les habíamos dado para vender y cuánto dinero regresaban. Sí la llegué a cagar una o dos veces, pero como era el protegido del patrón no me hicieron nada; porque a los demás sí los castigaban, les daban tablazos o los llevaban al cerro con los ojos vendados y los dejaban amarrados para meterles un susto.

Aunque yo era independiente, tenía que seguir ciertas reglas, por ejemplo, dar cuentas claras; no realizar ninguna actividad sin autorización previa; no decir que pertenecían a uno u otro cártel; no meterme con las familias de ningún miembro del mismo grupo o de los contrarios; y mantener alejadas a nuestras familias del negocio, nosotros teníamos esos códigos de ética. Dentro de la delincuencia también me hice creyente a la Santa Muerte, eso me lo inculcó mi patrón, él hacía misas y tenía altares para la flaquita [la Santa Muerte].

Cuando mi patrón regresaba de una misión o de una reunión importante me contaba todo, yo me emocionaba mucho de escuchar cómo había cerrado un negocio o cómo se había chingado a unos contras, la neta quería ser como él. Cuando estuve dentro, participé como en seis asesinatos, de los que me acuerdo, les dábamos de patadas, golpes, los ahorcábamos; los chavos se morían de hambre, hubo uno que tuvimos un mes en el campo, así como si fuera una mula, con pura agua y a chingas.

Yo pensaba que como era independiente, como no sabía de dónde venía la droga, no iba a tener tantos problemas con la ley, pero me equivoqué. Un día llegó un cártel y compró a la policía, les dijo que agarraran a todos los que no pertenecían a ellos, incluso si éramos independientes. La orden la dio la Agencia Estatal de Investigación, habían llegado los Norestes a poner control y querían sacar a ciertos grupos que les estorbaban. Me agarraron y me acusaron de delitos contra la salud, me dieron menos de un año encerrado.

Ahorita nada más viene a verme mi mamá una vez a la semana, con mi papá ya no tengo contacto. No sé por qué estoy donde estoy, a lo mejor fue cosa que traía desde niño, me hubiera gustado cambiar la violencia familiar que sufrí, el alcoholismo que sufrí de mi padre, esas faltas de atenciones que tuve por mi papá, sí me llegó a dar consejos de padre a hijo pero no los consejos que yo esperaba, no consejos responsables que un padre te debería de dar. Por eso admiro a mi patrón, voy a ser como él, él sí se preocupó por mí; pero voy a tener a alguien más trabajando, ese es mi pensamiento, aunque sé que no todo lo que brilla es oro y hay un costo detrás de eso.

Miguel

Soy de Torreón, Coahuila, actualmente estoy cumpliendo una medida privativa de libertad de cuatro años por los delitos de venta de drogas y homicidio. Aquí adentro las cosas están feas, ya no quiero seguir con esto, cuando salga quiero trabajar en algo derecho, me gustaría ser policía y emprender un negocio, tengo muchos planes…

De niño vivíamos en casa de mi abuelita, mi papá, mi mamá, mi hermano, unos tíos y yo, todos ahí. Los hermanos de mi papá también estaban involucrados en la delincuencia organizada, vendían droga en la colonia. Mi tío el mayor era muy estricto, nunca mostraba cariño, siempre me decía: “Lárgate para allá”, y un día, en año nuevo, me dijo que fuera con él, yo me saqué de onda, estaba morrillo, tenía como unos 9 años, me metió entre sus piernas y me abrazó, me dijo: “Ven güey, te voy a dar cocaína”, yo le dije: “¿Cómo se le hace eso?”, “Hazle así…”, yo estaba chiquillo, me acuerdo que ni sentí nada, pero como mi tío era bien cerrado con nosotros, sentí chido de que me haya elegido. A partir de ahí, se volvió mi tío favorito, lo idolatraba y lo seguía a todas partes; esperaba a que llegara para poder verlo y me llamaba la atención todo lo que hacía, cuando llegaba a la casa me le quedaba viendo y me emocionaba con las pinches patrullas, todos armados, yo me chorreaba, él me decía: “Vete para allá” y unos pinches patines, sobres, sobres. Lo idolatraba de tal manera que hubiera preferido que mi tío fuera mi papá, es que mi papá era bien acá, bien culo, bien miedoso.

Además, mi papá era cabrón con nosotros, me pegaba gacho, con el cinto, con la hebilla, de hecho, me chingaba tan bonito que una vez me dio con la esquinita de la mesa; yo también me lo ganaba, pero no me tenía que pegar así, siempre me chingaba con cables, con todo lo que topara. Una vez me aventó una plancha de ropa en la cabeza y casi me da aquí en la cara.

También le pegaba muy feo a mi mamá, íbamos a fiestas y la iba pellizcando, yo sentía feo, como miedo, le pegaba, la cacheteaba, la estrujaba y yo quedé resentido con él sin saber qué hacer, e intentando ponerlo en su lugar, pero pus no podía hacer nada, estaba chamaco. Una vez llegamos a pelearnos a chingazos, le iba a enterrar una punta en la panza, le aventé un cuchillo, estaba bien morrillo, sentí miedo cuando se lo aventé, mi papá está gordo, se alcanzó a hincar y cuando se levantó, se salió de la casa, se lo iba a enterrar en la cabeza [el cuchillo], nomás estaba de panchoso [alardeando], estaba morrillo yo.

Crecí en un ambiente donde había drogas, puntos [lugares de venta de drogas], los tipos estaban armados cuidando a los que ahí vendían, había varias tiendas, sicarios cuidándolos ahí en las casas, crecí viéndolos, es lo que conocía y lo que me llamaba la atención.

Además, quería ser como mi tío, me sentía rete orgulloso cuando mi abuelita nos comparaba, sentía chido cuando decía: “Éste salió igual que su tío, igualito, el mismo molde, el mismo carácter”, me sentía con madre, me emocionaba.

Empecé vendiendo droga y como halcón para el cártel de La Rosita, un grupo pequeño, pero bien organizado. En el punto siempre hay cuatro personas: el que trae el cristal, la piedra, el pasón y la mota, traen una mariconera con todas las cosas; el que trae el radio y va informando los movimientos; luego están las camionetas ahí paradas, los que los cuidan de los de grupos enemigos o del gobierno; y al final están los halcones a los alrededores, y yo estaba de halcón. Ya me sabía todo el movimiento, lo había visto desde niño: digamos que hay una esquina donde están despachando, ahí están las camionetas paradas cuidando, no es como en Laredo, se trabaja diferente acá, todos le dan guardia al punto y los halcones están en las calles de la colonia. Los halcones le reportan al que trae el radio de ese punto, todos ya tienen línea directa con el comandante, hablar con él ya son palabras mayores, ellos [los del radio] le reportaban los movimientos de todos al comandante, por ejemplo, decían: “Estamos aquí de halcones, van trece de soldados”.

Si veía que llegaban soldados o policías, yo reportaba: “Se aproximan unos tres a la base, vehículo principal por la calle de Vista hermosa, ahí van dieciséis changos al aire y los que van montados” [él se refiere a los policías como changos], cosas así, estábamos bien pendientes de la manera en que iban a llegar, decíamos: “Vamos a toparlos a la verga”, y chingue su madre, se empezaban a oír los radios a la verga y ¡Tatatatata! que se dejan caer los soldados. Pero nosotros ya los esperábamos, si traían ganas de estar relax, nomás se van las patrullas, se dispersan y se dan un rol, ahí ya no hay pedo, nosotros de halcones sabemos cuántas van y hacia dónde se mueven; pero si quieren chingazos, les damos chingazos, que sepan que aquí se pelan la verga.

En mi etapa como sicario maté entre quince y diecinueve personas, no me acuerdo bien. Lo que sí me acuerdo es que quería matar artísticamente, quería ser como los artistas asesinos, así que cuidaba cada homicidio, lo trataba de hacer de manera impecable.

Me agarraron por los últimos dos asesinatos que cometí, ese jale estuvo bien relax, lástima que me agarraron. Esos güeyes [a los que asesinó] habían jalado con los Zetas hace muchos años y estaban viviendo por donde vivo, ahí todo se sabe. Yo fui y los maté a la verga, no le avisé al comandante. Yo era comandante de patrulla, traía un chango al aire y cinco adentro [un policía en la parte externa de la patrulla, cinco adentro] persiguiéndome, yo iba manejando y como soy bien cabrón, que me los tuerzo, nomás íbamos yo y otro güey, los dejé todos rayados. Después, llegué [a la casa de las víctimas] y le puse a un güey en la yugular un cuchillo y mi compa me dijo: “En corto güey, a lo que venimos, ya a la verga”, así que le enterré el cuchillo y le di treinta balazos en la cara. Mi compa sacó su pinche fierro y lo golpeé, le dije: “Espérate, este güey es mío”, y que me lo tumbo, nomás le cayeron siete balazos y un chingo de sangre, parecía como si fueran pedazos de sebo.

Me subí a la camioneta y le eché un chingo de gasolina, luego cerré la puerta y fuga a la verga. Se oyeron unos pinches disparos, andaban ahí los judiciales, y le dije a este güey [su compañero]: “Vamos por toda la orilla”, se dejaron caer los ministeriales y me dijo mi compa: “Nos van a hacer caca, no mames”, yo le dije que les diéramos unas vueltas, que nos aguantaran en lo que llegaban los refuerzos, pero este güey ya andaba bien paniqueado y me dijo: “No güey, ya ni pedo”, y paró la camioneta, en corto se hizo el pedo. Cuando llegaron los ministeriales ya no pude hacer nada, me bajé de la camioneta y me entregué.

Lo único bueno de que me agarraran es que al menos salí vivo del desmadre, la neta sí quiero regresar a ese ambiente, pero desde otro punto, me gustaría meterme de policía para mover desde ahí. A mí me gusta mucho la malandrada, pero ya me di cuenta que en ese camino me van a matar o me entamban de nuevo, y a la otra no es el CERESO, es el panteón, por eso mejor me quiero meter a la policía, ahí es diferente, es lo que me gusta, que está tranquilo, sin necesidad de caer en la cárcel o de andar matando gente, nada más es agarrar delincuentes y no meterme en problemas, porque tengo familia, y ya sé cómo trabajan esos güeyes con los que anduve, así que si me los llego a topar pues nada más me arreglo con quien ande en la patrulla, nada más les doy pitazo de que ahí vamos y nos evitamos pedos ellos y nosotros.

Aquí adentro terminé la secundaria y la prepa. También me enviaron con el loquero [psicólogo] ja,ja,ja, ella me ayudó a perdonar a mi papá de todo el rencor que le tenía, ahora que vino a verme le dije: “La neta ya te perdoné, yo voy a romper esa cadena que venimos arrastrando, porque entiendo que tú creciste en ese ambiente de violencia y tú no sabes dar más que eso, pero yo, cuando tenga a mis hijos, no voy a llevarlos a la violencia. Te perdono de corazón”, mi papá se puso a llorar, y sentí chido porque saqué todo el odio que le tenía, él también sacó sus cosas, me dijo: “Discúlpame, te quiero un chingo, perdóname”.

Me la pasé batalle y batalle con todo lo que fue mi vida, pero aquí hay psicóloga y lo trabajé, sangré la herida, hay que sangrar para poder sanarnos. Al final todo salió bien, lo perdoné de corazón.

Ulises

Uno de los primeros recuerdos que tengo de mi infancia es el de la detención de mi mamá, ella andaba trabajando con la delincuencia organizada, y un día llegaron unos vatos, sacaron armas y se la llevaron, nomás nos dejaron a mí y a mi hermano; yo iba llegando de la tienda y tocaron la puerta, no abrimos, porque mi mamá estaba haciendo de comer y nos dijo que no abriéramos, pero luego fui a abrir yo y me apuntaron y me metieron a un cuarto con mi hermano, a todos los menores nos metieron a un cuarto y a los mayores los dejaron en otro cuarto. Ella era parte de los Zetas, mi amá no se quemaba, ella mandaba, les decía: “No, que hay un punto del CDN, jálate a reventarlo”, o así, les daba ubicación, iban y los reventaban, hacían lo que ella decía.

Antes de que la detuvieran, mi amá nos daba todos los lujos, lo que queríamos nos lo daba, pero yo no la admiraba por eso, ganaba mucho dinero, pero pos yo eso no lo veía, o sea yo la veía por lo que ella era con nosotros, no por el dinero. Y cuando detuvieron a mi amá, nosotros [sus hermanos y él] nos tuvimos que ir a vivir con mi papá y con mi abuela, y fue difícil porque a mi papá casi no lo veía, como se habían separado él y mi amá cuando yo estaba chiquito, pues no frecuentaba mucho a mi papá.

Cuando pasó todo eso yo iba en segundo de secundaria, y a veces mis hermanos y yo nos escapábamos de la escuela para ir a las visitas de mi mamá, y en una de esas visitas conocimos al jefe de ahí de ellos [de los Zetas, grupo criminal al que pertenecía su mamá], él antes vivía ahí por la casa, a tres cuadras, y ya nos ubicaba bien. El señor éste nos ofreció trabajo dentro del cártel, pero mi mamá dijo que yo no, que yo todavía estaba estudiando; pero mis otros hermanos sí le entraron, primero andaban de halcones y luego de estacas y luego ya los subieron pa´ sicarios, los subieron de volada, porque ellos ya conocían ahí y pus necesitaban apoyo de esos rumbos porque se quería meter otro cártel y de volada le dieron armas y chaleco y todo eso.

Yo nunca fui parte de eso, mis hermanos me daban lo que necesitaba y no tenía necesidad de andar en el desmadre, lo único que hacía era echarles la mano de vez en cuando halconeado, pero nada más. Lo que sí me marcó fue ver a uno de mis hermanos matar a una persona, me dijo: “Tú no hagas nada, nomás voltéate pa allá”, y yo estaba así volteando escuchando cómo le estaba poniendo unos cachazos, luego lo llevamos a una brecha y le iban a dar el tiro de gracia, pero a mi hermano se le intrincó [trabó] la corta, era una 9mm, se le intrincó, entonces agarró una piedrota y en la cabeza así le dio. Sentí feo, sí, cómo lo mataron…

Ya no me pude enfocar en los estudios después de eso, me enfocaba en lo que…, ¿cómo le diré? Yo pensaba en lo que vivía día a día, porque muchas veces corríamos de los de la ley, nos reventaban las casas, así pus yo casi no me enfocaba en los estudios.

Hace poco nos detuvieron a mí y a otro hermano, buscaban que les diéramos información de mi hermano el más grande, pero como no les dijimos nada nos mandaron a un centro de internamiento y nos acusaron de muchos delitos, algunos que ni cometimos. A mí nada más me dieron cinco meses de medida privativa de libertad. Cuando salga me gustaría estudiar para ser abogado, me gustaría estar con la familia y si se puede pus trabajar, porque ahorita no sé cómo está afuera.

Pablo

Soy de Saltillo, Coahuila. Nunca he tenido estabilidad en mi vida, no había quien me cuidara de niño y no tengo muchos recuerdos de mi infancia. Crecí pensando que el hombre que me dio su apellido era mi padre, pero de grande me di cuenta que no, eso me traumó, por así decirlo, me sentí engañado por mi mamá.

Cuando tenía tres años mis papás se separaron, y como yo estaba muy chiquito para decir con quién irme, decidieron que iba a estar un año con mi mamá y un año con mi papá. Cada quien rehízo su vida, mi papá y mi mamá se juntaron con sus parejas y yo andaba de casa en casa.

Mi papá era soldador y mi mamá se dedicaba a la casa. La relación con mi mamá era más o menos estable, nunca nos faltó nada y siempre anduvo al pendiente de nuestros estudios, apoyándonos, y yo con ella sabía que no me iba a faltar nada. También tenía buena relación con su pareja, desde morrillo se ganó mi cariño, siempre me daba el apoyo del estudio, nomás que pues no lo aproveché. En casa de mi papá las cosas eran distintas, cada vez que estaba con él, su esposa lo corría de la casa, y era quedarme con él en una banca o con un amigo de él, siempre, mi madrastra, nos corría a los dos.

Cuando tenía cinco años me fui a vivir a casa de mi abuela por un tiempo, pero en cuanto me supe mover solo, por mi cuenta, como a los ocho años, empecé a andar de aquí para allá, iba con mi mamá, con mi papá, de repente me quedaba con mis tías o con mi abuela, o de repente no llegaba a mi casa y decidía quedarme en una caseta de vigilancia, nunca nadie me buscaba o se preocupaba dónde pasaba la noche. A mi papá le decía que me quedaba con mi mamá, a mi mamá que me iba a quedar con mi papá, y como ninguno se hablaba, pues ya ni se preguntaban si sí me quedaba o no, así que decidí navegarla pa’ todos lados. Desde niño fui muy independiente, quería mis propios pensamientos, tomar mis propias decisiones.

Cuando cumplí los diez años, decidí que me iba a quedar de fijo con mi mamá e iba a visitar a mi papá los fines de semana. Mi papá tomaba mucho, así que la mayoría de las veces era: “Vente, vamos a tomar, vente, vamos a fumar, vamos aquí y vamos allá…”, y como casi no me gustaba ni la tomadera, ni la fumadera a esa edad, pues yo nada más lo seguía y lo seguía. Se me hacía normal que él tomara de esa manera, además, me insistía en que yo también le entrara, y como me insistía tanto, terminé accediendo a consumir cerveza y cigarros.

Un día me enteré que mi papá no era mi papá, mi mamá me dijo que él nomás me había dado mi apellido, pero que no era el biológico. Como siempre he sido una persona curiosa y exploradora, dije: “Bueno, pues de plano ya no quiero estar con ninguno de los dos, voy a ver qué puedo hacer yo solo con mi vida”, y empecé a ganar dinero por venta de dulces, o sea, no es que ya no quisiera saber nada ellos, no, yo los quería, pero ya no quería estarles pidiendo y dándoles cuentas ni a ellos ni a nadie.

A los diez años ya tomaba y fumaba marihuana con mi papá, así era la relación que teníamos y los dos estábamos contentos. Él no me ocultaba nada, y en cierto punto me di cuenta que su casa era un punto de venta de droga. Yo miraba cómo las movía y todo, fui creciendo y con el tiempo pues me empecé a dedicar igual a vender drogas con mi papá, él me ponía a pesar la droga, quemarla y prepararla. Cuando mi papá no estaba, yo era el que atendía a los que iban a comprar, tenían una clave para entrar y para vender, de ahí empecé a saber todo lo necesario. Fue mi propio padre quien me introdujo en este mundo y quien me dio las pautas para entrar de lleno en el negocio.

Fue en segundo de secundaria, a los 14 años, que me enteré por una prima y un amigo, que había trabajo como vendedor de droga. El chavito éste me llevó al punto y me explicó cómo iba a estar la movida, yo le dije que le entraba, traía ganas de jalar con ellos (los Zetas), así que aproveché la oportunidad. Me pagaban como seis mil por quincena y pues a mí a esa edad se me hacía un chorro de dinero, me lo daban nada más por andar de aquí para allá, entonces dije: “Pues bueno, me dedico a vender”. Así me involucré con el cártel, pero, a diferencia de mi papá, yo no tenía un punto fijo para vender, y como mi papá pertenecía a un cártel contrario, yo no podía vender en su casa, así que andaba en la calle todo el día.

Mi pasatiempo era practicar BMX, Bicycle Motocross, andaba en unas bicicletas bien chidas y hacía trucos en las rampas skate de mi ciudad, pero me di cuenta que podía usar mi pasatiempo para mis asuntos propios, ¡a toda madre! Vendía en el centro de aquí de Saltillo, vendía disfrazando todo de trucos, hacía dos o tres trucos y dizque pedía dinero para pagar mis estudios, entonces traía la droga en una mano y los chavos la recibían, y me daban con la otra el dinero, nada más le decía: “Estoy en tal punto, ando vestido así”, y solitos llegaban. Con las chavas era diferente, de repente era igual de cambio de mano o con cambio de beso, yo traía la droga en la boca y ella traía el dinero, cuando yo le daba un beso cambiábamos las drogas como si nada y pues era más fácil.

Era bueno en eso de las bicis, me volví medio famosillo y llegué a concursar en varios lugares, pero un día me caí de una rampa, quedé tocado del pie, tobillo y cadera, ya no me dejaban concursar. Me recuperé, volví a intentarlo desde cero, pero ahora con el patín, volví a caerme y me retiré de todo, pero seguí vendiendo droga. Esos accidentes me truncaron todo, yo quería irme a Estados Unidos a seguir concursando y vivir de eso, pero no se pudo, a veces pienso que, si no me hubiera chingado el pie, otra cosa sería, pero bueno, todo pasó así y ni modo.

Poco a poco vi que mi papá estaba empeorando, tomaba cada vez más y estaba drogado casi todo el tiempo, no me gustaba verlo así, quería que se alejara de todo ese mundo, por eso le pedí a mi grupo que me ayudaran a reventar el punto que manejaba mi papá, quería una mejor vida para él y para mi familia, me sentía con la responsabilidad de ayudarlo.

La gente del cártel me dijo que sí me iban a ayudar, pero con la condición de que me volviera sicario, me lo ofrecieron porque yo les expliqué para qué quería el trabajo, para ayudar a mi familia. Me dijeron que ya no siguiera vendiendo y que me dedicara a algo bueno, que le diera un buen futuro a mi hermano el más pequeño, el grande pues más o menos iba ya por este camino, pero el chiquillo no, y no quería que siguiera el camino de nosotros.

Cuando los Zetas me dieron el pitazo para reventar el punto de mi papá, no estaba nervioso, había llegado el momento que tanto había esperado, el momento de enfrentarme a él. Esperé a que se salieran mis hermanos y mi madrastra, entonces llegué y lo reventé, le dije: “Oye, ¿sabes qué?, ya no andes jalando, por ti, por tus hijos, ahorita andan en más problemas. Antes di que te voy a dejar vivo, mis órdenes son de matarte y no te mato nomás porque te conozco”, me llevé toda la mercancía y le dejé dinero para que se fuera. Me sentía feliz, por fin había cumplido con lo que quería, ahora el problema era enfrentarme a mi patrón. Le dije: “¿Sabes qué?, al que fui y reventé era mi jefe, no lo maté, le tumbé todo y aquí está la mercancía, me dijo que ya no iba a seguir jalando”, él me preguntó que por qué estaba tan seguro, “Porque me vio, me quité la máscara y le dije que era su hijo y que, si seguía así, yo mismo lo iba a matar”.

Nada más quería ser sicario para tumbarle el negocio a mi papá, pero no me salvé de los encargos que me hacía el cártel, tenía que hacer la chamba completa. Mi trabajo era dar información de los puntos de venta de los contras, yo ya sabía por dónde meterme, con quien meterme, pues me tenían confianza porque me conocían desde niño por mi papá. Una vez que tuve la información, le dije al vato: “Sé dónde están varios puntos, cuáles son en los que se gana más, dónde tienen las mercas, sé dónde puedes ir a reventar, te voy a decir todo, mientras no mates a mi familia ni a mi papá”. Para ese entonces la gente del cártel ya andaba medio enojada porque dizque yo no estaba terminando mi trabajo, que dejaba todo a medias pues, y me amenazaron que, si no hacía el trabajo, iban a matar a mi papá, y pus ni modo. Maté como a tres, fuimos y reventamos los puntos que yo había señalado, tenía que entregar las cabezas que me pidieran, era eso o la de mi papá.

Vigilé a mi papá todavía como tres meses más, para que no se metiera de nuevo en el negocio, cuando vi que ya estaba limpio, le pedí a mi patrón que me bajara de nuevo a vender droga, ya no quería ser sicario. Tuve mucha suerte, mi patrón era a toda madre, me dijo que sí, que estaba bien si quería irme: “Cuando tú te quieras salir, adelante, si quieres estudiar, adelante”, porque él sabía que yo quería seguir estudiando.

Cuando pude, acabé la secundaria y empecé a estudiar la prepa. Ahí conocí a la mujer de mi vida, ella era una chava bien, no le gustaba que yo me drogara ni que tomara alcohol, por eso decidí dejar todo eso, como quiera lo iba a dejar, ya no quería estar fumando, me traía muchas peleas, me ponía en riesgo a mí y a los seres que yo quería. Un año después, a los diecisiete, me enteré que iba a ser papá, ahí sí dejé por completo mis vicios y mi estilo de vida, quería hacer las cosas bien por mi hija, dejé la prepa y empecé a buscar un trabajo por lo legal. Conseguí trabajo en un cine, pero hasta ahí me iban a buscar los morrillos a los que les vendía antes, “Ya no vendo, váyanse”, les decía.

Pensé que ya la había librado, que había podido salir del cártel sin consecuencias, estaba contento y enfocado en mi familia, pero un día llegué con mi suegra y me dijo que mi pareja estaba en la casa de mi mamá, que ahí se había quedado a dormir, le pregunté que por qué, y me dijo: “Es que mi novio la intentó violar”, cuando escuché eso me cegué de coraje, estaba lleno de ira y decidí ir a buscar al cabrón y que me lo chingo, lo maté, actué sin pensar y ahorita estoy pagando por eso. Lo más cabrón es que todo fue en balde, porque mi pareja me dijo que no había sido cierto eso de la violación, que mi suegra se lo había inventado como venganza porque le habían sido infiel, pero mientras, yo ya me había chingado.

Por el asesinato de ese señor me dieron cuatro años de cárcel, mi suegra también está presa por ser la autora intelectual. De mi hija y mi pareja sé muy poco, en cuanto me arrestaron se desaparecieron, ella no quería que nuestra hija tuviera a un papá criminal.

Me arrepiento mucho de eso último que hice, de no haber preguntado antes, si hubiera investigado antes de irlo a matar, otra cosa sería. Me he perdido muchos momentos, diario me arrepiento de ese homicidio.

De todo lo que hice en mi paso como sicario no me arrepiento, son cosas que se tenían que hacer, lo hice por el bien de mi papá y de mi familia, por eso estoy tranquilo. Lo que sí cambiaría es el accidente que tuve y por lo que dejé de practicar el BMX, mi vida hubiera sido diferente si le hubiera seguido a lo de las bicis. También me hubiera gustado no haberme involucrado en la venta de droga, uno como joven se deja apantallar por el dinero, pero no, no hay que fijarse en eso, lo mejor es hacer lo que a uno le guste y acabar los estudios, eso en el futuro se agradece.

Cuando salga de aquí quiero acabar la escuela y buscar a mi hija, ya no quiero trabajar por lo ilegal, quiero mejor hacer lo que me gusta. Si pongo empeño sé que puedo salir adelante e ir haciendo las cosas por lo legal, porque aquí mismo me lo he demostrado que puedo ser mejor que algunos.

Antonio

Soy de Reynosa, Tamaulipas, ahí las cosas están cabronas, con decir que le tengo más confianza a la mafia que a la policía. En Reynosa es más fácil meterse a la delincuencia que terminar la prepa; a mí me hubiera gustado terminar una carrera, porque hasta eso sí me gusta, me gusta la Historia, por las historias que cuentan de Cristóbal Colón y todo eso. Las ciencias también me gustan por la tabla periódica, Newton por ejemplo. Pero yo me fui por otro camino, y ahorita estoy cumpliendo una sentencia de cuatro años por secuestro agravado, portación de armas de uso exclusivo del ejército mexicano y atentados a la seguridad pública.

De chamaco vivía con mi familia en una casita, compartía cuarto con mis hermanos. A veces nos íbamos al rancho con mis abuelos, yo me la pasaba jugando en mi casa con mi hermano, con mi mamá o con mi abuelita en un rancho montando caballos, ahí siempre andaba jugando. Mi papá era operador de maquinaria y casi no estaba en casa, la que siempre estuvo con nosotros fue mi mamá.

La colonia donde yo vivía está bien fea, hay mucha delincuencia y donde venden droga está como a dos calles de mi casa, ahí se juntan los que venden y compran, y yo diario los veía, todos ubicábamos a la delincuencia ahí. Cuando iba en primero de secundaria era bien tranquila, no me gustaban los problemas, me alejaba, pero ya después me entraba la curiosidad de irme de pinta y así. Luego me empecé a drogar y fue cuando se empezó a descomponer mi vida, ya no hacía caso a mi mamá y no llegaba a la casa. También era por influencia yo digo, todos se drogaban, rara era la persona que no, y a veces por querer andar ahí en el desmadre uno fuma y hace cosas que no debería de hacer.

Mientras estudiaba la prepa fue cuando empecé a trabajar como halcón, un amigo de la colonia me consiguió el jale. Mi trabajo era estar vigilando y reportando si pasaban los soldados, estatales u otra autoridad. Ganaba tres mil quinientos a la semana, y creo que eso fue lo que me delató con mi mamá, que de la nada ya tenía feria [dinero]; también en ese tiempo le hablaron de la escuela para decirle que yo ya no me estaba presentando, y pues ella ya no pudo hacer nada por mí.

Después de un tiempo trabajando como halcón, un amigo me ofreció vender droga, me daban como cincuenta latas y quince piedras pa´ que las moviera, yo las vendía en dos horas, así estuve un buen tiempo, varias veces me andaban agarrando, pero siempre me los escapé; luego, un día, a los que me relevaban, les tiraron disparos y se murieron, entonces el vato que me conectó no me quiso soltar, me dijo: “Nombre, tú no te vayas, hazme paro a cuidar aquí el negocio”, y yo me quedaba a veces todo el día y toda la noche ahí cuidando.

En ese entonces trabajaba como puntero, o sea, los que venden la droga, en ese trabajo me iba mejor, porque aparte de mis tres mil quinientos quincenales, me daban propinas y dinero extra que usaba para comer o para mis gastos personales. Tres meses después de andar en el jale, mi mamá me pudo convencer de dejar el trabajo en el cártel y seguir estudiando, pero ellos [el mismo cártel] no me dejaron, me dijeron que sólo me iban a soltar si conseguía a alguien que me reemplazara.

En la prepa conocí a un cuate que me dijo que le ayudara a conseguir trabajo en la delincuencia, y anduvimos buscando dónde lo aceptaran, entonces un comandante nos dijo que sí lo aceptaba, pero sólo si yo también le entraba, y yo como ya andaba maleado, acepté. Pero este jale no era como el anterior, el comandante nos dijo: “Esto no es un juego, si te quieres salir te vamos a buscar y te vamos a matar, si ya no vienes te vamos a matar a ti y a tu familia”, y nos dieron un cuerno de chivo, un chaleco anti balas, un casco y un uniforme. Fue así como entré al Cártel de Golfo, los marucheros no decían ja, ja, ja, es que una vez nos chingamos a unos estatales y les quitamos la camioneta, nos pusimos a comer ahí unas sopas Maruchan y ya por eso se nos quedó el apodo.

En el grupo criminal al que pertenecía nos encargábamos de secuestrar personas de grupos contrarios, a veces los dejábamos vivos, pero muy pocas veces, a la mayoría los matábamos… bueno, yo nunca maté a nadie, nomás veía. Primero los tableábamos, les pegábamos, luego los cortaban con machete en cachitos, luego los echaban al tambo con diésel y ya, así es como los desaparecen y los entierran. Hay veces que se morían algunos con los tablazos, no aguantaban, pero como quiera los cocinaban, no iban a dejar el cuerpo ahí pa´ que lo hallaran.

Yo me quería salir ya de todo el desmadre, pero no es tan fácil, la única forma de salirse de ahí es irte a otra ciudad o que te agarren, así como a mí ahorita, solamente así, pero si te sales de trabajar y andas ahí en la colonia sí te matan, de que ya no vas a trabajar y te matan.

Ahorita que estoy aquí encerrado pienso que tuve suerte, porque me pude salir, ya no es una opción regresar al cártel, porque puedo trabajar con mi papá, puedo estudiar otra vez; no me gustaría que me agarraran de nuevo, y ya mayor de edad pues menos. Ya no quiero trabajar con el cártel por esto que estoy viviendo, por estar encerrado, tampoco quiero salir y que me maten, casi todos mis amigos han durado un año máximo, los agarran y los matan.

Raúl

Nací en Guadalajara, Jalisco, al igual que mis padres y hermanos. Mi mamá era ama de casa y mi papá contratista, gente de bien. Ellos querían que creciéramos lejos de la violencia, y como el pueblo donde vivíamos se estaba poniendo muy peligroso, nos mudamos para Monterrey. Si mis papás hubieran sabido todo lo que me esperaba en esta nueva ciudad, yo creo que mejor nos quedábamos en Guadalajara.

Mis papás siempre estuvieron al pendiente de nosotros, nos llevaban a la escuela y a la iglesia, ellos son muy religiosos, son muy buenos, muy amables, nomás que no sé qué me pasó a mí, yo salí muy distinto a ellos. Cuando cumplí once años empecé a cambiar, no iba mal en la escuela, hasta eso, pero es que tengo otra mentalidad, yo soy más negativo, a mí me gusta andar entre toda la bola. Empecé a juntarme con personas más grandes que yo y a faltar a la escuela, me gustaba estar con los mayores, los de mi edad me aburrían, yo quería ser grande.

Además, tenía unos primos que también querían andar en el relajo, se iban más por la droga, tenían novia, a mí me gustaban más las fiestas. A los doce años empecé a consumir marihuana y piedra, y un amigo de la colonia me invitó a ser puntero; es muy fácil, nada más te las dan hechas [las bolsas de droga], te dan doscientos envoltorios de piedra y las tienes que vender, si era mucha, te daban plazo de dos días y un radio para estarte reportando. También mis primos le entraron a la venta de droga, poco a poco nos soltaron más cosas, hasta nos prestaban unos fusiles AK .47 y AR-15, de esos que son como para la guerra.

Tenía que vender la droga y avisar constantemente cómo iba la venta. En ese tiempo todavía estaba en la escuela, pero como me cacharon en mi movida, me expulsaron cuando iba en primero de secundaria.

Ya ni regresé a la escuela, me dediqué a trabajar como puntero por casi dos años. Cuando cumplí quince me ascendieron a sicario. Recibía quince mil pesos quincenales, siempre y cuando cumpliera con mi cuota de -al menos- un homicidio a la quincena, ya si te echabas más pus te subían el sueldo. Para mí, ser sicario era lo mejor, hacía lo que quería, tenía el valor para hacerlo. Me gustaban las armas, lo agarré como lo mío. Para ser sicario tuve que tomar un entrenamiento de seis meses en el que me enseñaron a usar armas, aunque eso es fácil, nomás es que le atines; también me pusieron pruebas como correr, hacer lagartijas con peso, correr con chaleco antibalas y casco, así varias cosas. A otros los enviaban al desierto para que sobrevivieran como pudieran, pero sólo a aquellos que el cártel creía que sí lo podían hacer, a ellos los entrenaban para un grupo aparte, eran sicarios de otro nivel.

Debíamos respetar diferentes reglas para ingresar al cártel, la más importante era que teníamos que quedarnos callados con todas las actividades que hacíamos. Otras reglas eran mantener un bajo perfil para no ser detectado con facilidad y no divulgar información, por mucho que te torturen.

Nos escogían dependiendo las habilidades que teníamos, sin importar la edad, es que tienes que saber catalogar a la gente, no vas a agarrar a cualquiera porque luego, luego te va a poner, hay que buscar que tengan malicia. Por eso, antes de aceptarnos, nos mandaban a realizar alguna tarea, un robo o un asalto, como para probarnos, ya después el comandante decidía si entrabas o no.

El entrenamiento también dependía de las actividades a las que te iban a mandar, porque depende mucho para qué municipio y a qué Estado vas, eso influye porque, por ejemplo, en los fronterizos está más difícil, es más peligroso y más infantería. El mío fue más de pistolas, policías y velocidad, eso porque iba a un lugar más local. Mi grupo era sanguinario, así tiene que ser, sicario quiere decir sanguinario. Mi trabajo era secuestrar a miembros del cártel contrario, sacar información, descuartizarlos y colocar mantas para amenazar a otros.

Lo más difícil, para mí, fue estar lejos de mi familia, sólo los veía cada dos o tres semanas, no me podía estar en un sólo lugar mucho tiempo porque me podían detener o secuestrar, además era un riesgo también para mi familia, por eso mejor los protegía de lejos, prefería no acercarme mucho ahí. Al principio les quise pasar dinero, pero ellos nunca me lo aceptaron, y me lo terminé gastando en droga, coches y fiestas. Sí extrañaba a mi familia, mucho, pero no me podía poner a llorar, me adapté y se me olvidó, a veces en las noches me acordaba, los extrañaba, pero me acostumbré.

Como el riesgo era mucho para mi familia, decidí abandonar mi casa e irme a vivir a una de las casas de seguridad del cártel, que al mismo tiempo eran usadas para guardar a los secuestrados o para hacer fiestas.

Durante el tiempo que estuve en el cártel, vi llegar a muchos chavitos, yo entré de doce, pero vi que las cosas habían cambiado, ahora entra puro de catorce o quince, ya no entran niños… o bueno, pus si tienen el valor, pus sí. Dentro del cártel sólo hay que portarse bien, seguir las reglas al pie de la letra y no meterte en pedos, es la única forma de salir con vida de ahí. Y también, si te portas bien, el cártel te recompensa, como le pasó a mi comandante, él entró muy chico, y cuando tenía veinte ya era “El” comandante, yo veía que tenía dinero, carros y mujeres, yo quería andar igual, siempre llevaba grupos como de colombianos, iba mucha gente, todos muy grandes, tenía muchas mujeres y dinero, era muy conocido ahí. Por eso mismo cambié mi forma de ser, me hice un chavo sin valores y sin respeto, la vida era muy diferente ahí.

Sin que te des cuenta, te vas metiendo más y más en ese mundo, escuchas la música que los demás escuchan, te vistes como los demás se visten, ¡hasta le rezas a los santos de los demás! Poco a poco ese lugar se fue volviendo mi hogar, y los demás sicarios, mi familia, nos cuidábamos entre todos, mientras unos estaban dormidos, otros estaban pilas afuera, cuidando de la policía. Eran como hermanos para mí.

Después de un tiempo como sicario, descubrí que podía sacar más dinero si me dedicaba a secuestrar por mi cuenta, ahí desobedecí una de las reglas del cártel que era no meterse con gente inocente y no operar sin autorización. Pero a mí no me importó, aunque eso sí, todo era por debajo del patrón, porque si se enteraba me podía meter en problemas. Cuando logré juntar una buena cantidad de dinero, empecé a dejar mi trabajo como sicario, me gustaba más el secuestro, me sentía más motivado porque ya no dependía de las órdenes de otra persona, yo me mandaba solito.

Me di cuenta de que, en los secuestros, las mujeres son más útiles, ellas se encargan de acercarse a las víctimas y sacarles información, veían si era una persona de dinero o con un negocio, le pedían trabajo, sacaban información de dónde vivía, qué carro tenía, si tenía dinero, cosas de oro, y demás.

Yo sabía cómo meter presión sin necesidad de matar o gritar, eso me lo enseñaron en mi entrenamiento como sicario, y lo aplicaba en los secuestros. Veía el secuestro como un ingreso extra, porque no teníamos un sueldo fijo, todo dependía de si era un secuestro común o uno exprés. En el primero, por ejemplo, se pedían hasta dos millones de pesos por rescate, en el segundo era una cantidad más pequeña, como de quinientos mil pesos. Eso sí, si no quieres que te maten, tienes que pagar, en el caso de uno exprés te pueden soltar ese mismo día o al otro, en el caso de uno normal se da al menos una semana para entregar el dinero. Nosotros no teníamos a las víctimas por mucho tiempo, era peligroso.

Sabía que no debía involucrar a cualquier persona en mis negocios, menos a allegados a mi familia, pero un día vino un conocido a pedirme un paro, necesitaba dinero urgentemente y la verdad me dio pena el pobre. Le di un lote de droga para que la vendiera, pero el muy cabrón se desapareció por un tiempo. La indicación de mi comandante fue que lo encontrara y lo matara, y así lo hice, por eso me detuvieron, yo me entregué solo, porque iba con mi papá cuando me detuvieron.

Actualmente, estoy en un centro de internamiento por homicidio calificado, traigo una pena privativa por cinco años. El cártel no pudo ayudarme, andan muy amolados porque apenas mataron a muchos de los miembros.

Cuando salga, quiero irme a vivir a otro lado, olvidar todo y recuperar el tiempo perdido. Aquí estoy terminando la prepa, y sé que, si quiero, puedo ser alguien en la vida, ya fui de lo peor, ahora quiero ser de lo mejor, que mi familia diga un día: “Éste fue el que nos sacó más problemas, pero pudo hacer las cosas bien”. Admiro a mis hermanos, ellos sí estudiaron e hicieron las cosas bien. Agradezco que, a pesar de todo, mi familia me apoya y me motivan a seguir estudiando y a componer mi vida una vez que salga de aquí.

Sé que no va a ser fácil, a lo mejor el cártel me vuelve a buscar una vez que salga, y aunque diga que no, me pueden obligar, porque tengo mucho conocimiento y soy una pieza clave. Pero de veritas que no quiero regresar ahí, me arrepiento mucho del camino que escogí, pero sé que puedo tener una nueva vida, todo lo que hice fue por querer ser como ellos, mis enojos, mis impulsos, la droga me hacía sentir así. Ahora sólo quiero estar con mi familia, ya no quiero estar preso…

¿No les ha pasado que quieren regresar el tiempo? Me gustaría regresar a cuando era niño, cuando era bueno, porque nada más hay dos cosas importantes en la vida: la salud y la libertad, si no tienes una no tienes la otra.

Braulio

Tengo dieciséis años y soy de Ciudad Victoria, Tamaulipas. No considero que sea una persona a la que le hayan puesto mucha atención de niño, mi papá nunca nos hizo caso, nos manda dinero cada que se acuerda, pero como quiera no necesito nada de él, mi mamá siempre nos ha sacado adelante. Mi mamá es bien trabajadora, es enfermera, ella es la que sí estuvo al pie del cañón conmigo. Pobre de mi jefa, le ha ido como en feria, casi todos los novios que ha tenido le han pegado, me acuerdo que una vez uno la golpeó muy fuerte, pero yo la defendí, le regresé el golpe con una escoba. Ahorita ella encontró a un hombre bueno, mi padrastro nos trata bien y la llevamos chido.

Siempre estuve en contacto con la delincuencia; mis primos, o vendían droga, o eran sicarios, además, uno de mis tíos era de los grandes dentro de los Zetas, pero un día lo detuvieron y hoy anda cumpliendo sentencia. Pero a pesar de todo, no creo que mi familia haya sido la que me metió en esto, no es que me hayan llevado, a mí también me gustó, por eso entré.

Cuando tenía doce años fue cuando de plano me descarrilé, probé la marihuana y la cocaína y de ahí me enganché; y cuando menos me di cuenta, ya era parte de los Zetas, ni yo sé cómo le entré, yo nada más andaba con unos camaradas, les hacía favores y los acompañaba, y cuando vi, ya andaba adentro, y ni cómo salirme. Yo era el que repartía la droga. Llegaba la mota, los kilos, y me iba en mi motillo con toda mi tropa a repartirla a los puntos, podían ser tiendas de abarrotes, farmacias, casas o cualquier otra cosa. Yo repartía en treinta puntos y hacía otros trabajos que me pidieran, casi siempre de castigar gente, tableaba gente, vatos que debían les metía leña, de diez hasta quince leñazos, sí me gustaba pegarles.

A la par de mi trabajo en el cártel, trabajaba como albañil para que mi mamá no se diera cuenta de que yo andaba en malos pasos, así si preguntaba que de dónde salí el dinero, le decía que de mi trabajo como albañil. De los cinco mil pesos que ganaba a la quincena le daba a mi mamá para que comprara comida y la despensa. Tiempo después me vio con una pistola y supo en lo que estaba metido, y pues sí lloraba todos los días.

Tenía catorce años cuando me uní al cártel, pero no era el más chico, había niños de diez años, once o doce años, pinches morrillos ya andaban con el radio halconeando los huerquillos. Yo les decía que mejor se pusieran a estudiar pero pus también les encantaba estar ahí de halcones. Y al cártel le conviene tener a puro chamaco en sus filas, porque si los llegan a detener, nomás les dan tres o cinco años a lo mucho. Yo he visto a niños de diez años pidiendo entrar al cártel como sicarios, morros que sí se meten a matar, los huerquillos ahí mismo dicen: “Yo quiero matar gente”.

Después de un tiempo me quise salir, pero no pude, si no seguía jalando pus me iban a chingar a mí y a mi mamá, y así ni cómo; por eso pensé en esperarme a que mataran a mi mando para poderme salir, o también pensé en que ya me agarraran, yo sentía que afuera ya no iba a durar, le decía a mi mamá que quería estar encerrado un tiempo, y pues gracias a Dios aquí estoy.

Actualmente, estoy privado de mi libertad por narcomenudeo y robo con violencia, me dieron dos años de medida privativa de libertad por lo del narcomenudeo y sigo en espera de mi sentencia por robo. Quién sabe cuánto tiempo más esté aquí, pero la verdad no me preocupa, tengo esperanza de que a lo mejor mientras esté aquí maten a mi mando allá afuera y por fin pueda salir de este desmadre, quiero salir, seguir estudiando, acabar la prepa para poder trabajar.

Arturo

Nací en Ciudad Mante, en la Huasteca Tamaulipeca, y a los trece años empecé a trabajar para la delincuencia organizada. De niño vivía con mi abuela y su pareja. Mi mamá trabajaba vendiendo dulces en la calle, era muy humilde; pero como no me podía mantener, me dejó con mi abuelita cuando yo era bebé, por eso digo que mi abuelita es mi mamá.

Mi abuelita y su novio eran muy buenos conmigo, él me crió junto con mi abuela, me enseñó muchas cosas, lo que más me gustaba era cuando íbamos a pescar, cuando tenía tres años saqué mi primer pescado, estaba re emocionado.

Mi abuelita me llevaba a la escuela, me revisaba las tareas y siempre estuvo muy pendiente de mí, fui muy feliz en ese tiempo. Cuando cumplí ocho años mi mamá regresó por mí y me obligó a irme a vivir con ella, mi padrastro y mi medio hermano. Yo me enojé mucho, porque pus la verdad prefiero más a mi abuelita, ella me crió desde chiquito, y mejor; después de un año me regresé con ella y sólo veía a mamá de vez en cuando.

Con mi padrastro y mi hermano me llevaba bien, nos íbamos a pescar al canal, a los ríos, sólo nosotros tres. Aunque a veces me llevaba nomás a mi hermano, estaba chiquito, pero a él le gustaba pescar también. Como mi mamá se mudó cerquita de casa de mi abuela, a veces mi padrastro me llevaba a la escuela, desde quinto año hasta primero de secundaria. Me di cuenta que en mi casa no había dinero, y que mi abuelita se las veía duras para mantenernos, yo tenía como once años y andaba limpiando vidrios pa’ sacar dinero pa’ mí y mi abuelita; mis amigos a veces se reían de mí, que porque trabajaba de eso, pero yo nunca me avergoncé, era trabajo honesto, además, traía más dinero que todos ellos, sacaba doscientos pesitos y le daba dinero a mi abuelita, la mitad a ella y lo demás lo usaba para comprarme cuadernos, dulces, cosas que se me antojaran.

Con el tiempo me empecé a aburrir de la escuela y me salía para irme al río con mis amigos. Mi abuela me regañaba, pero a mí no me importaba, me valía, a veces agarraba la onda de que tenía que hacerle caso porque ella me cuidaba, pero después me valió otra vez. En una de esas escapadas al río probé la marihuana por primera vez, me la ofreció un amigo, estuvimos todo el día ahí, fumando. Cuando regresé a mi casa, mi mamá se dio cuenta que estaba drogado y nada más me dijo: “¿Yo qué te puedo decir?, de bien chamaca también probé esas cosas, no te puedo dar un buen ejemplo porque también soy marihuana, yo también lo hago, nada más no lo hagas enfrente de la familia”.

Poquito tiempo después, como a los doce años, abandoné la escuela. Me la pasaba en la calle limpiando vidrios y con el dinero compraba droga. Un día conocí a un grupo de chavos que trabajaban halconeando para los Zetas y me uní a ellos. Busqué a un amigo para que me metiera de manera oficial al cártel, pero no quería, me decía que no porque conocía a mi mamá y porque me apreciaba, que no iba a poder estar en ese ambiente, que me iban a matar y que mejor no me metiera. Yo lo amenacé, le dije que lo iba a “acusar” si no me daba chanza, pero él nomás no quiso. Busqué a otro amigo que también andaba metido en la delincuencia y él sí me dio chanza, después me di cuenta que ese no era mi amigo. Si hubiera sido mi amigo no me hubiera dado el trabajo.

La primera actividad que me encomendaron fue ayudar a otro chavo a vender droga, estuve así cuatro o cinco meses, pero me cansé porque ganaba bien poquito ahí, me daban cinco pesos por cada bolsita que vendía, era casi nada. Busqué que me subieran a sicario, yo decía que, si iba a andar arriesgándome, mejor me arriesgaba en otra cosa que ganara más. Los jefes aceptaron, pero en cuanto me metí a trabajar con ellos me dijeron que cuando me quisiera salir, me iban a matar a toda mi familia, por eso decidí atorarle, no había marcha atrás.

Me dieron una diestra [entrenamiento] de siete días, me llevaron al monte, me enseñaron cómo usar las armas y cómo matar gente. Aprendí a armar y desarmar fusiles AR-15, pistolas, cuernos de chivo, de todo. Ahí adentro ya estaba en juego no sólo mi vida, sino la de mi familia, y ni modo, le tenías que echar ganas, atorarle, te decían: “Si no matas tú, nosotros te vamos a matar a ti”, y pues así es más fácil hacer las cosas. Llevaban a mucha gente de la contra para que practicáramos con ellos, nos decían que los matáramos y uno nomás tenía que meterles el machete, estaba fácil. Bueno, fácil para algunos, porque hay otros que nomás no pueden, entonces los mismos del cártel les metían un plomazo [balazo] en la cabeza: “Así no sirve”. La primera vez que tuve que matar a alguien lo hice rápido, sí pasé la prueba. Lo hice porque quería salir adelante de todo esto, por mi mamá, mi abuelita y mi hermano, decía: “Si no le echo ganas me van a matar y mi mamá ya no va a saber nada de mí”, era lo que tenía en mi mente, eran mi motivación y cada que pensaba en ellos le echaba más ganas.

Como mi entrenamiento duró bien poquito, yo me sentía inseguro, les pedí que me regresaran a Mante y me enviaran a otro entrenamiento, éste duró tres meses; ahí ya estuvo más completo, me enseñaron a usar muchas más armas, hasta granadas había. El entrenamiento nos lo dieron unos soldados, uno era de Irak y el otro de México. Para la prueba final nos grababan mientras realizábamos diferentes pruebas como colocarnos en determinada posición y agarrar el arma, hacer el reloj, que consiste en girar de acuerdo a la hora que nos dijeran, para la izquierda eran nuestras nueve y la derecha las tres, enfrente eran nuestras doce y atrás eran nuestras seis. Para esta prueba nos daban dos oportunidades, si la cagabas en las dos, te mataban. De cinco chavos que iniciaron el entrenamiento, nomás cuatro sobrevivimos.

Lo primero que hice al regresar del entrenamiento fue ir a ver a mi abuelita y a mi mamá, cuando me preguntaron dónde había estado, tuve que decirles la verdad, ya andaba en malos pasos y no había vuelta atrás, me puse a llorar ahí, mi abuelita lloraba conmigo, mi mamá también, pero ni modo.

Tenía la orden de vigilar la ciudad de la contra, de narcomenudistas y delincuentes, el pueblo nos hablaba para ir por algún roba vacas o para cuidar los terrenos. Los del cártel tenían buena relación con la gente del pueblo, cada quincena que recibían su salario, con una caja grande de despensa, la juntaban para dársela a la gente más necesitada, sólo procuraban que fuera en las noches, cuando ya nadie los estaba vigilando.

Dentro del cártel hay diferentes puestos, el más bajo son los halcones, ellos se encargan de reportar a las centrales de los movimientos del gobierno o de la contra. Las centrales andan en motos y apoyan en el patrullaje de la zona, reportan la actividad a los operativos, es decir, a los sicarios, quienes ejecutan las órdenes de un comandante. Cuando trabajaba como sicario ganaba doce mil pesos a la quincena, que subían a quince si hacía bien mi trabajo y el comandante se portaba generoso. El dinero que ganaba lo repartía entre mi abuelita, mi mamá y mi novia, con quien me había juntado.

Yo quería mucho a mi novia, nos conocíamos desde chamacos, empezamos a andar desde antes de que yo me metiera a trabajar en esto, nunca me ha dejado solo. Un tiempo anduve malo de los pulmones, no sé bien qué tenía, pero no podía respirar, el doctor me dijo que no podía fumar nada de nada, pero yo era bien necio, llevaba a mis compas a la casa y nos la pasábamos fumando marihuana. Un día mi novia me reclamó y casi casi le pego, nunca le había pegado, pero ese día me enojé porque había corrido a mis muchachos de la casa, si no es por un amigo que me detuvo, no sé qué hubiera pasado. Nomás ese día la violenté, por así decirlo, nunca le puse una mano encima, lo único que sí le controlaba era que no anduviera saliendo cuando yo no estaba, pero era por su seguridad, no por otra cosa.

Varias veces me detuvieron, la policía ya me tenía vigilado, una vez iba con un compa, él iba manejando la moto, pegó contra una camioneta y salimos volando, yo todavía traía el cuerno de chivo en la mano, nos venían correteando los del gobierno; me quise defender, pero la policía disparó primero, me di cuenta que mi compa ya estaba muerto y cuando quise escaparme, ya no pude. Me detuvieron y me torturaron para que soltara información sobre el cártel, querían que les dijera dónde estaban las casas de seguridad y quiénes eran mis patrones, pero yo no dije nada, me acordé de los videos que me enseñaba el comandante cuando mataban y quemaban a los soplones, por eso yo no dije nada. En las torturas fui quemado, cortado y golpeado por agentes de la procuraduría, pero de veritas que no dije nada.

La segunda vez que me agarraron tenía quince años, mi novia estaba embarazada de cuatro meses. Llegaron los policías a casa de mi abuela y nos agarraron a mí y a mi novia, yo les decía que ella no tenía nada que ver, pero aun así la detuvieron. Nos llevaron a un cañaveral, me daban de patadas, me hicieron varias cosas porque yo aguantaba. A mi novia también la golpearon los hijos de la chingada. A mí me torturaron, me amenazaron con que me iban a mochar [cortar] la cabeza, pero como no les decía nada, me cortaron una oreja. Después de un rato de estarnos golpeando, nos soltaron, pero el daño ya estaba hecho, cuando llevé a mi novia al doctor nos dijeron que había perdido al bebé por tanta patada que le dieron.

La tercera vez que me detuvieron iba saliendo de mi casa, estaba en mi día de descanso y había un partido de fútbol, quise aprovechar para echarme una cascarita [partido de fútbol informal]. A los pocos minutos me encontré con un grupo de policías, me gritaban, pero yo no les hice caso, me regresé a la casa y dejé mi arma, ya me iba a quedar en mi casa cuando vi que llegaron los estatales. Me llevaron al Ministerio Público, pero ahora sin golpes, llamé a mi novia para que me fuera a sacar y todo fue rápido, nomás pagamos mil pesos de fianza.

El cártel para el que trabajaba sólo se dedicaba al narcotráfico, nada de secuestros o extorsión, incluso sólo teníamos permiso de matar si había una orden directa, cuando teníamos a alguien amarrado, por ejemplo, a una muchacha, y la orden era no tocarla, teníamos que cuidarla y estar grabando todo el tiempo, el comandante se enojaba y nos pegaba si les hacíamos algo.

Tampoco nos dejaban andar de novios con las parejas de los otros compañeros, es que una vez hubo una muchacha que le tiraba el rollo a un compañero, luego a otro y a otro, hasta que en una de esas se pelearon entre ellos, se encañonaron. Me acuerdo que yo les quité las pistolas y le avisé al comandante, la castigaron, le pegaron, le dieron como treinta tablazos pa’ que se educara y le prohibieron acercarse.

Yo obedecía al comandante y nada más, porque luego, como me veían chamaco, me querían mandar y pus no, una vez la esposa del comandante me quiso mandar a matar a una mujer que se había metido con el comandante, yo me enojé porque en ningún momento ella me estaba pagando para que hiciera eso. Cuando mi comandante lo supo me dijo que ni modo, que había que ejecutar la orden, pero yo seguía enojado y no lo quería hacer, me llevé a otros dos sicarios pa´ que lo hicieran, les dije que le metieran un balazo y ya, pa’ que no sufriera, ellos tenían que hacer el trabajo y yo estaba haciendo guardia, pero los cabrones no hicieron caso, la golpearon y abusaron de ella, luego la apuñalaron. Yo pensé en ayudarla a escapar, pero no podía, si quería que las cosas salieran bien para ella, tenía que matar a mis compañeros, pero si mataba a mis compañeros, el cártel me mataba a mí, así que mejor no hice nada.

Cuando la íbamos a tirar, vi que la policía andaba rondando, creo que alguien dio el pitazo [denunciado]. Les dije que corrieran y la aventaran al río, pero la dejaron amarrada, toda navajeada. Yo me pude escapar, pero una semana después me agarraron en la calle, me esposaron y me dijeron que estaba detenido por secuestro e intento de homicidio agravado, me dieron cinco años.

A los tres meses de que a mí me detuvieron, mi mamá desapareció, primero me dijeron que se la habían robado, la verdad los que se la llevaron de mi casa fueron los estatales, se la llevaron de mi casa arrastrándola, ya no supe de ahí más, ni qué fue lo que pasó. Unos dicen que dizque delató a un chavo que andaba jalando [trabajando] conmigo; otros que por una deuda que tenía con el cártel; también dicen que porque un día se peleó con una señora, esposa de un reclutador, y que la fueron a buscar a mi casa pero ahí estaba yo, y como el vato me conocía, le daba culo [miedo] hacer algo si yo estaba libre, a lo mejor por eso se esperaron a que me encerraran.

Yo hice muchas cosas, vi muchas cosas, he visto cómo se muere la gente y me pongo a pensar que a mi mamá le pasó lo mismo, se lo trato de hacer ver a mi abuela, pero es muy difícil.

En el centro [de internamiento] retomé mis estudios, acabé la secundaria y ahora quiero hacer la prepa. Me gustaría trabajar en algo para apoyar a mi hermano, más ahora que se quedó sin mamá, se siente feo andar ahí y no tener a nadie. Aquí tengo varias actividades, participo en la escolta, trabajo en el taller de costura y ayudo al mantenimiento del centro de internamiento. Las tardes las paso jugando fútbol, volleyball y basketball.

A veces pienso que yo tuve la culpa de la desaparición de mi mamá, por eso trato de ser mejor ejemplo para mi hermano, él apenas tiene ocho años, no me gustaría que echara a perder su vida, le digo que no tome las mismas decisiones que yo, esto no es un juego, y una vez adentro, ya no hay vuelta atrás, todo tiene consecuencias.

Gerardo

Llevo en internamiento tres años por secuestro y homicidio calificado, en un año salgo, primero Dios. No es la primera vez que me detienen, cuando tenía dieciséis estuve preso por robo con violencia, nomás que ahí no me dieron tantos años. Aquí adentro estoy terminando la prepa y trabajo repartiendo alimentos en la cocina del Centro [de internamiento].

Con mis papás casi no tengo relación, ellos trabajaban todo el día y yo me la pasaba en la calle, no me ponían mucha atención, por eso mismo no se dieron cuenta cuando yo empecé en los malos pasos. A los catorce años me involucré con la delincuencia organizada, es muy fácil entrar, nomás le dices: “Quiero trabajar, ¿cómo le hacemos?”, y ellos [el cártel] apuntan tu nombre y tu edad, esa información la pasan arriba y ya te ponen a trabajar. Y depende, si estás en casa de seguridad, te llevan a una casa; si trabajas en el monte, te llevan al monte o al adiestra; y si no das el ancho, te matan.

Yo no llevé ningún tipo de entrenamiento en especial, todo lo fui aprendiendo en la marcha, en ese entonces ya había dejado de estudiar y mi único trabajo era con el cártel, entonces aprendí rápido.

Todavía me acuerdo de la primera vez que maté a alguien, me dijeron: “Vamos a jugar con él, a torturarlo” y pues así fue, me dijeron que podíamos hacerle lo que quisiéramos, que de todas maneras se iba a morir, entonces yo agarré una piedra y se la quebré en la cabeza. Así soy, si no te debo nada pues buena, pero en el trabajo es diferente, si no lo hago pues me van a matar a mí, así que mejor los mataba.

Yo me metí en esto porque la verdad quería andar entre el desmadre, me gustaba el dinero y pues aquí estoy. Estar dentro del cártel significaba tener un trabajo, y como en todo trabajo había reglas, aquí era no matar niños, con los morritos no nos metíamos, los que sí eran cabrones eran los SEDENA, ellos no respetan, son unos animales.

Yo nomás mataba a miembros de grupos contrarios, y eso porque era mi trabajo, si matabas a alguien te daban un bono, si matas a algún sicario o alguien que valiera la pena, te daban algo extra, droga o armas.

Durante el tiempo que estuve trabajando para el cártel estuve presente en varios enfrentamientos, es estar siempre en guerra con los otros por la plaza o contra el mismo gobierno, y en la guerra siempre gana el que tenga más dinero. Todo eso sí me afectó, aunque no parezca, seguido sueño con los muertitos que traigo cargando.

A veces me dan ganas de querer volver el tiempo y no haberme metido en estas cosas, me hubiera gustado pensar mejor las cosas… Hoy mi mayor deseo es reencontrarme con mi hija, ella nació poquito después de que me detuvieran, ahorita tiene tres años, ella es mi motivo para salir de aquí.

Beto

Nací en San Fernando, Tamaulipas. Crecí con mi mamá, mi papá y mi hermana. Mi jefa [madre] era una mujer cariñosa, siempre buscando cómo sacarnos adelante. En el pueblo donde vivo las cosas han cambiado mucho, me acuerdo que antes de la guerra entre cárteles las cosas eran mejores, no había tanta violencia, no como ahora, que las cosas están cabronas, incluso peor que en Matamoros, lo sé porque de morrillo nos fuimos un tiempo para allá, yo veía cómo las calles estaban llenas de mafiosos y pandillas.

Mi papá, desafortunadamente, cayó en las drogas, primero empezó con pase [cocaína] y luego se empezó a empiedrar [consumir piedra], ya era otro, a veces se desaparecía por semanas o meses, y cuando regresaba peleaba mucho con mi mamá, nunca miré golpes, pero sí intenciones.

Éramos pobres, la verdad, pero aun así no nos faltaba nada, mi mamá siempre estuvo al pendiente para que mi hermana y yo siguiéramos estudiando y fuéramos personas de bien. Cuando tenía nueve años mis papás se separaron y él [su papá] siempre iba a la casa a quitarle dinero a mi jefa, ella es la que nos daba todo, por parte de mi papá nunca tuvimos nada, nunca hemos tenido protección de él.

Tiempo después mi mamá decidió que nos íbamos a regresar a San Fernando, más que nada para alejarnos de mi papá, pero las cosas no estaban tan bien, nos faltaba el dinero. Mi jefa nos daba todo el apoyo y a mí no me gustaba verla batallar, como me di cuenta de que no había dinero mejor me salí de estudiar, apenas acabé la primaria. Y eso que sí me gustaba ir a la escuela, pero necesitaba trabajar y ni modo. Mi jefa no estaba de acuerdo, pero yo ya había tomado una decisión.

Empecé a trabajar con mi mamá en los cruceros [de las calles] como limpiaparabrisas, pero ni así nos alcanzaba el dinero; me metí a vender flores y a buscarle otras formas de sacar lana [dinero]. Durante un tiempo me fui a Matamoros con mi abuelita porque mi mamá se encontró un novio y yo como que no estaba tan a gusto; regresé a la escuela y por un tiempo estuve tranquilo, pero de nuevo nos quedamos sin dinero y tuve que salirme de la escuela.

Me regresé con mi mamá y vi que el pueblo había cambiado, habían llegado otras gentes, eran de la maña [delincuencia organizada], todos morros, pura huercada [niños], estaba lleno de eso San Fer. A fin de cuentas, donde quiera que salieras te los topabas y terminabas haciendo amistades con ellos, así empecé porque la casa de mi mamá estaba cerca de una casa de secuestrados. Las cosas pasaron muy rápido, la guerra ya había empezado, se peleaban por la plaza, no podías andar a la hora que quisieras en la calle, yo estaba huerco [niño], pero a mi edad yo veía que andaba la maña ahí, yo miraba acá a toda la raza, todos encuernados [armados], como quien dice.

Con el tiempo me fui haciendo amigo de toda esa raza, no había de otra, a veces me relacionaba con raza de diecinueve, veinte años, todos eran más grandes que yo, cotorreábamos [nos divertíamos] acá ¿vea?, pero de repente ya no era el cotorreo, era andar tasqueando [ir de bar en bar], ya casi no le hacía caso a mi jefa, me empezó a gustar el desmadre. Nos juntábamos en un depósito de cerveza que estaba por ahí cerca, éramos como veinte huercos ahí, pero todos tranquilos, nadie se metía en problemas. Sin darme cuenta, el depósito se había convertido en un punto de venta de droga, y ahora sí, como dicen, el destino es el destino, cuando te toca, te toca, y a mí ya me estaba llamando eso de las drogas…

Me llevé a mis amigos a trabajar en los cruceros conmigo y empecé a ver cómo cobraban cuotas por el derecho de piso, eso me llamó la atención, porque tenía amistades que estaban igual que yo, jodidos y sin trabajo, y en una semana o quince días ya habían cambiado, andaban bien arreglados, con un chingo de feria [dinero], y yo me quedaba de: “¡Ah, cabrón!”, les preguntaba que en qué andaban, pero ellos me decían que todo bien, que en nada malo, a la mera hora me enteré que andaban jalando [trabajando] con los Zetas.

No tardaron mucho en reclutarme a mí también, ellos buscan raza, así como uno, puro morrillo, te hablan chido y te convencen, el jefe de plaza es así al principio, a base de pura terapia te jalan. La primera vez que me involucré en un delito tenía trece años, no sabía nada, nada más me dijeron que si los acompañaba y como eran amistades les dije que sí, y pues nos fuimos a robar unos carros. Como eran mis amigos no le vi nada de malo, se me hizo como una travesura más, íbamos en el mismo carro y no tuve miedo.

Después ya jalaba seguido con ellos a robar, recibía nueve mil pesos a la quincena, al principio sólo le entraba al robo de los carros, ellos, aparte, secuestraban a la gente, si era alguien “pesado”, nos alivianaban con $500,000 pesos, que repartíamos de a $20,000 por cada uno. Yo sabía que mis amigos eran sicarios y estacas de un cártel, nuestro trabajo era entregar los carros y la gente, y ellos [el cártel] se la quedaban, como quien dice, ellos se encargaban. Al poco tiempo me detuvieron a unas cuadras de donde vivía mi mamá porque nos encontraron unos carros robados, pero a los tres días el cártel pagó para que me sacaran. La policía y la delincuencia organizada siempre han tenido nexos, ellos [la policía] miraban, pero se hacían el ojo tuerto y se acabó, además les daban feria si les entregaban a miembros de cárteles enemigos o si les pasaban información.

A los dos meses me ascendieron dentro del cártel, mi segunda función fue trabajar ya de operativo, andaba todo armado, mis funciones eran secuestrar miembros del cártel contrario y defender la plaza, recibía un pago de $20,000 pesos a la quincena, más viáticos. Cuando entré me enviaron a Zacatecas a recibir entrenamiento, casi siempre dura tres meses, máximo, pero te dan seis [meses] cuando ya te van a mandar a un lugar caliente [peligroso], el entrenamiento te lo dan los mismos marinos. Cuando te va mal, el adiestre [entrenamiento] dura quince días nada más, ahí está cabrón porque son menos probabilidades de sobrevivir, no estás bien preparado. Ellos [el cártel] se dan cuenta para lo que sirves, si quieres ser sicario te dicen que le degolles la cabeza a uno de los contras y lo tienes que hacer, sacarle el corazón y entregárselos o cosas así; yo nomás miraba cómo lo hacían, pero no metía mano. A mí me mandaron a trabajar armando fusiles AR-15, chalecos, cargadores y armas cortas, tenía catorce años y estaba listo para matar.

Para ese entonces ya andaba en la mira de la justicia, por eso me tuve que salir de la casa de mi mamá, iban a buscarme, traían fotos y mi mamá me preguntó qué andaba haciendo y pues le tuve que decir: “Hablando claro jefa, ando torcido”. Me mudé a una casa de seguridad que era propiedad del cártel, ahí llevaban a las personas que secuestraban. Mi mamá como que se resignó, sabía que no me podía salir así nomás de mis asuntos, lo que más le dolió es que ya la veía muy poco, siempre andaba fuera.

En mi nuevo cargo me dieron a varias personas para mover, pero andaban todos chemiados, resistoleados [drogados] y así no jalan, me sentía inseguro. Le pedí al jefe que me bajara de puesto a central, que es el encargado de vigilar a los halcones, quienes reportan la presencia del gobierno o de los contras. Me dedicaba principalmente al secuestro, extorsión y al narcotráfico.

En el cártel había reglas, cuando se trataba de secuestros, la regla era llevarse sólo a los adultos, a los niños se les respetaba. Las víctimas principales, además de los miembros del grupo contrario, eran personas que vinieran de Estados Unidos, teníamos guardias que nos avisaban que iba un carro particular con placas americanas, con tantos changos [estadounidenses] a bordo, te daban todas las características y los esperábamos más adelante. Si eran contras, no salían vivos, si no, nomás los secuestrábamos y en cuanto pagaban el rescate los subíamos a un autobús para que se fueran.

Dentro del cártel conocí a muchas personas, había una morra de catorce años, ya la mataron, pero estaba bien loca, ella llegó a mochar chompas [cabezas], cocinar a la gente, hubo dos o tres eventos en los que agarré balaceras con la morra, es que en el grupo todos somos iguales, sin importar la edad o el sexo, todos somos sicarios, no porque uno tenga diez años no lo va a ser. Varios morros tenían tatuada una “Z” en el cuerpo, en honor al cártel, yo no me la alcancé a tatuar. Le rezábamos a la Santa Muerte, y uno que otro al chamuco [Diablo].

Al principio, los jefes se hacen dizque tus amigos, te prometen seguridad y que nunca te van a dañar, pero ya cuando andas trabajando no es igual, porque la amistad se queda a un lado, ya nada más se trata del trabajo, y si la cagas, la limpias. Los castigos eran varios, pero casi siempre te amarraban y te daban una chinga [golpiza], tablazos de desayuno, comida y cena, te comías diez, doce tablazos en cada comida, y ese castigo podía durar de semanas o meses. Una vez me tuvieron amarrado cuatro días, me fue bien porque casi no me pegaron, a veces esos castigos hasta te costaba la vida.

Yo seguía bien inseguro, aunque ya me habían cambiado de puesto, estaba intranquilo, y como una de las reglas era que, una vez adentro, ya no se podía salir, pues peor. Por eso un día aproveché que uno de los mandos andaba distraído y me le escapé, era la única forma de salir de ahí, desaparecer. Me regresé a Matamoros con mi papá, pero el destino nomás no estaba de mi lado, me agarró el otro cártel, me levantaron y casi me iban a matar.

Estuve secuestrado durante tres días, me torturaron hasta que dieron la orden de que me llevaran a la cocina, que era donde te mataban y te quemaban, pensé: “Hasta aquí llegué”. Pero cuando me estaban llevando a la cocina, se encontraron con la Marina y se agarraron a balazos, después, los marinos me encontraron y me soltaron, estaba con las manos amarradas, golpeado, todo morado y lleno de sangre. Hicieron una investigación, pero yo no podía decir nada, no me convenía, si mi cártel sabía que yo cantaba [delataba], me mataban.

Me fui otra vez a Matamoros donde me reencontré con viejos amigos, quienes me invitaron a brincar [pasar de manera ilegal] gente para Estados Unidos, era buen negocio, lo que ganaba en el cártel en una quincena, brincando gente, lo ganaba en una hora. Me daban 100 dólares por cada persona que cruzara, y en cada viaje cruzábamos como a diez, en un mes cruzamos cuatrocientos cincuenta ilegales. Estaba más tranquilo trabajando ahí, el único peligro era ahogarme, pero eso no era nada con lo que había vivido antes.

Cuando pensé que ya me había salvado, un día me agarran y me detienen por el secuestro y homicidio de un huerco que yo ni conozco, a mí me lo aventaron, pero yo no fui, yo estoy consciente de todo lo que hice, pero en eso no tuve nada que ver, se me hace muy injusto.

Pero ni modo, aquí estoy y trato de hacer las cosas bien, retomé mis estudios y ayudo con el mantenimiento del centro, cuando salga quiero trabajar por la derecha, ya no voy a regresar a Matamoros, me da miedo que me agarren y me maten, o que le hagan algo a mi familia. Mi mamá y mi hermana vienen a verme seguido, ellas también hablan conmigo y me han hecho ver las cosas de distinta manera, piensas, analizas, captas y hay muchas personas que no cambian, pero realmente yo siento que sí, sí me ha hecho efecto estar aquí encerrado un buen tiempo y pues, si hay que pagar, hay que pagar, y no tener nada contra a nadie. Me arrepiento de lo que hice antes, pero no puedo regresar el tiempo.

Gabriela

Tengo veinte años y soy de Ciudad Acuña, Coahuila. Antes de ser privada de mi libertad vivía con mi mamá y mi hermana menor, tengo otros dos hermanos mayores, pero ellos se fueron a vivir con mi papá cuando él y mi mamá se divorciaron. Para mí fue difícil separarme de mis hermanos porque a mí me gustaba mucho andar siempre en familia, todos juntos, los extrañaba mucho. También tuve otros dos hermanos mayores, pero se murieron de chiquitos por unos problemas en el corazón, tenían seis y siete añitos.

Me llevo muy bien con mi mamá, ella es bien luchona, está toda tatuada mi jefa [mamá], tiene mi nombre, el de mis hermanos y hasta el de sus nietos en la piel. Ella nos ha sacado adelante a todos, la admiro mucho, vendía ropa de paca que llegaba de Estados Unidos y con eso nos daba de comer a todos.

Mi mamá tuvo un novio, era muy bueno, lo quise mucho, le decía que era mi papá, me decía que yo era muy inteligente, que tenía que ser policía o abogada, que no me fuera por los malos pasos, que no consumiera drogas y cosas así. Me daba muchos ánimos, que él iba a trabajar mucho para que yo tuviera una carrera junto con mi hermana, pero cuando yo tenía unos ocho o nueve años, falleció en una balacera, de una bala perdida. A mi papá lo velaron en una funeraria, y me llevaron a que lo viera... yo no lo quería ver, pero me obligaron, pa´ que creyera que sí estaba muerto, yo creo, no sé qué ideas tenía mi familia.

Las cosas en mi casa se empezaron a poner pesadas, mi mamá ganaba nada más ochocientos a la semana y no era suficiente para mantenernos y aparte pagarnos la escuela, por eso yo nomás llegué a sexto de primaria, ya no quise estudiar, mi amá estaba solita y le teníamos que ayudar, me puse a buscar trabajo.

Cuando tenía quince años conocí a un güerito [estadounidense] que me andaba conquistando, ni hablaba español el güey, pero sus amigos le hacían paro traduciendo; él se dedicaba a pasar y vender autos americanos en México. El güerito le echó ganas y aprendió español, nos hicimos novios y yo quedé embarazada al poco tiempo, no me di cuenta hasta que tenía como dos meses, empecé a enflacar, enflacar, enflacar, así muy delgada, como muy acabada y me sentía muy mal, muy decaída. Cuando me enteré del embarazo me espanté mucho, me daba miedo que mi mamá me regañara, pero ella se puso muy feliz, me dijo que dejara esos pensamientos, que pensara que ya tenía un hijo, ya tenía una responsabilidad, que ella siempre me iba a apoyar y pues estaba mi hermana la chiquita y ella también siempre me apoyó, me decía: “Yo te voy a ayudar a cuidarlo si vas a trabajar, o sigue estudiando, para que seas alguien, yo aquí te apoyo”. Al papá de mi hija ya no volvía a ver, me alejé de él porque sabía que su familia no iba a estar de acuerdo con nuestra relación, yo no era nadie para él, por eso mejor me fui.

Odio a los soldados, los culpo por la muerte de mi papá, si ellos hubieran hecho su trabajo, mi papá estaría vivo, les tengo mucho coraje, los veo y me enojo. Mi mamá se dio cuenta y me decía que ya no les tuviera coraje, que ya lo que había pasado, había pasado, y que no iba a regresar a mi papá, que ya debía comprender ese punto, pero en ese momento no lo comprendí, a la fecha no puedo con eso.

A los quince años ya era madre soltera, necesitaba buscar un trabajo para sacar adelante a mi niña, así que me metí a trabajar con mi mamá en un negocio de comidas que tenía, ella hacía la comida y yo administraba el dinero. Pero yo quería más dinero, y cuando me contaron de lo que hacen los cárteles, pensé: “Chingón, así gano dinero y me vengo de los que mataron a mi papá”.

No fue fácil entrar, en los cárteles casi no aceptan mujeres, pero yo les demostré que era chingona, que podía hacer lo mismo que los hombres… y hasta mejor. Una vez que me aceptaron me mandaron a la diestra [entrenamiento], ahí te enseñan a tirar, a desarmar, te ponen a hacer ejercicio, los mismos militares son los que te enseñan eso. Como prueba final te ponen a matar a una persona, fácil, no sentí nada, sabía que tenía que hacerlo… o bueno, sí me daban pesadillas después, soñaba con la persona a la que había matado, pero nada más, ni remordimiento ni nada, más que nada fue la impresión.

Una vez adentro, le agarré cariño a mis compañeros, eran más grandes que yo y les hacía caso a todo lo que me dijeran. Me trataban bien en el aspecto de que me hablaban bien y hacíamos buen equipo, yo sentía que los debía proteger, pues soy una persona muy protectora, es una de las cosas que más me simbolizan, soy demasiado protectora y hago cualquier cosa por las personas, no necesito que alguien me proteja yo los cuido.

Empecé trabajando como sicaria, lo que más me gustaba eran las armas, y cuando aprendí a usarlas, me gustaron todavía más, mis preferidas son las armas cortas, son más efectivas, el cuerno de chivo y todo eso también está chido, pero es más estorboso. También me gustaba mucho cuando me mandaban a los enfrentamientos, sobre todo si era contra la Marina o los soldados, mi mamá sabía el coraje que tenía y mi respuesta siempre era: “Nada más voy sobre los que mataron a mi papá”, y ya no me decía nada, lloraba y no me decía nada. También si me los encontraba en la calle les disparaba, no importaba que nomás estuvieran ahí parados.

Durante los enfrentamientos me gustaba disparar primero, me daba miedo que los soldados se me adelantaran y me mataran; los comandantes ya me habían dado la orden de que no lo hiciera, pero como no hacía caso me castigaron, me quitaron el cargo de sicaria y me mandaron para otro Estado, lejos de mi familia, donde trabajaba como administradora. Yo digo que esa decisión la tomaron porque era mujer, decían que por mis hormonas no me sabía controlar y que estaría mejor alejada de las armas.

Me mandaron para una casa de seguridad a contar el dinero que se ganaba en la venta de droga y en las operaciones del cártel, ahí estuve dos años encerrada, casi no hablaba con nadie y no me dejaban salir mucho por mi seguridad y por la seguridad del dinero, en un día llegué a contar hasta trece millones de pesos.

Me pagaban veinticinco mil pesos a la quincena en mi trabajo de administrativa, eso se lo daba completito a mi mamá; primero no me los quería aceptar porque sabía de dónde provenía, pero después, como yo tenía a mi hija y había necesidades, la convencí de que si yo andaba ahí pues de alguna u otra forma también era por ellas. Mi mamá siempre me reclamó de que nada más andaba ahí por venganza, y al principio sí era cierto, pero ya al último no pensaba en eso, ya no tenía caso, ya estaba ahí… Le mandaba dinero a mi familia, para mi hija, para mi hermana, para mi mamá, porque mi hermana quería seguir estudiando y yo la iba a apoyar, así como ella me apoyó a mí.

Con el tiempo, los cárteles se dieron cuenta que las mujeres pasan desapercibidas para los soldados y los contras, piensan que no somos capaces de hacer maldades, pero como vieron que sí somos cabronas, empezaron a reclutar a más chavas. Probé la marihuana y la cocaína a los dieciséis años, cuando ya estaba metida en el cártel, pero hasta eso no me enganché, no me gustan los vicios, el alcohol, ni el cigarro tampoco.

Meses antes de que cumpliera diecisiete, el gobierno me vinculó con los Zetas, y giraron órdenes de aprensión en mi contra; pero los pendejos no me agarraron hasta cuatro años después, cuando ya los estaban presione y presione, me detuvieron por secuestro, portación de armas, posesión de explosivos C-4 y dinamita; y delitos contra la salud. En ese entonces ya era mayor de edad, iba a cumplir veintiuno, me detuvo la Marina, a mí y a muchas otras personas importantes dentro del cártel, fue en una madrugada, llegaron los Marinos y nos tumbaron la puerta, se metieron y me agarraron, estaba mi mamá en esa ocasión.

Después de mi detención me llevaron a Nuevo León, me iban golpeando y escupiendo, así hasta que llegué al aeropuerto de Monterrey, a un hangar de los soldados. Me amenazaron, todos ellos me decían lo que tenía que declarar una vez que llegara a SEIDO, que si pensaba en mi familia y quería que no les pasara nada, que dijera que me habían encontrado en un carro con armas y droga, que eso tenía que decir llegando a Nayarit, ahí me tuvieron como dos semanas. Cuando llegamos a SEIDO me patearon, me golpearon, fui agredida. A mi mamá la encerraron en el baño y a mí me sacaron, me detuvieron desde las tres de la mañana y desde esa hora hasta las ocho de la mañana golpeándome, después me dijeron que me iban a matar, porque no sacaron nada de información, y como me reía y no les decía lo que querían, me golpeaban más y más.

Actualmente, estoy cumpliendo dos sentencias, una de diez años y otra de once meses, espero que con los beneficios penitenciarios pueda salir en siete años. Mi familia no me abandonó, vienen a verme cada semana.

No sé qué voy a hacer cuando salga, probablemente regrese a la delincuencia, no sé, estoy como que sí, como que no, me pongo a pensar en lo de la pandemia, en mi familia. También me pongo a pensar que tal vez me puedan obligar a seguir, aunque no quiera, considero las posibilidades de tener que volver, porque además ahorita como están las cosas, si yo me niego a algo que me pidan, ellos ya se van sobre la familia sin importar nada.

Aquí en internamiento me mandaron al psicólogo, yo no entendía por qué era tan agresiva, demasiado, a cada rato me andaba peleando y así. Por ejemplo, yo podía estar tranquila, pero de un momento a otro cambiaba de ideas y me enojaba, y empezaba a agredir a mis compañeras o a las oficiales. Creo que llevo como diez o quince días aquí [en el psicólogo], no tengo mucho, antes de venirme me dio una crisis, un domingo, primero un jueves y luego un domingo, le quebré una parrilla a un oficial, una parrilla de vidrio.

Dice la psiquiatra que a raíz de lo de mi padrastro es que soy demasiado protectora con mi familia, no quiero que alguien los toque, yo siempre que iba caminando con mis hermanas y un hombre volteaba a verlas, me ponía bien loca, sí llegué a los golpes, bueno siempre iba a los golpes o a buscar a esa persona para hacerle algo. Sí soy demasiado protectora, y me dice que es porque yo no pude proteger a mi papá. En todo momento sacaba la parte más violenta de mi persona, en todo momento era violenta, duré dos años con atención psicológica por control de la ira, porque me explicaban que mi ira se desenfrena y siento mis oídos, así como que tiiiiiiiiii, y ya no escucho, no razono y me violento.

He sufrido varios ataques de ansiedad, siento que se me va a parar el corazón, siento cómo mi sangre corre por mis venas, es algo a lo mejor difícil de entender, cuando pasa eso yo siento en mi cuerpo como un hormigueo, siento cómo va subiendo, mi corazón empieza a latir muy fuerte y debo de sacar todo ese coraje porque me puede dar un infarto, algo así, porque siento cómo todo mi coraje se va a mi cabeza. El domingo me hicieron enojar porque no me quisieron hacer una llamada dizque porque estaban ocupadas [las custodias], y como yo estaba en máxima [seguridad], tenía poquito tiempo antes de que me volvieran a encerrar, por eso firmamos papeletas porque hay un horario, mi familia y mi hermana trabajan, si yo no les llamo a las ocho de la noche, ya es una llamada perdida y pues ya no es culpa mía, es culpa de ellas [las custodias]. También hace un mes quise picar [acuchillar] a unos comandantes.

Hoy en la mañana sentí que me quería dar una crisis, sentí mucha tristeza, es que mis crisis pueden ser de coraje o de tristeza, creo que se trata de un trastorno, no sé la verdad a qué se deba, no hay un motivo, ni tampoco hay un patrón, simplemente amanezco y me pongo muy triste, si yo no puedo conmigo misma me decaigo y ya nadie me levanta, ni mi familia me motiva, ni porque tengo una hija de once años.

Me empieza a dar mucha tristeza, mucha ansiedad, me desespero, donde sea que esté me desespero y mi corazón empieza a latir demasiado fuerte, demasiado rápido y así es como yo siento que tengo que salir corriendo, quiero salir corriendo donde sea que yo esté, o meterme debajo de algo, por decir, en lugares pequeños quiero meterme y ahí me quedo, empiezo a llorar mucho y duro días sin comer. La última vez, hace como tres meses, duré como diez días sin comer, me tenían que meter una sonda porque dejé de comer y cuando probé alimento otra vez me dolía bastante aquí [señala la garganta] y ya no podía comer, tuvieron que darme yogures y gelatinas, todo en muy muy poquita cantidad hasta que ya otra vez mi estómago se asentó.

Aquí tengo muchas cosas en las qué pensar, sé que no estoy bien de aquí [señala la cabeza], a lo mejor fue de todo lo que viví dentro de la delincuencia, quién sabe. Porque entrar a este mundo es muy fácil, lo difícil es salir. Cuando supe que tenían orden de aprehensión en mi contra me paniqueé [espanté] mucho, no me sentía segura en ningún lado y estaba huyendo todo el tiempo, eso no es vida.

A pesar de todo, no me arrepiento de nada, negar lo que hice sería negarme a mí misma, tengo la esperanza de enmendar mi camino, a lo mejor puedo terminar con esto de una buena vez.

Matías

La historia de Matías es muy parecida a la de muchas niñas, niños y adolescentes que son utilizados como sicarios dentro de la delincuencia organizada y enviados a perpetrar cientos de homicidios al año. Lo anterior debido a que las medidas privativas de la libertad para los menores de edad alcanzan una pena máxima de cinco años, razón por la cual, los grupos de delincuencia organizada se favorecen de este sector altamente vulnerable, aprovechándose de las carencias afectivas; de la falta de atención; y de las necesidades económicas que presentan, para ser reclutados por los grupos de la delincuencia organizada.

Nací en el Estado de México, en el municipio de Ecatepec, un lugar conocido por ser inseguro y violento. Tiro por viaje escuchaba que asaltaban o mataban por aquí, sobre todo, en el transporte público, era normal, las cosas están muy feas.

Mi mamá trabajaba casi todo el día limpiando casas, ella era la que sostenía la casa; de mi papá tengo pocos recuerdos, me acuerdo que hubo un tiempo en el que estuvo con nosotros, pero se la pasaba engañando a mi mamá con otras mujeres y comparándola con ellas, por eso mejor se separaron. Yo en ese entonces estaba chico, no sabía del daño que mi papá le había hecho a mi mamá, por eso lo extrañaba mucho, quería que regresara a la casa con nosotros. Ahora que estoy grande pienso que las cosas fueron mejor así, no le reprocho nada, porque él no tiene la culpa. Igual la necesidad que él tenía era otra, o su mentalidad, no quería estar con mi mamá o con nosotros y quería… quería irse o tener otra familia, no sé, no le reprocho nada, lo único que le preguntaría es: “¿Por qué no estuviste conmigo?”

Cuando mi papá se fue, nos quedamos solos mi mamá, mi hermana chiquita y yo, pero como mi mamá trabajaba mucho, prácticamente estábamos solos mi hermana y yo, nadie nos cuidaba realmente. Después ya no vi mucho a mi papá, sólo me acuerdo que cada año, en mi cumpleaños, nos iba a visitar, esos días eran, para mí, muy felices. Pero un día se fue para Estados Unidos y ya no volví a saber de él.

La chinga se la llevó mi mamá, ella fue la que nos sacó adelante, y por lo mismo se desesperaba muy rápido, de repente se volvió muy violenta, nos pegaba con cualquier cosa que tuviera a la mano. Una vez tenía un cuchillo y, según ella, no me quería pegar con la parte del filo, sino con el mango, pero sí me lo enterró. Se molestaba por todo, y nosotros como niños pues hacíamos travesuras, pero no siento que fuera para tanto.

Tiempo después mi mamá se consiguió un novio con varo, bueno, era de una clase social más alta; por ejemplo, nosotros sólo comíamos huevo y frijoles, cosas normales, y el novio de mi mamá un día nos preparó hotcakes, era la primera vez que yo los comía, por eso digo que él era de otra clase social, conocía cosas que nosotros no. Me acuerdo que ese día mi mamá me regañó muy fuerte porque me comí los hotcakes de mi hermana, es que no me pude aguantar, para mí esos hotcakes fueron el cielo.

A pesar de eso, las cosas en la casa estaban mal económicamente, cuando iba en segundo semestre de prepa, tuve que abandonar la escuela, yo sí quería estudiar, pero mi mamá ya no me quiso apoyar y ni modo.

La situación era tan mala que tuvimos que cambiarnos de casa, nos mudamos a una unidad habitacional en Ixtapaluca, donde hice nuevos amigos. Ellos eran chavos más grandes que yo, tomaban y se drogaban mucho, por eso probé las drogas, porque ellos me dieron a probar la marihuana por primera vez, tenía quince años. Al principio no me gustaba el alcohol, sólo le entraba a la marihuana, pero por estar con ellos, en sus fiestas, me metí en su ambiente y luego ya no pude salir, ellos se metían cosas más pesadas, piedra, cocaína y mucho alcohol. A veces estábamos en casa de uno de ellos y yo ya me quería ir, pero me amenazaban: “No te vayas, no empieces de puto. ¿Ya no te vas a juntar con nosotros? Entonces te vamos a madrear, cabrón.”, me empezaron a meter miedo y no tuve de otra más que probar la droga. Al principio no me gustó, ya después sí, pero, así como tal, ser un adicto, no, porque a mí lo único que me gustaba era la marihuana, a lo otro nada más le entraba de vez en cuando, cuando me quedaba en las loqueras de mis cuates.

Tiempo después conocí a otros güeyes que jugaban fútbol los domingos en unas canchas de por mi casa. Veía que se echaban una cascarita y luego se quedaban a fumar marihuana, por eso les empecé a hablar, como dije, al principio fumaba pura mota, ya después le entré a la coca, la piedra y el cristal. La neta me dio curiosidad preguntarles dónde conseguían la droga, y ellos me dijeron que, con su patrón, que si quería me lo presentaban. Así conocí al patrón, un señor que estaba ligado al Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). El patrón me mostró unos videos donde estaban torturando y destazando a otras personas, eso me impactó mucho, quería dedicarme a lo mismo que ellos, así que le pedí que me dejara unirme al cártel. Me encerré en mi mundo, quería ser como él, yo le decía que quería hacer lo mismo que él, quería cortarles la cabeza.

Me aceptaron en el cártel y eso me puso muy feliz, le agarré mucho cariño al patrón, al grado de olvidarme de mi verdadera familia, yo sentía que mi familia era el jefe y el cártel, era lo único que me importaba. El patrón me explicó los riesgos de pertenecer al cártel, pero a mí no me importó, estaba motivado por la idea de ser como aquel señor fuerte y poderoso, sentía tanta admiración por él que lo llegué a ver como el padre que nunca tuve. Él también se portaba muy bien conmigo, me llevaba a todos lados con él y también me veía como familia, si iba a una plaza a comprarse ropa, me compraba algo a mí también.

Un día, me dijo que lo tenía que acompañar a un lugar, que era importante, “¿Cuánto me va a pagar?”, le pregunté, “Ellos [el cártel] me dijeron que van a ser quince mil a la semana, van a ser para ti”, ¡quince mil pesos!, nunca había visto tanto dinero junto, era muchísimo, así que acepté sin dudarlo, “Bueno, mañana te veo, te bañas y te arreglas”.

Al otro día llegué puntual a la cita, fuimos a una taquería famosa de por Ixtapaluca, minutos después llegaron los jefes del cártel, bajaron de unas camionetas muy lujosas, iban acompañados de guardaespaldas armados, todos con joyas, cadenas de oro y diamantes. Cuando entraron me quedé helado, se acercaron a mí y el patrón me presentó, ellos me dieron la bienvenida y me advirtieron que una vez que recibiera el entrenamiento, no había vuelta atrás. Yo, obviamente, no iba a echarme para atrás, me tenía cegado el lujo y el poder que tenían esos señores, así que acepté. A partir de ese momento formé, oficialmente, parte del Cártel Jalisco Nueva Generación.

Una vez adentro, me empezaron a mandar a distintos lugares a hacer entregas y recoger dinero, me decían: “Va a haber una persona en tal lugar, le llevas esta bolsita y te va a dar dinero, lo tomas y te regresas, después me lo entregas completito a mí”, era todo muy fácil. Aunque, eso sí, no me podía drogar mientras estuviera trabajando, tenía que estar atento a lo que pudiera suceder y debía ser honesto con la mercancía y el dinero de las ventas, de lo contrario, recibiría castigos para que no cometiera errores. Con el dinero que ganaba me compraba ropa, mucha ropa deportiva, nunca me gustó ir formal. A mi hermana también le compraba una que otra cosa, eso le ayudaba a mi mamá a no gastar tanto en nosotros.

Un día, me habló mi patrón, me dijo que me veía en el lugar de siempre porque me tenía que dar una pistola para hacer un trabajo especial: matar a un señor. La persona a la que tenía que matar era conocida públicamente, iba a dar una presentación en el Estado de México, así que no iba a ser fácil cumplir con mi tarea, sobre todo si llevaba guardaespaldas. Como las cosas estaban complicadas, habían enviado a otro miembro del cártel a inspeccionar la zona, él estaba encargado de tomar fotos (para que no me fuera a confundir de persona) y revisar si llevaba algún tipo de seguridad o guardaespaldas. Tiempo después llegué al lugar, vi que al señor éste le estaban tomando fotos y que había mucha gente, yo no sabía por qué, no tenía ni idea de quién era él, sólo recuerdo que estaba muerto de miedo por llevar a cabo el homicidio.

Me di cuenta que había una señora que se estaba haciendo cargo del evento, le pregunté quién era el señor y por qué se tomaban fotos con él, la señora me dijo que era un hombre muy conocido y poderoso, y que la gente lo quería mucho. Me acerqué a mi compañero y le dije: “Tengo mucho miedo, no quiero hacerlo”, y él me contestó: “Lo hago yo, dame la pistola”, pero no quise, sabía que las órdenes se tenían que cumplir, y si no lo hacía, me iba a ir como en feria. Entonces me acerqué a la víctima y le pedí una foto, le quería disparar ahí mismo, pero no pude, me dio miedo, después le dije a mi acompañante que se tomara una foto con él, pero tampoco pude ejecutar la orden, estaba muerto de miedo.

Las oportunidades se acababan, cuando escuché que el chofer de la víctima le decía que se subiera, que ya se iban. La víctima, el chofer y otra persona subieron al carro. En ese momento, sin planearlo, me acerqué al carro de la víctima y les pedí un aventón: “Dame un ride pa´l centro carnal”, ¡y me subieron al carro! Avanzamos unas cuantas calles y le pedí al chofer que me bajara, pero no quiso, me dijo que ya tenían establecida una ruta, por cuestiones de seguridad, pero que si quería me podía dejar en algún punto sobre la ruta. Cuando abrió los seguros de la camioneta, saqué el arma y le disparé en la cara al acompañante que iba con ellos, lo hice por si el güey intentaba frustrar el ataque.

A partir de ahí todo fue muy rápido, la persona a la que le había disparado bajó del carro, herida, el chofer salió corriendo, pero la víctima no hizo nada, no se movió, se quedó sentado en el lugar del copiloto, como aturdido. Apunté la pistola hacia su cabeza y jalé el gatillo, fue el único disparo que recibió.

Salí corriendo del carro, ¡sentía mucha adrenalina! ¡Ahhh! mucha, mucha adrenalina ja,ja,ja, se siente bien chido. Después no sentí nada, ni remordimiento ni nada.

Fui al lugar donde se había quedado mi compañero, que era donde nos iba a recoger gente del cártel, pero cuando llegué vi que ya se había ido, así que tuve que pedir ride a un güey que estaba instalando antenas de televisión y que iba hacia Iztapalapa, estaba bien, lo que yo quería era moverme para la Ciudad de México. Me dejaron en los límites de Nezahualcóyotl y de ahí le marqué a mi jefe, él me preguntó dónde estaba, que si estaba bien y que si nadie me estaba siguiendo, le dije que no, que todo estaba en orden, que pasara por mí a un mercado que estaba por ahí cerca. Al poco rato llegó mi patrón, me llevó a una casa donde me dio algo de ropa y me guardó un rato en una casa de seguridad en lo que se calmaba todo. En esa casa estaba la esposa del patrón, ella también estaba dentro del cártel, sabía todo.

En la casa de seguridad me encontré con mi compañero, había otras tres personas, un comandante y dos sicarios, ellos eran los que nos iban a cuidar. Mi patrón se fue y el comandante nos dio instrucciones: “Dennos celulares, ahorita les damos otros. Se van a quedar aquí y van a hacer todo lo que les digamos”.

Estuvimos como dos semanas ahí encerrados sin hacer nada, pero nos seguían pagando el sueldo completo, ¡hasta nos dieron un aumento!, no nos podían dar más trabajo porque nos estaban buscando. Me imaginaba que con el homicidio que había llevado a cabo, el cártel me tenía más confianza, así que estaba tranquilo. Con el paso de los días, mi compañero y yo nos empezamos a desesperar y a aburrir, así que les pedimos un poco de droga, marihuana y cristal. Pero mi compa comenzó a tener episodios de paranoia, de temor y ansiedad, y todo esto, con los efectos del cristal, lo tenían loco, pensaba que en cualquier momento nos iban a detener. La situación era muy delicada, la gente del cártel empezó a pensar que a lo mejor nos íbamos a alocar, que todo se iba a descontrolar, y eso los puso muy tensos; al final, los comandantes tomaron una decisión, marcaron a la casa de seguridad donde estábamos y nos dijeron que nos iban a sacar de ahí. Nosotros hicimos caso a las indicaciones, nos subieron a una camioneta y nos trasladaron a otro lugar donde nos dijeron: “Bájense, ahorita pasan por ustedes”, mi compa se sentó en la banqueta, y yo me fui hacia unos arbustos, a esconderme por si pasaba algo, y qué razón tenía…

El cártel no quería cambiarnos de lugar, ya no querían seguir cargando con la responsabilidad de cuidarnos a mí y a mi compañero, entonces planearon nuestro asesinato. A mi compañero le dispararon apenas se sentó, a mí me dieron por la espalda, no me dio tiempo ni de correr, sólo sentí los balazos y caí al suelo, no supe si me habían dado en la cabeza o en el brazo, nada más sabía que me habían dado en la columna. A mi compañero lo detonaron, creo que pensaron que yo ya estaba muerto. Los que nos dispararon fueron los mismos que nos estuvieron cuidando dos semanas antes, qué curioso, ¿no? Todavía pude escuchar el ruido de la camioneta irse, pensé que ahí iba a quedar, que me iba a morir ahí tirado. Nada más dije: “Gracias Dios por la vida que me diste”, pero cuando vi que todavía tenía los ojos abiertos, que seguía respirando, empecé a gritar: “¡Auxilio! Ayúdenme, por favor”, y en eso, un señor se nos acercó y fue corriendo conmigo, porque mi compañero ya no hablaba, y me dijo: “Tranquilo hijo, ya le marqué a la ambulancia, ya viene para acá”.

A pesar de haber sido abandonados ahí, malheridos, con varios impactos de bala en la cabeza, y traicionados por el grupo al que pertenecíamos, pasó un milagro, ambos sobrevivimos.

Los primeros en llegar a donde estábamos fueron unos policías a bordo de la patrulla, luego llegó la ambulancia. Por un momento perdí el conocimiento, pues cuando caí, después del primer disparo, mi cabeza azotó muy fuerte contra el suelo, después desperté y seguía tirado en ese charco de sangre, no lo podía creer, ¡seguía vivo!, nos dijeron que nos iban a llevar a un hospital cercano, pero les dije que a ese no, que mejor nos llevaran a otro, tenía miedo que llegaran a rematarnos.

Después de ser atendidos y valorados por los paramédicos, nos subieron a la ambulancia y de reojo alcancé a ver que le estaban dando los primeros auxilios a mi compañero, el güey gritaba de felicidad, no podía creer que había sobrevivido.

En la ambulancia iba un policía y un agente de investigación, decidí terminar con todo de una vez, a lo mejor fue el momento por el que estaba pasando, pero ya no pude más, me dirigí al agente y le dije: “Yo soy el que mató a tal persona, pertenezco al Cártel Jalisco Nueva Generación”.

Cuando me ingresaron al hospital llegaron más agentes a tomar las declaraciones, pero como tenía que ser intervenido de urgencia, sólo alcancé a declarar unas cuantas cosas antes de quedarme dormido por la anestesia.

Al despertar, lo primero que vi fue a un custodio, después noté que tenía varios aparatos conectados al cuerpo y enseguida los doctores me informaron sobre los daños irreparables que me habían causado los disparos. No me pudieron operar porque era demasiado riesgo, todavía tengo la bala en la cabeza y me quedaron cicatrices en el cuello y otra en el brazo, que fue donde las balas entraron y salieron. Mi mano quedó atrofiada, sí la puedo mover, pero está atrofiada, no la puedo cerrar porque se queda así.

Estuve tres semanas en recuperación, cuidado por personal de la fiscalía, como tengo información importante me pudieron dar protección. Me trasladaron a un hospital con mayor seguridad, donde pasé cinco meses hasta que me declararon “fuera de peligro”, luego fui llevado ante las autoridades.

Mi mamá se enteró de todo gracias a las noticias, me reconoció y se puso en contacto con la fiscalía, ellos se encargaron de brindarle seguridad y llevarla al hospital donde me encontraba, nada más me vio y soltó el llanto, no me dijo nada, yo tampoco, no tenía cara para decirle algo… Hablé con ella y le dije que me perdonara, que lo que hacía no estaba bien, pero que me perdonara; ella me explicó todo lo que hizo por nosotros, y en ese momento vi las cosas de otra manera. Todo lo que ella hacía era sólo para nosotros, a veces no se compraba ropa o zapatos para darnos a nosotros, y como no nos daba mucho, yo le exigía de más, pensaba que no me quería comprar las cosas porque “no me quería”, que sólo le compraba a mi hermana porque la quería más, pero mi hermana se lo ganaba, ella no hacía las cosas que hacía yo.

Mi mamá nunca supo realmente a lo que me dedicaba, sabía que fumaba, que salía a divertirme, pero nunca supo que me había involucrado en la delincuencia organizada, fue hasta que me encontraron todo baleado, tirado en un charco de sangre, que ella supo a lo que me dedicaba, tal vez ya era demasiado tarde…

No puedo cambiar lo que viví, pero pienso que, a lo mejor, mi vida pudo tener otro camino. Yo me sentía seguro dentro del cártel, pensaba que las personas con las que me juntaba eran de confianza, pero mira, fueron justo esas personas las que me hicieron esto. No voy a volver a caminar, ni con terapias, aunque mis nervios no se murieron (si me pican o me hacen cosquillas mi pie reacciona), no podré volver a caminar, sólo puedo estar en la silla, pero no como una persona normal.

La vida en internamiento está llena de retos, pero siento que mi condición de salud y la distancia que hay entre mí y mi familia hace las cosas más difíciles. Aunque me dieron sólo cinco años por homicidio y lesiones dolosas, tengo todavía muchas cosas que aprender y superar. Ya me quiero portar bien, deseo estar con mi familia y disfrutarla, pero también vivo con el miedo de que, cuando salga, me busquen para vengarse, aunque realmente, no puedo saber qué me depara el destino, eso me tranquiliza.

Durante el tiempo que he pasado en hospitales e internamiento he reflexionado sobre lo que me llevó aquí. Cuando estás chiquito no te preocupas de nada, no mides las consecuencias de tus actos. De niño haces equis cosa y los adultos te perdonan, pero de grande ya no, todo tiene consecuencias y hay que pagarlas. Yo me involucré con este grupo porque me daban dinero, poder, se siente chido tener poder, decir: “Tengo un arma en el carro”, y que todos te tengan miedo, también me gustaba poder mandar a los demás. Pero la forma en la que vivo ahora no se la deseo a nadie. Antes de involucrarse en la delincuencia organizada, piensen en sus familias, pónganse a reflexionar en todo lo que hace su familia por ustedes, que no les pase lo que me pasó a mí, que yo pensaba que mi familia no me apoyaba, que no me daban atención, pero yo no me daba cuenta que ellos, aunque querían, no podían, y yo lo tomaba como un “no me quieren”. Pero uno no se pone a pensar en las cosas que hace mamá o papá por uno, así que hay que echarle ganas para salir adelante por nosotros mismos y por la familia, porque sí se puede, siempre y cuando uno quiera, pero pus hay mucha gente que se va por la fácil y lo fácil sale caro.

Rogelio

Soy del Estado de México, vengo de una familia de heladeros, somos cinco hermanos. En mi casa nunca faltó nada, mis papás hacían todo lo posible por darnos lo que quisiéramos, más a mí, yo era el consentido, me daban muchos privilegios, me dieron carro, muchas libertades, yo creo que era porque siempre estaba con ellos, siempre ayudándolos en su trabajo y todo.

Me acuerdo que me gustaba mucho ir a la escuela y estar con mis amigos, iba a fiestas y les ayudaba a mis papás en el trabajo, me gustaba pasar tiempo con ellos. Siempre estaba en la bodega de mi papá fabricando helado, diario llegaban muchas personas que le consumían bastante a mi papá, y entre estas personas estaban ellos [se refiere a personas que lo involucraron en la delincuencia organizada], llegaban siempre a hacer pedidos para algún evento, para alguna fiesta, no sé, y ahí yo los atendía, distribuía muchas cosas de la heladería y le ayudaba a mi papá a servir. Desde ahí me fui relacionando con todo eso. Ellos eran buenos clientes, en algunas fiestas me invitaban para que los atendiera o para que les llevara el helado, ya después me empezaron a jalar con ellos: “Vente, vamos a tomarnos una cerveza, vente vamos a hacer tal cosa…”. Al principio yo jalaba con ellos porque no era bien inocente, pero me fui enterando de lo que hacían y cuando me di cuenta ya no pude hacer nada, estaba más adentro que afuera. En sí, yo no tenía trabajo como tal ahí, solamente era como un amigo, un conocido para ellos que los acompañaba a todos lados, pero pues ya todos me ubicaban que andaba con ellos.

El grupo al que pertenecían estos chavos era muy fuerte en el Estado de México, en Guerrero y Michoacán, se dedicaban al secuestro, a la venta de armas y a la trata de mujeres, una vez escuché que tenían secuestradas a unas muchachas y que en vez de matarlas las iban a vender. Yo sólo escuché, no supe más, sí las vi pero ya no supe más, no me interesaba, mientras menos supiera, mejor.

Yo era nomás un chamaco que estaba de pegoste con ellos, pero un día me dijeron que me iban a llevar a secuestrar a una persona, yo pensé que estaban jugando, que era una broma, pero pues al final no, me asusté porque yo nunca había pasado por algo así, ya después me empezaron a decir: “No, pues, no te asustes, no te vamos a hacer nada a ti”, pero yo no me sentí a gusto, tenía una sensación de incomodidad, como de decepción, sabía que yo no era como ellos, que no tenía que estar viendo eso.

Después de eso, ya no me gustó jalar con ellos, yo no necesitaba el dinero, no necesitaba ser parte de eso, pero pues ya estaba ahí. Además, nunca me gustó escuchar cómo torturaban y mataban a las personas, es que lo contaban tan natural, tan normal, que no, a mí eso no me gustaba, llegué a ver que mataban personas, sabía que descuartizaban, quemaban y disolvían a las personas, pero prefería no estar ahí. Yo sentía feo, pero no podía ponerme a llorar porque… pues no, no, no, yo sólo veía y me lo guardaba, nunca me acostumbré.

Hace dos años que me entregué a las autoridades, amenazaron de muerte a mis papás y a mi familia, tuvimos que salir del lugar donde vivíamos, tuvimos que cambiar todo el negocio que teníamos allá para otro lado. Para mí, lo más importante es mi familia, fue muy feo tenerles que decir por todo lo que había pasado, se decepcionaron, me lo dijeron en mi cara, platiqué con ellos y con lágrimas en la cara me dijeron que estaban decepcionados. Yo me siento mal, les fallé, pero hoy en día ya pasó, a seguir adelante.

Pienso salir de aquí y seguir trabajando con mi papá, es un negocio muy socorrido y también quiero seguir estudiando, sí soy capaz, yo sé que sí voy a poder. Aquí aprendes muchas cosas, aprendes a valorar todo, tienes mucho tiempo para reflexionar lo que hiciste y lo que vas a hacer, aparte tengo un trabajo y tengo un sueldo, gano ochenta pesos al mes como cocinero, como ayudante de cocina, y bueno, creo que son muchas cosas, estar en los talleres, me va bien y lo disfruto.

Montse

Soy de Michoacán, de la ciudad de Apatzingán. Nací en una familia amorosa, nos protegíamos unos a otros y mis papás nos cuidaban mucho. Mi mamá era ama de casa, mi papá salía a trabajar. Desde chica me di cuenta que mi papá trabajaba para la delincuencia organizada, guardaba en la casa armas y dinero, y él lo decía abiertamente, no con orgullo, sino como para que no hiciéramos lo mismo. Es que nos contábamos todo, yo le preguntaba a qué se dedicaba y pus en donde vivo todo se sabe. Él nos decía que nosotros no teníamos que ser como él, que él tomó ese camino porque no le quedó de otra, pero que nosotros teníamos otra oportunidad, nos pagaba los estudios y nos daba lo que quisiéramos.

Dentro de mi casa, mi mamá era la que mandaba, ella le decía a mi papá que, entrando a la casa ya no era nadie, o sea, que cuidara sus límites y que recordara nomás que tenía familia y que tenía hijos dentro de la casa.

Siempre tuve muy buena relación con mi familia, tanto por la parte de mi mamá como por la de mi papá, vivíamos cerca de ambas y celebrábamos juntos cumpleaños y fines de año, eran momentos muy bonitos. Yo sabía que la familia de mi papá también estaba metida con los narcos, algunos tíos, primos y dos medios hermanos se dedicaban a la venta de droga y trabajaban para la delincuencia organizada, por eso, desde chica, estuve metida en ese mundo, era algo normal pues. A veces nos llevaban a mi prima y a mí en los carros donde transportaban la droga para evitar retenes, porque a los carros que llevan familia no los revisan.

En el pueblo donde vivía era común que las familias tuvieran armas, aunque no fueran delincuentes, eran costumbres. Mi papá me enseñó a disparar, no me dio pistola, sólo me enseñó por si en algún momento necesitaba defenderme o estaba en alguna situación de emergencia. Cuando alguien estaba metido en el cártel, lo notabas, se veía en el carro que manejaban, la forma en la que vestían, hasta en su forma de caminar, con las piernas todas abiertas por las pistolotas que traían a los lados, además tenían varios celulares y radios, en fin, siempre va a haber algo que tú vas a identificar, como que tienen cierto porte. Pero si no te metes con nadie, nadie se mete contigo, creo que hay más delincuencia aquí en [Estado de] México, que en donde yo vivo. Allá tiene que haber un motivo para que puedan hacer algo, allá no te roban, no te violan, no secuestran…

Y bueno, así vivíamos mis hermanos y yo; cuando tenía nueve años, mis papás empezaron a tener problemas y decidieron separarse, lo hicieron muy en paz, la verdad. Nos dijeron que había problemas y que ya no era lo mismo, entonces yo les dije: “Pus, ¿para qué están juntos?, si es por nosotros, no lo hagan, cuando nosotros crezcamos nos vamos a ir y ustedes se van a quedar a amargarse la vida, pues no, mejor sepárense, dense su tiempo, hagan lo que quieran”.

Siempre admiré mucho a mis papás, más a mi papá, como que me inclinaba más hacia él, pero nos tocó quedarnos con mi mamá después del divorcio, igual estaba bien. Las cosas no cambiaron mucho, mi papá nos visitaba muy seguido y algunas veces nos íbamos con él por semanas, además él siempre apoyó económicamente a mi mamá, nunca nos faltó nada.

Era buena en la escuela, en la primaria conocí a amistades que conservo hasta ahora, también me llevaba bien con mis maestros y mis papás estaban siempre al pendiente de mis estudios. Pero cuando entré a la adolescencia -como a los doce-, empecé a rebelarme contra mi mamá, ya no le hacía caso y mejor me fui a vivir con mi papá, él me imponía mucho y hacía que me portara bien, tenía mucha autoridad, andaba siempre atrás de mí: “Ve a la escuela, saliendo te quiero derechito en la casa, si quieres salir con tus amigas es de día, de noche nunca…”, todo eso. Como era muy apegada a mi papá, lo acompañaba a todos lados, iba a reuniones y hasta a sus negocios de intercambio de droga, llegué a ser su confidente.

Las cosas iban bien, mis hermanos y yo seguíamos en la escuela, pero cuando iba en primero de secundaria todo cambió, a mi papá lo detuvieron y lo sentenciaron a cinco años en un penal de máxima seguridad. Eso me destrozó, no me dejaban verlo porque yo era menor de edad, así que sólo le podía llamar por teléfono. Fue entonces que yo me pregunté: “¡Wow! ¿Ahora qué hago con mi vida?”, me deprimí mucho, estaba enojada y triste todo el tiempo, perdí interés por todo y me volví más rebelde, sentía que nadie podía conmigo y que podía hacer lo que quisiera. Me fui a vivir con mis tías por, más o menos, cinco meses, pero no me gustaba estar ahí, todo me recordaba a mi papá, así que me la pasaba en la calle. También me afectó en mis calificaciones, me iba de pinta, no hacía tareas o pagaba para que alguien me las hiciera.

Fue cuando mi mamá me convenció de regresar a vivir con ella, porque, aunque mi papá estaba en la cárcel, nos dejó los recursos para que siguiéramos viviendo como antes. Yo acepté regresar a casa de mi mamá, pero seguí con la misma actitud, no le hacía caso a mi mamá y me escapaba por la ventana de mi casa para poder salir con mis amigos. Es que nosotros como adolescentes somos muy tontos, sufrimos cuando no nos dejan salir, decimos que no nos quieren, que mejor nos hubieran abortado, que nos hubieran matado o cualquier estupidez, porque según nosotros, ellos están mal, pero no es así, los que estamos mal somos nosotros.

Cuando iba en segundo año de secundaria me expulsaron porque tenía muy bajas calificaciones y porque le falté al respeto a uno de mis maestros. Mi mamá estaba desesperada, me decía: “¡Ya compórtate! Tú no eras así, no sé qué te está pasando…”, y yo sólo le contestaba con muecas o con reclamos: “¡Déjame en paz! Relájate con tus choros…”, nos gritábamos muy feo y mejor me salía de mi casa. También empecé a tomar mucho, a veces con amigos, otras con desconocidos. Donde yo vivía, a las orillas de la carretera, hay un lugar donde los fines de semana se ponen muchísimas personas a tomar, ahí en la banqueta, y cuando pasas, te ofrecen: “¿Qué estás tomando? Ven, te invito una. Si quieres sírvetela tú, para que veas que no tiene nada malo”, y así empecé a juntarme con puro desconocido que después se hacían amigos.

Cuando tenía catorce años empecé a consumir cocaína, lo hacía cada quince días, iba con mis amigas a otros pueblos para enfiestarme y comprar la droga. Mi mamá, obvio, me regañaba, pero a mí no me importaba ya nada. Siempre he sido muy consciente de lo que he hecho, sé las consecuencias de mis actos, pero a veces no sé qué me pasa, yo no estoy tranquila hasta hacer lo que quiero, y casi siempre son cosas malas.

A los quince años tenía un novio que quería mucho, él tenía diecinueve y era hijo de uno de los jefes de un cártel, pero me lo mataron, y su papá -y el cártel en general-, me contactó para pedir mi cooperación y encontrar a los culpables, así fue como empecé a formar parte del cártel de manera oficial. El grupo al que pertenecía se dedicaba al tráfico de droga y a la trata de personas, específicamente a la venta y prostitución de mujeres, operaban en Michoacán, Guerrero y Jalisco. Me involucré con todo, desde el secuestro, la tortura y el asesinato, y pus no sentí nada, como si no hubiera hecho nada malo. En mi entrenamiento me dieron una pistola calibre .22 para mi trabajo y me enseñaron a armar y desarmar armas, y unas clases rápidas para poder escapar en caso de ser necesario.

Mi trabajo era atraer mujeres, era el anzuelo, las llevaba a lugares o situaciones vulnerables para que mis compañeros las secuestraran, también me encargaba de las negociaciones para la prostitución de mujeres. Me pagaban bien, mi sueldo era de treinta mil pesos quincenales, y no siempre trabajaba, había semanas en las que no tenía nada que hacer. Empecé a darle dinero a mi tía para los gastos de la casa, eso hizo que sospechara, me preguntaba que de dónde sacaba tanto dinero, yo le decía que ni me preguntara, que mi novio me lo daba y punto, y como ella sabía que tenía novio con lana, ya no preguntaba más.

Dentro de la organización hice muchas amistades cercanas, me sentía parte de algo, la convivencia era muy sana, esa era una de las reglas, no podíamos tener conflictos unos con otro, si algo así pasaba, nos cambiaban de facción. Había otras reglas, no podíamos hablar de la organización ni de ninguno de sus miembros, si lo hacíamos, nos castigaban dándonos en las nalgas con una tabla mojada, o nos dejaban amarrados en el cerro durante tres días, sin agua, sin comida, desnudos y golpeados. Durante mi estancia ahí vi a muchos jóvenes como yo, de catorce o dieciséis años, hombres y mujeres, todos eran asignados a distintas actividades, desde cuidar esquinas para ver si pasaban policías, hasta ser sicarios o jefes de grupo.

Tenía dieciséis cuando conocí a mi pareja actual, era mayor que yo por nueve años, era el hermano de un amigo cercano. Nunca se lo presenté a mi mamá, pero sí a mis primas y a la tía con quien vivía, a ella no le gustó mucho, decía que era mayor que yo, que cambiara mi forma de ser y buscara a alguien bien. Pero yo estaba bien enamorada, me la pasaba en casa de él, le decía a mi familia que estaba en casa de mi tía, pero la verdad sólo iba con mi tía dos o tres veces a la semana. Un día, mis tíos se fueron de vacaciones y me dejaron afuera, entonces me fui a casa de mi novio y estuve con él como por quince días, y así, sin planearlo ni nada, me mudé con él, ya no me regresé con mi tía. Al poco tiempo quedé embarazada, pero tuvimos una pelea muy fuerte y tuve un aborto espontáneo.

Mi pareja es hijo del jefe de un grupo de delincuencia organizada, por eso me empezaron a conocer todos, de por sí ya me ubicaban por mi papá, ahora ya era famosa entre la gente del cártel. Yo decidí salirme de ahí, pero mi pareja siguió dentro, así que nunca pude zafarme por completo del grupo.

Un día, mi pareja me dijo que había un jale grande, un secuestro con ganancias millonarias, diez millones de pesos aproximadamente, de los cuales nos iba a tocar una buena parte. Yo le dije que quería unirme, me gustaban las cosas arriesgadas, así que nos fuimos al Estado de México. Hicimos el secuestro y todo iba bien, pero después de cuatro días, por un descuido nuestro, la víctima logró escapar y por eso nos agarraron.

Yo lo tomé con tranquilidad, sabía que mis actos tenían consecuencias y tenía que hacerles frente. Le hablé a mi mamá: “Estoy en la cárcel, fue por secuestro, sé lo que hice y sé que voy a estar aquí unos cuantos años”. Cuando me trasladaron me volví a poner en contacto con ella y al otro día fue a visitarme.

Durante mi internamiento, mi papá salió de la cárcel, pero por la situación, tiene prohibido visitarme, me habla por teléfono seguido. Me acuerdo que cuando se enteró no me regañó, sólo estaba decepcionado, me preguntó: “¿Por qué esto? Todo iba bien contigo, ¿por qué lo hiciste?”, pero yo sabía por qué, por no portarme bien…

No culpo a mis padres por las decisiones que tomé, no le iba a decir a mi mamá: “Mira, quiero hacer esto, pero mejor decide tú”, pues no, porque al final ella me iba a decir que lo que estaba haciendo estaba mal, y yo no le iba a hacer caso, siempre le llevé la contraria a mis papás, es algo que nosotros, como adolescentes, hacemos, y eso está mal, nos gusta ver sufrir a los papás.

Ahorita tengo veinte años y traigo una medida privativa de la libertad por cuatro años. Aquí encerrada he tenido la oportunidad de acabar la prepa, siento que he aprendido muchas cosas y eso me pone contenta. Mi mamá me sigue visitando cada mes, pero a mí no me gusta, no se me hace justo que venga por mis cosas y que esté gastando dinero, ella me dice que le eche ganas, que piense las cosas y que… que agradezca que estoy viva.

También retomé el contacto con mis amigos de la primaria, me había distanciado de ellos porque pensaba que me iban a juzgar, que iban a decir: “Ay no, esta pinche secuestradora, nosotros somos personas de bien y ella con sus cosas…”, pero un día me dijo mi hermana: “Me encontré a tal, siempre me pregunta por ti, ¿quieres que te pase su número?”, y que me atrevo a marcarle, cuando contestó me dijo: “¡Milagro!, te olvidas de nosotras, sabes que te queremos mucho y no porque estés ahí te vamos a dar la espalda, somos tus amigas, además, ya casi sales, tenemos la fiesta para recibirte”, eso me dio mucho gusto y me motivó a portarme bien, quiero recuperar mi vida.

Ya no tengo contacto con la organización, ni planeo regresar. Cuando salga, quiero terminar mis estudios, me gustaría estudiar finanzas públicas, administración de empresas o negocios internacionales, también quiero estar de nuevo con mi familia y ver a mi hermana por videollamada, aunque sea, porque se fue para Estados Unidos. Antes era muy impulsiva, hacía tonterías, pero ahora pienso más. Aun así, no cambiaría nada de mi historia, pero sí me gustaría aconsejarle a los niños y niñas que piensan meterse en esto, que lo piensen dos veces, porque muchos mueren en el intento.

Juan

Soy de Ecatepec, Estado de México, ahorita estoy cumpliendo una medida privativa de libertad de un año por portación de arma de fuego y delitos contra la salud. De niño me gustaba mucho el fútbol, me la pasaba las tardes jugando con mis amigos, pensaba que a lo mejor me podía dedicar a eso, quería ser futbolista, pero uno nunca sabe, ¿verdad? Es que sí era bueno para el fut, ganaba trofeos y me invitaban a otros lugares a jugar, pero mi mamá no firmaba los permisos, nunca tuve quién me motivara, me desanimé y empecé a pasar más tiempo en la calle. Además, mi mamá siempre le hizo más caso a mi hermano, él era su consentido, por eso me apegué más a mi papá, pero tampoco fue una relación muy cercana, porque mi papá está privado de la libertad desde que yo tenía un año, lo detuvieron por robo de maquinaria para construcción, por eso él me entiende, sabe lo que es estar aquí adentro.

Desde que tenía once años dejé de vivir en mi casa, nadie me hacía caso, no les importaba si pasaba días, semanas o meses en la calle. Trabajé en un taller de motocicletas, luego como mesero, empacador en un supermercado, así en varias cosas. Pero como no había nadie quien me guiara, empecé a juntarme con chavos mucho más grandes que yo, chavos que ya estaban maleados y que me metieron en esto. Yo me los encontraba en el parque, ahí había un punto [de venta de droga], y como me la pasaba en la calle, me empezaron a encargar cosas. A los doce años me metí a trabajar con ellos, entregaba droga a algunos compradores y cuidaba el punto de venta.

Con el tiempo me gané su confianza y me conectaron para trabajar de puntero. A partir de ahí, empecé a consumir marihuana y cocaína diariamente, también dejé la escuela, los papás de mis compañeros se quejaban con el director de que yo era mala influencia y querían que me corrieran, porque a los trece me empecé a tatuar y dejé de vivir con mi mamá, mucha gente reclamaba porque me veían en el parque drogándome. Al parejo que abandoné la escuela, me salí definitivamente de mi casa, mi mamá no me dijo nada, me decía que le echara ganas, pero nunca trató de hacerme cambiar de idea, no me regañó ni nada.

Mientras, en la organización, empecé a subir, ya me mandaban a checar cuentas o a matar a alguno que otro. Principalmente, tenía que checar que las cuentas coincidieran, y si no estaban bien, me tocaba chingarme al responsable. Al principio como que jugaban con mi mente porque me decían que yo era apto para hacer esas cosas, que aunque estaba chamaco tenía huevos, me hacían sentir bien, y pues yo más agarraba valor, ya después me acostumbré y lo hacía así nada más.

Nunca tuve arrepentimiento de matar a alguien, para mí era lo mismo, hacía mi vida como si nada. Por hacer esto me daban quince mil pesos a la quincena, lo gastaba en droga, ropa y fiestas. Trabajaba de siete de la tarde a nueve de la mañana, eran chingas, pero valía la pena por el dinero que me daban, y no me lo regalaban ¡eh!, era lo justo por lo que me mandaban a hacer. Por eso ahora que me dan nomás ochocientos pesos de vez en cuando me encabrono, yo les di a ganar mucho más como para que me manden sólo eso.

Ahora que me detuvieron agradezco de que haya sido cuando todavía era menor de edad, vengo con la idea de que son nada más cinco años, no estoy feliz, pero estuvo bien que me agarraron antes de los dieciocho, si no quién sabe cuántos años serían.

Jacobo

Nací en una familia humilde, como casi todas en Tonalá, Jalisco. Mi papá se dedicaba al trabajo con acrílico, mi mamá era guardia de seguridad. El dinero nunca fue suficiente para mantenerme a mí y a mis hermanos, por eso mis papás trabajaban todo el día, casi no los veía, tal vez por eso no siento una relación cercana con ellos, los que realmente se encargaban de mí eran mis hermanos.

Nunca me gustó ir a la escuela, nomás iba a perder el tiempo, y no me gustaba que mis papás gastaran a lo menso. Fui un niño muy impulsivo, tenía un grupo de amigos con los que me pasaba horas jugando, pero a veces me llevaba muy pesado y llegaba a lastimarlos, les pegaba mucho, si algo me molestaba, luego, luego me iba a los golpes, entonces ellos me acusaban con sus mamás, y ellas le decían a mi mamá, eso me enchilaba, porque mi mamá se enojaba conmigo y me pegaba muy fuerte, me pegaba si me portaba mal o si no hacía las tareas, me daba de chanclazos o me pegaba con los palos de la escoba, me iba como en feria. En mi casa las cosas eran así, muy violentas, por eso yo arreglaba todo a golpes, pero eso sí, nunca le pegué a las niñas, a las mujeres no se les toca.

Yo crecí con violencia en la casa, sobre todo de mi mamá, ella me castigaba mucho. Me expulsaron de la escuela en segundo de primaria, porque, según, yo empujé a una compañera contra una reja y le quedó la cara toda moreteada. Ese día mi mamá se enojó mucho, prendió la estufa y me quemó las manos, yo le dije que no había sido yo el que empujó a la niña, pero no me creyó, tiro por viaje me castigaba injustamente.

Poco tiempo después, mis papás se separaron y me fui a vivir con mi mamá a la casa de una de mis tías en Chimalhuacán, Estado de México, estuvimos poco tiempo, menos de un año, ahí fue donde tuve mi primer acercamiento con gente que consumía drogas, marihuana y cocaína principalmente. En ese tiempo yo todavía era sano, frecuentaba mucho a la familia de mi mamá y salía a jugar fútbol con algunos chavos de la colonia, había un chavo que manejaba retas de fut para chicos y grandes, yo estaba en el de chicos, me la pasaba bien.

Un año después regresé a Tonalá, mis papás se juntaron de nuevo y nos fuimos todos para la misma casa. Cuando regresé me di cuenta que la escuela no era lo mío, así que mejor la abandoné, tenía diez años. Me la pasaba en la calle, me hice amigo de personas mucho más grandes que yo, empecé a drogarme, las personas con las que me juntaba me ofrecieron marihuana, todo fue muy fácil, mis papás nunca estaban.

Tiempo después, mis papás se fueron para el Estado de México a buscar mejor trabajo, me dejaron a cargo de mi hermano, él era cantante de Rap, cantaba muy chido y con eso nos mantenía, yo lo admiraba, quería tener un estudio de grabación para dedicarme a la música.

Mi hermano consumía marihuana, pero, eso sí, nunca me ofreció, yo empecé a tomar y a drogarme porque él me llevaba a sus eventos musicales, me encantaba ir a verlo rapear, y ahí tuve fácil acceso al alcohol y a drogas de todo tipo, pero no fue culpa de mi hermano, yo solito lo empecé a hacer. Me acuerdo de un evento en el que mi hermano me permitió soltar unas rimas con él, fue increíble, creo que es uno de los días más felices de mi vida; a partir de ahí empecé a escribir y a rapear yo solo, incluso me hice un poco famoso, pero todo empezó aquel día con mi hermano.

Cuando tenía doce años, un vecino me preguntó: “¿Quieres ganar dinero?”, yo le dije que sí, ¿quién no iba a querer dinero?, “Bueno, pues tienes que matar a alguien”, ¡ah, canijo!, al principio no quería, pero cuando me dijo la cifra, treinta mil pesos, no lo dudé. Me imaginaba perteneciendo a un cártel y consumiendo droga, de donde vengo [Tonalá] eso es común, hay mucha droga y mucha delincuencia, por eso no me espanté.

Pero todo cambió después de que me cargué al primer muertito, ya no me sentía igual, estaba intranquilo y pensaba mucho en la persona a la que maté. Apenas habían pasado quince días desde el primer muerto, cuando mi vecino me contactó otra vez, quería que matara a otra persona, el mismo trato, treinta mil pesos. Tiempo después me enteré que ese señor, mi vecino, pertenecía al Cártel Jalisco Nueva Generación, y quería engancharme con los narcos, porque así funcionan las cosas, ellos van calando a los chavos que andan en las calles y necesitan dinero, hay muchos que no tienen ni siquiera para comer y quieren salir de la pobreza, y lo más fácil es meterse a un cártel para ganar dinero fácil robando, secuestrando, matando, o vendiendo vicio.

Pero bueno, yo, con doce años, me convertí en una especie de asesino a sueldo, aunque no pertenecía formalmente a ningún cártel, sólo hacía los trabajos que mi vecino me pedía. Él me llamaba y me decía a quién tenía que matar, entonces iba, lo mataba y listo, pasaba a cobrar una vez que el trabajo estuviera hecho.

A los quince años decidí dejar Tonalá y mudarme al Estado de México con mis papás, ahí me reencontré con algunos amigos con los que solía jugar fútbol, de vez en cuando nos íbamos a echar la reta y a drogarnos. Me metí a trabajar con mi papá en el taller de acrílico, en las mañanas trabajaba y en las tardes iba con mis amigos del fut. El que manejaba los equipos de fut vendía vicio, y todos los chavos de ahí se drogaban, así me fueron jalando poco a poco.

El señor que manejaba los equipos era a toda madre, empecé a pasar mucho tiempo con él y su familia, tenía un niño como de ocho o nueve años; diario iba a su casa, en las tardes me invitaba a fumar marihuana, al otro día desayunábamos juntos y nos la pasábamos jugando videojuegos. De cierta manera, yo veía como un padre en él, a pesar de que yo tenía mi familia, no sentía la misma conexión que con ese señor.

También me llevaba muy bien con mis amigos del fut, ellos fueron los que me ofrecieron trabajar en la venta de droga, tenía un jefe que me marcaba o me mandaba mensaje y me decía a dónde tenía que entregar la droga o las armas, a eso me dediqué un rato. Un día, el jefe me dijo: “¿Quieres tener poder? Yo te lo puedo dar.”, al principio estaba medio desconfiado, él me dijo que trabajaba para un cártel y que, si quería, me podía meter a mí también, yo ahí dudé, no sabía que era tan fácil, pero una vez que me enseñó fotos de él rodeado de dinero y pistolas, le creí, aunque todavía no estaba convencido.

Para ese entonces yo tenía una novia de hacía mucho tiempo, quedó embarazada, y con lo que ganaba trabajando con mi papá no me iba a alcanzar para mantener a mi hijo, darle sus gustos a mi pareja y además pagar renta, despensa, y todo lo demás. Cuando nació mi hija las cosas se complicaron, entonces decidí que tenía que hacer algo para no morirnos de hambre, así que le hablé al jefe y le dije: “Sí le entro, quiero trabajar para el cártel.”. A los pocos días me llevaron a conocer al patrón, quien ya sabía de mi pasado como matón, por eso me contrataron de volada, no me pudieron a prueba, eso se le hizo raro a un amigo que también estaba dentro del cártel, pero es que él no sabía lo que yo había hecho antes…

El patrón me llevó a dar una vuelta en su camioneta, me preguntó si realmente estaba seguro de querer entrar al cártel, me dijo que todo iba a cambiar, que iba a ser frío con las mujeres, que ya no iba a tener sentimientos, en fin, todo eso. Al final dije que sí, que estaba comprometido con todo, y con dieciséis años, empecé a trabajar para el Cártel Jalisco Nueva Generación. Una vez adentro, me di cuenta que varios amigos estaban trabajando para el narco, había uno con el que me llevaba muy bien, hicimos pareja y trabajamos juntos en algunos encargos.

No recibí un entrenamiento riguroso, como pasa con otros cárteles, las personas que daban el entrenamiento, ex marinos o policías federales, estaban en otros Estados. Sólo me dieron algunos consejos para armar y desarmar las pistolas, me enseñaron a agarrar el arma sin apuntarle a nadie, también aprendí cómo era el procedimiento para secuestrar a alguien, las maniobras que teníamos que aplicar si estábamos huyendo, en fin, todas esas cosas. También le empecé a rezar a la Santa Muerte e iba a las misas grupales que hacía el cártel, era la patrona.

Cumplí muchas funciones diferentes en el grupo, fui halconero, chofer del patrón, narcomenudista, chofer en algunos secuestros, sicario y otros cargos. Fui asignado a un comandante, quien me decía a qué hora y dónde tenía que estar para realizar alguna diligencia, me citaba, por ejemplo, a las cinco de la mañana para ir a trabajar a otro Estado. También me encargaba de torturar a miembros de cárteles rivales, mis compañeros los secuestraban y yo les sacaba la información a base de madrazos, una vez que teníamos lo que queríamos, los matábamos, a veces los pozoleábamos (disolver los cuerpos en ácido), los descuartizábamos, o los matábamos a puros disparos, siempre variaba.

El sector del cártel al que pertenecía se encargaba, principalmente, de secuestrar a nuestros oponentes, de robo de gasolina y de narcotráfico. Vi de primera mano cómo algunas instituciones policiacas tienen vínculos con el cártel, teníamos negocios con federales y militares, nos avisaban por radio si el terreno estaba limpio o si había que rodear para ejecutar la orden del comandante. El comandante es el que nos decía qué hacer, por ejemplo, si había que probar las armas nuevas, él nos decía dónde podíamos ir a disparar, porque no podíamos hacerlo si estaba la marina o la policía cerca, no se nos permitía.

Además, pude ver cómo se divide el territorio para evitar enfrentamientos entre cárteles. Todos los patrones hacen una reunión donde se presentan y hacen acuerdos para ver quién se va a quedar con tal o cual plaza, eran reuniones de mucha tensión, todos andan armados y dispuestos a balearse si cualquier cosa sale mal.

Dentro del cártel hay reglas que se tienen que seguir al pie de la letra, por ejemplo, me tenía que reportar con el comandante durante todo el día, hiciera lo que hiciera. Al principio pensaba que sólo tenía que enviarle un estatus de mis actividades cada dos o tres horas, pero el comandante me regañó: “¡Te tienes que reportar cada cinco minutos, si no lo haces, a mí me cobran doscientos pesos por cada vez que no te reportas!, si sigues así cabrón te voy a descontar cada peso que me cobren.”, y no sólo era el dinero, también me castigaban golpeándome con tablas o a cinturonazos. Otra regla era no tomarnos fotos portando armas o con algún chaleco que tuviera las siglas del cártel, mucho menos subirlas a internet. Esas reglas se cumplían al pie de la letra, si no, el cártel podía ir en contra de ti o de tu familia, por eso todos las respetaban.

Al principio, cuando ingresé al cártel, sólo consumía marihuana, pero después, por la misma presión de estar alerta en todo momento, comencé a consumir cristal, y se me hizo una adicción, lo usaba todo el tiempo, sobre todo cuando tenía que torturar o secuestrar a alguien, necesitaba agarrar valor. Sólo podía descansar después de cumplir con alguno de esos trabajos.

Utilizaba el dinero que ganaba en el cártel para comprar ropa o festejar algún cumpleaños, con ese dinero pude pagar el bautizo de mi hija, compré algunos terrenos y casas que puse a nombre de mi pareja, que ya era mayor de edad, o también a nombre de mis papás, a quienes apoyaba quincenalmente con algo de dinero. Fueron tiempos en los que no nos faltó nada, ni a mí ni a mi familia.

El último delito que cometí, antes de ser detenido, fue la participación en el homicidio de un hombre muy importante para el cártel, él les jugó chueco, porque a la par que hacía negocios con nosotros, lo hacía para otro grupo de delincuencia organizada. Yo le entré a matarlo porque me ofrecieron mucho dinero. Pero el trabajo era diferente al que anteriormente habíamos hecho, se tenía que hacer en un lugar público y debíamos tomar fotos del hecho.

A pesar del riesgo, pudimos cumplir con el trabajo, y el cártel me dijo que tenía que esconderme por un tiempo, hasta que las cosas se enfriaran. Estuve escondido por un mes, me refugié en la casa de mis papás, junto con mi esposa y mi hija, sabía que las autoridades me estaban buscando porque hubo varios testigos en el asesinato.

Como mi identidad, y la identidad del cártel, estaba en riesgo, me mandaron a llamar con la excusa de que me iban esconder en otro Estado, pero todo era una trampa. Cuando llegué al punto de reunión, comenzaron a dispararme, recibí disparos en la cabeza, la espalda y el abdomen, quedé tendido en el suelo y el cártel me dio por muerto. Cuando desperté me encontraba en una cama de hospital, esposado y listo para ser ingresado a un centro de internamiento, acusado de homicidio y lesiones. Ahorita tengo una medida privativa de libertad por cuatro años.

En este tiempo internado he retomado mis estudios, algunas veces vienen mis papás a verme. Sé que para ellos y para mi familia ha sido difícil, mis vecinos sabían a qué me dedicaba, hablaban mal de mí, me miraban feo, ellos sentían mi vibra pesada y me tenían miedo, no me querían ni ver porque pensaban que les iba a decir algo, o iba a reaccionar violentamente, pero la verdad es que no, yo no me metía con ellos.

Todavía temo por mi vida, sé que van a intentar matarme de nuevo, mi única opción es esconderme, me voy a desaparecer, a ver si me voy a otro Estado u otro país, no sé, pero no puedo quedarme aquí, es eso o la muerte.

Apenas tengo diecisiete años y ya probé las dos facetas de pertenecer a un cártel: primero me sentía respaldado, protegido, y de cierta manera, hasta respetado; ahora soy sólo un objetivo a eliminar, una piedra en el zapato para uno de los cárteles más poderosos del país, y tengo miedo.

Yo le diría a todos los que quieren entrar a esto, que mejor se dediquen a estudiar, que obedezcan a sus papás, pórtense bien y no consuman drogas, no saben lo que es estar sentenciado a la muerte, eso no se lo deseo a nadie.

Salvador

Si de algo me arrepiento en mi vida es de haberme involucrado en todo el asunto de venta de armas, de droga y lo del secuestro. Aquí he tenido mucho tiempo para pensar, y siempre recuerdo a mis papás, los admiro porque ellos le han echado ganas y han sido unas personas muy responsables y pues alguna vez quise ser como ellos, pero no se pudo.

De chavo empecé a conocer compañeros que conectaban el vicio y me empecé a jalar con ellos, lo hice por tener más dinero. La verdad yo veía lo que hacían y pues igual me quise meter en el bizne. Los conocí porque ellos armaban eventos de reggaetón y a mí me latía ese pedo, en ese tiempo todavía trabajaba en el negocio de mis papás, pero después me empecé a descarrilar pues.

Me metí a trabajar vendiendo drogas y armas, teníamos desde .22, una .35 un R15, una Glock, de lo que fuera teníamos. A mí me mandaban las fotos, los precios, qué calibre era, la marca y ya. Yo empezaba a mandar mensajes a conocidos, y ya si me decían que sí la querían, se las llevaba, me pagaban y ya yo regresaba y les daba el dinero a mis compañeros. De las drogas sólo vendíamos marihuana y perico [cocaína], todo esto lo vendíamos a otros grupos más grandes.

Para que mi familia no se diera cuenta de que andaba metido en el desmadre, trabajaba en las tardes con ellos, y en las noches, cuando mi familia se dormía, me salía a la calle a hacer mis negocios, trabajaba de nueve de la noche hasta las cuatro de la mañana. El sueldo dependía de cuántas armas vendiera, pero variaba entre tres mil o cuatro mil pesos diarios.

Como en mi barrio hay muchos problemas entre bandas, nosotros nos empezamos a hacer como que famosos, ya nadie se metía con nosotros y yo sentía que estaba bien, que era chingón. Tengo un amigo que es abogado, otro se hizo ingeniero civil, ellos siempre me decían que mejor estudiara en vez de hacer mis tonterías, que un día iba a terminar en la cárcel o hasta muerto, pero yo sentía que era… importante, porque cuando ellos tenían algún problema, iba yo y pues ya se arreglaba todo, entonces me sentía inmortal.

A mí me detuvieron por secuestro, y eso que yo no me dedicaba a eso. Todo fue porque un día llevé el vicio a unos secuestradores y escuché que estaban hablando de un chingo de dinero y dizque era fácil y yo dije: “Va, le entro”. Mi único trabajo iba a ser manejar la camioneta una vez levantaran a la persona que iban a secuestrar, y todo salió bien, nada más que nos agarraron cobrando el dinero del secuestro.

Como yo era menor de edad, nada más me dieron tres años cinco meses de sanción, a mis compañeros creo que les dieron sesenta. Ya estoy a un año de salir, gracias a Dios, a mí no me gustaba nada de lo que hice en ese momento, fue nomás por impulso. Aquí he terminado la prepa y mi familia me viene a ver cada semana, se turnan con mi novia y mi hija para las visitas, eso me da esperanza, sé que cuando salga puedo tomar un camino diferente, por mi bien y el de mi familia.

Augusto

Soy de la Ciudad de México, ahí vivía con mi mamá y mis hermanos, mis papás están separados. Mi mamá es una mujer bien chambeadora, casi no estaba con nosotros, pero siempre tuvimos comida en la mesa.

Pasaba casi todo el tiempo en casa de mis abuelos, y sí les tenía cariño, pero yo lo que quería era irme a vivir con mi papá, nada más que su esposa y yo no nos llevábamos bien. Yo sentía que nadie me ponía atención, que nadie me quería y pues me empecé a drogar como a los trece años. Nadie se daba cuenta de que andaba drogado, ni mi abuelita, y eso que seguido llegaba a la casa ya bien pasado [drogado]. Para ese entonces veía a mi mamá muy de vez en cuando, y un día ella me dijo que de nuevo íbamos a vivir todos juntos, eso me puso feliz, pensé que las cosas iban a mejorar, pero no fue así, lo único que cambió es que ella sí se dio cuenta que consumía marihuana, lo supo por el olor, y le contó a mi abuelita y a mi papá.

Dejé la escuela al poco tiempo, iba en segundo de secundaria, y como no quise estudiar, mi padrastro me metió a trabajar vendiendo gas LP. Lo que no pude dejar fueron las drogas, es que en mi casa veía que varios tíos o primos lo hacían, incluso mi abuelo, yo veía cómo se metía PVC y fumaba marihuana enfrente de mí, por eso se me hacía normal. También había mucha violencia, me acuerdo que mi papá le pegaba a mi mamá y a nosotros, nos daba con lo que encontrara, palos de escoba, cables mojados o jalones de oreja.

Un día se me hizo fácil robarle dinero a mi abuelita para irme a comprar marihuana, pero me cacharon y me corrieron de la casa, me tuve que ir a vivir a casa de un tío, él fue el único que me apoyó, ni mi mamá, ni mi papá. Mi tío vivía en una zona muy peligrosa, y él se dedicaba a robar iglesias, lo encarcelaron un tiempo por eso. Yo ahí en el barrió conocí a varios chavos que me ofrecieron trabajar con ellos en la delincuencia, yo acepté porque necesitaba el dinero; también en ese tiempo conocí a la que ahora es mamá de mi hija.

Bueno, yo trabajaba cuidando una casa, sabía que ahí adentro hacían cosas malas, pero pensaba que si no me involucraba en eso, no iba a tener problemas. Después de unos meses me contactaron para ir a trabajar a otro Estado, me dijeron que iba a ganar mucho dinero, pero no me dijeron qué iba a hacer, así que fui a comprar un boleto a la estación y me lancé para allá.

Cuando llegué me recibieron unas camionetas grandotas que me llevaron a las afueras de la ciudad, iban unos vatos enriflados [armados con rifles], ellos me dejaron en una casa, me presentaron con el patrón y me dieron un cuerno de chivo. En ese lugar me enseñaron a disparar, a armar y desarmar y tácticas de supervivencia.

Fue hasta ese momento que me di cuenta de en qué andaba metido, me arrepentí, pensaba que eso no era para mí, dije: “La cagué, no tengo que estar aquí”, pero pues me decían que no me podía retornar, que si me regresaba me iban a matar. En ese entrenamiento hubo una balacera, yo decía: “No manches, a lo mejor es la última vez que disparo”, nomás agarraba fuerza y pensaba en mi hija, en que tenía que regresar por ella. Yo estaba muerto de miedo, me temblaban las piernas, pero pude salir adelante, gracias a Dios.

En este nuevo trabajo ganaba cuatro mil pesos a la quincena, y eso que me habían prometido diez mil, pero yo no estaba a gusto, me quería ir, me ofrecían subir de puesto a sicario pero yo no quise, me da asco la sangre y sentía feo de todo lo que hacían; había veces que sí me obligaban a hacer cosas, decían que era necesario y pues ya lo hacía, pero nunca me gustó, son cosas que hasta ahorita me atormentan.

Yo caí en eso por pura trampa, así van enganchando a la gente, te prometen dinero, lujos, seguridad, pero nada que ver. Conocí a una persona que ya era grande de edad, tenía como setenta años y a él lo engañaron, le dijeron que iba a ir a trabajar a una melonera y no era verdad, él también se quería regresar, decía que tenía un hijo y que no se quería morir balaceado, lo engañaron porque era analfabeto, le compraron el boleto y todo y lo trajeron con engaños, pobre señor.

Me arrepiento de las decisiones que tomé, si hubiera investigado antes de meterme en esto, o si hubiera pensado dos veces antes de entrar aquí, otra cosa sería. Ahorita veo esto como una lección, una oportunidad para hacer una vida mejor para mí y mi hija

Leonardo

Soy hijo de una policía y un sargento, así que desde chiquito siempre estuve rodeado de armas. A pesar de eso, tuve una infancia normal, de niño me gustaba mucho ir a la escuela, en la primaria era de los mejores promedios, hasta me escogían de abanderado en la escolta. Pero todo se chingó cuando entré a la secundaria, uno como chamaco va cambiando cuando va creciendo, me empecé a llevar con vatos que ya eran sicarios, me fui envolviendo con eso y me fue gustando el dinero fácil. A los doce años empecé a trabajar para el narco, me pagaban tres mil, cinco mil pesos a la semana, a los quince días ya tenía mis diez mil pesos, hasta más. Y a los doce años, es un verguero de dinero.

Empecé de halcón, vendiendo mota y cuidando la plaza de la Marina y los contras, cuando iba a cumplir catorce años me subieron de patrulla, de sicario pues, ahí estuve haciendo las cosas que normalmente se hacen en ese desmadre…, a los quince años, a punto de cumplir dieciséis, me subieron de encargado de patrulla, en pocas palabras, jefe de plaza.

Éramos un cártel poderoso, controlábamos la mayor parte de la sierra de Guerrero, en el sur; por el norte la sierra va colindando con el Estado de México, con Morelos, con Michoacán, en fin, es un territorio enorme y nosotros éramos los cabrones de ahí. Es que nosotros llegamos porque había muchas minas de oro en el territorio, y como los otros [cárteles] secuestraban, violaban a las viejas, hacían sus desmadres y asaltaban las minas, los comisarios, la autoridad, no los podían controlar, por eso nos pidieron ayuda, como quien dice, así que entramos a limpiar la zona y a controlar a esos cabrones, con la condición de que nos iban a estar pagando una cierta cantidad de dinero al año.

Estar ahí era estar en guerra, no es como que nada más unos balazos y ya, como en la ciudad que tan tan y ya, aquí estábamos en guerra dos meses, tres meses, y a mí no me daba miedo, me sentía pues relax, era como andar jugando Call of Duty o como un juego que acaba de salir, como de Empire of Fire, pero en la vida real, ahí no hay vidas extras, el fin del juego es la muerte pues.

Tenía a mi cargo a más de treinta personas, nunca pensé llegar tan alto, me pagaban como treinta mil pesos a la quincena y me lo gastaba en puro desmadre, compraba un chingo de marihuana y cocaína, también le daba una parte a mi esposa. A ella [su esposa] la conocí a los catorce años, estuvimos juntos un tiempo y a los dieciséis tuvimos a nuestro primer hijo. Muchos me preguntaban que si no pensaba en mi familia, que si no prefería tener un trabajo legal, o al menos seguro, porque en lo que andaba metido iba a dejar a mi hijo huérfano, pero en este mundo no te puedes salir así porque sí, bueno sí te puedes salir, pero muerto, solo así, por eso yo prefería chingarle y sacar un chingo de varo antes de que me mataran o me entambaran [encarcelaran].

Ahorita estoy en un centro de internamiento, nomás me faltan ocho meses para cumplir mi medida privativa de libertad. Aquí he tenido la oportunidad de reflexionar, de pensar mucho en mi pasado, si me dieran una oportunidad de regresar el tiempo sería para llegar a la secundaria y arreglar mis decisiones, una de ellas: no haber entrado en esto. La verdad es que no sé ni por qué me involucré en esto si yo era un niño normal, iba a la escuela, veía caricaturas, escuchaba canciones de niños, jugaba fútbol, ni sé por qué me metí en esto.

No me gustaría regresar a ese mundo, la verdad que no, pero tampoco sé qué quiero hacer, porque llevo mucho tiempo viviendo de este business [negocio], deja buen dinero, por eso la pienso, no sé si pueda encontrar otro trabajo así, por eso, a lo mejor, sí regreso…

Alfonso

Nací en Tijuana, donde vivía con mi papá; casi no conviví con mi mamá, me separaron de ella cuando yo tenía cuatro años. La verdad, creo que sí me hizo falta mi mamá, porque mi papá tenía otra pareja y me hacían a un lado, quería más a sus otros hijos, a los hijos de la otra señora pues, a mí no me ponía atención. Por eso también yo me hice como me hice, buscaba llamar la atención, desde niño me empecé a drogar, probé la marihuana cuando estaba en quinto de primaria, el hermano de un chavo la compró y nos invitó, de ahí ya me seguí yo a consumirla.

Dejé la escuela cuando iba en segundo de secundaria, en ese entonces ya era adicto a la marihuana, la usaba para mantenerme despierto en el jale que tenía. Ganaba bien porque mi papá era el dueño de unas tiendas y me dio trabajo, luego me tenía que quedar revisando el inventario y no dormía bien, y un día llegó un chavo y me dijo: “Te ves cansado, ¿no quieres polvitos mágicos? vas a sentir como si hubieras dormido”, yo le dije que sí y me vendió cuatro bolsitas de cocaína por doscientos pesos, a partir de ahí mi vida fue un desmadre, no me pude controlar con las drogas y le empecé a meter también al cristal, ahí fue cuando me perdí por completo.

Mi papá ni se preocupaba por mí, él se iba a trabajar bien temprano y regresaba hasta la noche, y cuando llegaba no me preguntaba qué había hecho o cómo me sentía; yo extrañaba mucho a mi mamá y a mis hermanos, estaba solo. También extrañaba a mis abuelos, uno de ellos estaba malo de la rodilla, tenía que usar bastón y necesitaban hacerle cirugía, pero no teníamos para pagarla, costaba cien mil pesos.

Como no teníamos dinero, empecé a buscar chamba de otras cosas, un amigo me dijo que, si le entraba a vender droga, me dijo que me iban a pagar un sueldo que en ningún otro lado iba a conseguir, doce mil quinientos pesos a la quincena, me brillaron los ojos. Pensé que era una oportunidad única, imaginaba que iba a poder enviarle diez mil pesos a la quincena a mi abuelita para la operación de mi abuelo. También me imaginaba comprándole a mi mamá una casa y un montón de cosas, aunque no fuera andando en los buenos pasos, como ella quisiera, pero quería que se sintiera, aunque sea un poco orgullosa de mí. Pero a la mera hora todo fue diferente, a los quince días me pagaron nomás tres mil pesos, le dije: “Oiga patrón, esto no es ni la tercera parte de lo que me dijo”, y me respondió: “No, pues, chavo, discúlpame, pero éste es tu sueldo”. Cuando vi eso pensé en salirme luego, luego, pero me dijeron que si me quería salir era con las patas por delante y pues dije: “Ni modo”, y no duré mucho, a los tres meses me agarraron, esa vez nomás estuve detenido setenta y dos horas.

Cuando cumplí mis horas y salí, me enteré que también habían agarrado a mi patrón y a su gente, entonces me quedé de nuevo sin chamba. Anduve vagando un tiempo, hasta que me encontré de nuevo con el chavo que me metió a vender droga, él me dijo: “Te tengo una chamba, es arriesgada, pero tiene sus beneficios”, le dije que no importaba, que era lo de menos. De nuevo empecé a vender droga, pero ahora para un cártel independiente, ahí me iba chingón, vendía lo que me daban y le subía cien pesos, que era lo que me quedaba yo por bolsita, llegué a ganar hasta veinte mil pesos en un día.

Ese trabajo también me duró poco porque mataron a todos mis compañeros, yo me salvé porque siempre mantuve un perfil bajo, nadie me conocía. Aun así, decidí irme para Tijuana, sentía que ya andaban sobres, un día tuve la oportunidad de escaparme y me llevé mercancía, dinero, hasta me llevé armas. Ahí me topé con miembros de un cártel contrario y les dije que podía vender para ellos, que yo no era conocido y que hacía buen trabajo, ellos me dieron chance, pero con la condición de que nada más trabajara para ellos. También les dije que si querían las armas, se las vendí y ese dinero se lo mandé a mi mamá para mi abuelo. Fue la única vez que les mandé dinero, ya después estaba tan metido en la droga, que ni me acordaba de ellos, no estaba en mis cinco sentidos.

Después de unos meses tuve que huir de Tijuana, andaban matando a gente del cártel y me dio miedo que me agarraran, mejor me fui con mi mamá. Allá con ella también busqué trabajar vendiendo droga, pero la paga era poca, me daban nada más dos mil quinientos pesos, no me alcanzaba para nada, además me descontaban equipo, mercancía, no le podía dar nada a mi abuelito y pues mejor pensé en buscar en otro lado. Ya no me dio tiempo de encontrar otra chamba, hubo una redada de militares y marinos y ahí me agarraron.

Hoy cumplo una medida privativa de libertad de un año por portación de arma de fuego. Pero a pesar de todo, estoy bien, no me puedo quejar, como bien, duermo bien, estoy tranquilo. Cuando salga quiero irme para Estados Unidos y empezar de cero, no quiero regresar a la delincuencia. En las películas te ponen que es fácil matar a un pendejo, o que si te mandan a hacer una misión va a ser fácil, pero en las películas siempre va a salir bien el protagonista, siempre le va bien en la misión. Ya estando en la vida real pues no es así, tu vida todo el tiempo corre peligro.

Leonel

En mi casa siempre fuimos muy trabajadores, mi papá era taxista y mi mamá ama de casa. Tengo tres hermanos y era complicado mantenerlos, pero mis papás siempre nos dieron todo, nos decían que nosotros nos dedicáramos a estudiar, que le echáramos ganas a la escuela para ser hombres de bien, pero yo decidí irme por otro camino...

Tengo un tatuaje de todos los muertitos que me cargué, son cincuenta... o cincuenta y nueve, las que fueron en grupo no cuentan. Es que tengo como que una doble personalidad, por un lado, sentía gacho todo lo que veía en el cártel, me daban pena las víctimas; por otro lado, disfrutaba mucho estar en el desmadre, me gustaba disparar y ser reconocido por los demás, ahora estoy dividido en dos, soy una persona entera y soy la mitad de la persona que era.

Crecí en una familia normal, unida, como cualquiera, teníamos momentos felices, tristes, complicados, pero siempre unidos. A mi papá casi no lo veía, trabajaba todo el día en el taxi y cuando llegaba yo ya estaba dormido, a la que veía todo el tiempo era a mi mamá, ella era mi adoración.

Desde chamaco me gustaban mucho las armas, quería ser soldado, me llamaba la atención estar tirando balas, me gustaba mucho el olor a pólvora. A los nueve años empecé a ayudar a mi mamá a vender comida en la calle, yo repartía pedidos junto con mis hermanos mayores, era una forma de apoyar a mi mamá y pasar tiempo en familia.

Mis papás siempre procuraron darnos un buen ejemplo, yo admiraba a mi mamá porque hacía magia con lo que ganaba mi papá, nunca nos faltó comida y nos daban nuestros lujitos, no sé cómo le hacían con tan poquito dinero. Yo también apoyaba en casa, lo poquito que ganaba se lo daba a mi mamá. También admiraba a mi papá, él se chingaba todo el día trabajando para llevar comida a la mesa.

Aun así, la economía estaba mal, no teníamos dinero, entonces pedí trabajo en una cantina, saliendo de la escuela me iba para allá, limpiaba y trapeaba ahí, era un chavo tranquilo, no me gustaba meterme en problemas. A la cantina iban siempre unos señores todos armados, pero como yo era muy tímido, no les preguntaba en qué trabajaban, aunque ya me imaginaba que eran narcos.

Cuando iba en tercero de secundaria empecé a tomar, la personalidad que tenía en la infancia cambió, conocí a los que según eran mis amigos y lo único que hicieron fue jalarme al mal camino. Perdí el interés en los estudios, ya nada más iba a ver a las morras [muchachas], me empecé a perder en el desmadre pues. Mis papás me regañaban, me decían que le echara ganas, pero no les hice caso, dejé la escuela en primer semestre de preparatoria.

A los catorce años mi vida cambió por completo, me había hecho amigo de los otros trabajadores de la cantina, y ellos me ofrecieron dejar de limpiar y empezar a servir en la barra. Trabajaba todas las tardes y parte de la noche, por eso empecé a conocer mejor a esos señores que iban armados y en camionetas de lujo. A mí me daba mucha curiosidad, pero también pena, hasta que un día me armé de valor y les pregunté a qué se dedicaban, ellos me dijeron que trabajaban para la empresa ̧ ahí supe que eran del Cártel de los Beltrán Leyva; también me enteré que un amigo que conocí en la cantina trabajaba como halcón para el cártel, les avisaba de los movimientos de otros cárteles y de la policía. A mí eso no me impactó, allá se ve mucho la delincuencia organizada, se pelean mucho entre cárteles, levantan, torturan, la gente se tiene que esconder cuando hay balaceras, es normal. Sabía que los cárteles reclutaban a chamacos para que los mandaran a matar gente o de carnada en los enfrentamientos, yo pensaba que esa vida era cosa de locos, no quería ser como esas personas, yo soy una persona que razona.

Pero la vida da muchas vueltas, y lo que juraba que no iba a hacer, terminé por hacerlo, le dije a los señores éstos que, si me daban trabajo, ellos me preguntaron que, si estaba seguro de lo que hacía, yo les dije que simón, que le entraba a todo. Uno de los señores era sicario, le pedí que me pusiera a prueba, y que me toma la palabra; tres días después me contactaron, me dijeron que primero iba a empezar como halcón, nomás tenía que estar wachando a los enemigos. Me daban la dirección de la persona a la que tenía que vigilar y yo tenía que sacarle fotos a su casa, sus carros, pasar información a los sicarios de todos sus movimientos para que ellos nomás se fueran a quebrarlo. Así estuve trabajando por cinco meses.

En ese tiempo se chingaron a un chavo, y entonces me echaron la culpa a mí, como me vieron vigilando la casa y todo, pensaron que yo lo había matado. Los del cártel me dijeron que la familia de este chavo me andaba buscando para matarme y que me tenían que desafanar. Para salir del problema me ofrecieron subirme de sicario, me dijeron que era mi oportunidad para demostrar de lo que estaba hecho. Yo acepté, me enviaban a varios lados a hacer diferentes tareas, siempre estaba pendiente y a la orden.

Además de mis amigos en el cártel, tenía a mis amigos de la escuela, ellos eran sanos, ahí era el chavo tranquilo y buena onda, no me metía en problemas con los demás, me gustaba más juntarme con mujeres que con hombres, me caen mejor porque son amables, los hombres en cualquier momento se quieren partir la madre. Yo nunca le falto el respeto a las mujeres, por eso me enojaba cuando mis amigos o conocidos se querían pasar de lanza con ellas, más cuando estaban tomando, les decía que no se atrevieran a tocarlas porque les iba a pegar un balazo... Yo sí tomaba con algunas amigas, pero con límites, cuando ya las veía que estaban medio pedas les decía que nos fuéramos y las llevaba a su casa. Para mí es muy importante dejar las cosas claras, siempre les preguntaba a mis parejas si estaban seguras de tener relaciones sexuales, incluso amenazaba a los novios de mis hermanas que si las lastimaban les iba a pegar un plomazo.

Cuando tenía quince años decidí salirme de mi casa, era mucho peligro para ellos [su familia] debido a mi trabajo como sicario, pero tampoco podía dejar al cártel, el dinero que ganaba ahí ayudaba a mi familia, y yo sabía que trabajando por la derecha no iba a conseguir lo que me pagaban por matar gente, eso al menos aseguraba un plato caliente diario para mis hermanos y mis papás; también me acordaba de mi niñez, de todo lo que quería y que mis papás no me podían dar, esos lujos como juguetes y ropa nueva que siempre soñé, y mi trabajo como sicario me daba para comprarme todo lo que quería.

Con el tiempo me empecé a olvidar de eso y me enfoqué más en la adrenalina que me daba el disparar las armas, me acordé de mis sueños de ser militar. Disfrutaba mucho los entrenamientos y la sensación al disparar un arma, aunque nunca se me quitó el miedo a que me mataran, o a que mi arma no accionara.

La primera vez que maté a alguien no fue con una pistola, fue con un cuchillo, lo dejé hecho pedazos. Todo se iba aprendiendo sobre la marcha, mis compañeros más grandes me enseñaban cómo y dónde cortar. También me encargaba de secuestrar a halcones, punteros o sicarios que habían fallado o traicionado al cártel; y a halcones, punteros y sicarios de cárteles contrarios. Yo sabía que, así como torturaban a los contras, así me podía pasar a mí.

Una vez que secuestrábamos a la víctima, el primer paso era obtener información, si la obteníamos rápido, le iba bien a la víctima, un tiro en la cabeza y ya. Si se rehusaba, recurríamos a la tortura, los cortaba de abajo para arriba, primero los pies... puedes ir quitando dedo por dedo o las puras uñas. La tortura a veces duraba varios días, aunque eso no era muy común, era mucho gasto estarles dando comida y agua a las víctimas, además teníamos que cuidarlos de que no se murieran. Lo más difícil era cuando te rogaban por su vida, sentía temor, angustia por la persona que estaba sufriendo, porque yo sabía que no se merecían algunas cosas que les hacían, pero también sabía que algunos se las tenía merecidas, se las ganan por el tipo de cosas que hacían. Pero luego se me quitó esa sensación, mis compañeros me decían: “¡Cómo le vas a tener lástima!, no le tengas compasión, no es tu hermano, no es tu familia”, entonces hasta lo hacía con más coraje. Aunque sabía que no había que tenerles coraje a esas personas, ni las conocía, dentro del cártel te enseñan eso, a ser despiadado, poco a poco se te va quitando la humanidad, ya después pensaba: “No los voy a estar acariciando, ni que fueran perros”, y les cortaba un dedo.

Yo no le podía contar esos sentimientos a mis compañeros, ahí no puedes confiar ni en tu propia sombra, y a pesar de eso todos nos llevábamos bien, hasta hice amistades muy cercanas con algunos miembros del cártel, especialmente con el chavo que me conectó al trabajo en la cantina, él ahorita ya está en la otra vida, ya se fue de aquí, tenía dieciocho años, era como mi hermano, mi confidente, pasábamos mucho tiempo juntos porque estábamos en el mismo grupo, llorábamos juntos cuando teníamos algún problema, nos tomábamos una cerveza, nos contábamos nuestras cosas, me ganaba la sensibilidad con él. Un mes antes de que me agarraran lo mataron, me dolió mucho porque pasamos momentos felices, aunque a veces teníamos problemas como cualquiera. Hasta hoy siento culpa de no haberlo protegido, le prometí que lo iba a cuidar y él prometió que me iba a cuidar a mí, le fallé, no lo cuidé y está descansando en paz. Ahorita no tengo nadie, nadie me apoya, nadie pregunta si necesito algo, mi mamá me dice que los amigos no existen, el único que tuve es el que traigo colgando, lo extraño un chingo.

Me detuvieron cuando regresé a mi pueblo, me había mandado a llamar un comandante, me encargó estar al pendiente de los movimientos de la policía, pero todo fue una trampa que me pusieron para entambarme, hay muchas envidias ahí, como yo estaba chico y me di a conocer por mi trabajo, me tenían envidia porque podía subir a otro cargo. Fui detenido por la policía estatal después de una persecución en la que casi me les vuelo, me poncharon las llantas de la camioneta y ahí me agarraron a mí y a mi comandante; los policías nos amenazaron de entregarnos con un cártel rival, estaban ofreciendo bastante feria [dinero] por nosotros, nos pegaron, nos querían sacar información, pero yo les dije que no conocíamos a nadie. Me culparon por tres homicidios, portación de armas de uso exclusivo del ejército y fuerza aérea y me condenaron a la pena máxima para un menor de edad, cinco años en internamiento, no me quejo, merezco más, pero pago menos ja, ja, ja.

Vivir dentro del crimen organizado no es bonito, pero ganas mucho dinero, puedes comprar lo que tú quieras, hacer tu vida, andar pisteando de aquí para allá... Ahorita estoy terminando la prepa, cuando salga me gustaría meterme a la Marina, ya no quiero regresar al cártel, y yo creo que sí me puedo salir, nunca les quedé mal, además ya le había pedido permiso al comandante, él me dijo que sí.

Sé que tengo suerte, cuando te metes con los narcos no puedes encontrar otro final que no sea muerte o cárcel, no sabes ni cuál te toca. Yo ahorita estoy en la cárcel, pero nomás por cinco años, tengo chance de recuperar mi vida y hacer las cosas bien. También lo quiero hacer por mi mamá, si algún día me matan o desaparecen pienso en el dolor que le puedo causar, lo vi con la mamá de mi amigo, la señora se rompió en mil pedazos al saber que su hijo estaba muerto, y yo me puse a pensar que igual y mi madre se iba a romper, así, en pedacitos, si yo estuviera muerto.

No me arrepiento de lo que hice, lo hecho, hecho está, ahora sólo queda mirar para adelante. Lo que sí, aconsejo a mi hermano menor para que no se meta en este desmadre, le digo que le chingue a la escuela, que no piense que, como hice yo las cosas, él también puede hacerlo, todo tiene un precio.

Fidel

De niño vivía con mi mamá, que es ama de casa, y mi papá, que es albañil. Me acuerdo que no me gustaba ir a la escuela porque casi no tenía amigos, me costaba mucho trabajo relacionarme con mis compañeros; a veces llegaba de la escuela y mi mamá o mi tío me regañaban porque ya no quería estudiar, me decían que le echara ganas y cosas así. Seguí en la primaria más por obligación que por gusto, pero en sexto mis papás y yo nos mudamos para Oaxaca, ya aquí iba solo a la escuela y me empecé a llevar bien con mis compañeros, conocí a otros amigos y me sentía bien, feliz. Terminé la primaria y comencé la secundaria, pero la situación económica en mi casa era difícil, y como no me gustaba ir a la escuela sin dinero, busqué la manera de trabajar.

Conocí a un señor que tenía una frutería y él me dio trabajo descargando fruta que traían en un camión. También conocí al chofer que traía la fruta, ese güey, entre la fruta que vendía, escondía cargas de droga que vendía, y él me dijo que si quería entrarle a ese trabajo, primero le dije que no, pero pasaron como dos o tres meses y ya acepté.

Con el dinero que ganaba compraba dulces; iba a la escuela y ya compraba de mi dinero, no le pedía a mi papá. Pero este mismo señor, el chofer, me insistía, me decía: “Vamos a trabajar bien, porque en ese trabajo no ganas mucho y yo conozco a un señor que se dedica a otra cosa, vamos, te invito a trabajar con ese señor”, y pues ahí yo fui y empecé a andar con ellos [la gente del cártel].

Me hicieron una entrevista para el trabajo, me tenía que aceptar el comandante, una semana después el señor [el comandante] bajó de Juxtlahuaca, me llamó y me ofreció vender droga, y de ahí me mandó a hacer otros trabajos. Me involucré completamente con la delincuencia organizada, y aunque seguía estudiando, no duré mucho, cuando iba en segundo de secundaria preferí dejar los estudios y dedicarme de lleno a mi trabajo, a la semana me daba seis mil, siete mil pesos, me compré como dos celulares, no me acuerdo en cuánto salieron, pero sí tenía mucha feria [dinero].

Ahí en el grupo me enseñaron a disparar, pero yo nunca llevaba arma mía, sí me daban pistola, pero un ratito nada más, siempre se las regresaba. Nos dedicábamos al robo de autos y motocicletas, y por eso pagaban tres mil quinientos pesos por dos horas de trabajo, pero como el horario siempre era en la noche, lo dejé.

Un día, el señor para el que trabajaba nos dijo que nos tenía un trabajo especial, la paga iba a ser de noventa mil pesos si todo salía de acuerdo al plan: secuestrar a una persona. Nosotros ni preguntamos quién era, le entramos y ya, el primer día que lo secuestraron le llevé su comida, pasaron dos días y otra vez le llevé la comida, yo no agarré a la persona, nada más le llevaba la comida. Una semana después de tener a la persona secuestrada nos llegó información de que los agentes estaban haciendo una investigación, entonces nuestro comandante nos dio la orden de no movernos. Pero las autoridades ya habían dado con mi nombre, y al interrogar a un tío, él soltó la información de mi nombre, mi dirección, hasta una foto les dio el culero.

Una tarde me retrasé con la comida, y cuando fui por ella, como a las cinco de la tarde, ya me estaban esperando los agentes de investigación, quienes me detuvieron. A los catorce años fui acusado por el delito de secuestro y sentenciado a cumplir una medida privativa de la libertad de dos años.

Aquí adentro he tenido tiempo de pensar las cosas, pedí a mi familia que me trajeran mis papeles y me inscribí a la escuela para acabar la secundaria, me gustaría regresar el tiempo al punto en el que abandoné la escuela, me hubiera gustado tener mejores guías y consejeros en el pasado. Por eso siempre le digo a los chavitos que no se metan en esto, les va a ir mal en su vida, te pueden matar o le pueden hacer algo a su familia.

Marcos

Nací en Cancún, Quintana Roo, no tengo muchos recuerdos de mi papá, lo encerraron en la cárcel desde que yo estaba muy chico, él trabajaba para la delincuencia organizada. Fue difícil para mí crecer sin él, mi mamá lo iba a visitar y desde pequeño me llevaba a convivir con él en el CERESO, pero no es lo mismo. De lo poco que me acuerdo es que lo admiraba mucho, todos en la colonia lo conocían y lo respetaban, él es del grupo de los Sureños [13], de acá verdad. Yo decía: “Quiero ser como él, que todos me admiren también”. Me sentía protegido por ser su hijo, porque, aunque mi papá estaba preso, me daba la sensación de que me cuidaba desde ahí; ahí en mi cuadra nadie me podía hacer nada, todos me conocían.

Tenía buenos vecinos, por ejemplo, los veinticuatro y los treinta y uno de diciembre mi familia abría las puertas de la casa para que los vecinos celebraran junto a nosotros las fiestas, mi colonia era muy unida.

En mi familia, la cárcel era una cosa normal, uno de mis tíos también había estado ahí unas cuatro o cinco veces por delitos de narcomenudeo y robo. Yo me llevaba bien con ese tío, luego lo veía que se iba a la esquina a fumar y a tomar con sus amigos, yo me escapaba y me iba de arrimado con ellos.

Tiempo después, mi mamá se consiguió una pareja, era con madre, pero se separaron, ya no está con ella, yo me llevo muy bien con él, igual lo quise como un padre, quizás, sé que no es mi papá verdadero, pero yo lo quiero mucho a ese muchacho.

A los trece años empecé a consumir marihuana, también fumaba tabaco y bebía alcohol. Para ese entonces estaba en segundo año de secundaria, pero como que ya no me llamaba la atención la escuela, seguido andaba metido en pleitos con mis compañeros y me llegaron a encontrar droga en la mochila, y como ya no me importaba que me corrieran, me salí yo solito.

Cuando mi mamá se dio cuenta que me drogaba, que me iba a la calle y regresaba bien drogado, me comenzó a pegar, me pegaba muy feo, antes no era así, ella no sabía cómo corregirme y pus me empezó a pegar.

Entre mis amigos con los que me drogaba había una chava que vendía droga, muy linda ella. Nos hicimos amigos y ella me contó que tenía problemas con otras personas y que la estaban buscando para matarla, y como a mí me gustaba, le dije que si quería podía irse a mi casa a vivir, ahí la iba a proteger. Tiempo después nos hicimos novios, más adelante ella se embarazó y tuvimos una hija, pero no seguimos la relación, nos separamos a los meses de que naciera mi hija.

Yo seguí en el ambiente callejero, me juntaba con drogadictos, borrachos, delincuentes y me involucré con una pandilla. En mi casa hay un parque grande, hasta parece que es toda la manzana, son varias cuadras hacia adentro, están divididas, una primera capa, una segunda y una tercera; yo vivía en la primera, de ese lado se juntaban los de la [pandilla] MRM, de este otro lado los PPL, y de este lado La Invasión. Yo vivía en medio de todas esas, y a veces ya no podía ni pasar por ahí porque en corto me bajaban [golpeaban] los de la pandilla enemiga. También ahí con la pandilla conocí la piedra, la coca y el cristal, se me hicieron adicciones esas madres.

Conocí a dos chavas que se dedicaban a robar, y en mi desesperación por conseguir dinero para la droga, empecé a robar con ellas, les decía: “No tengo feria, vamos a jalar”, y no sólo yo, había mucho niño que robaba para conseguir vicio, desde quince, dieciséis, diecisiete años los más grandes, dieciocho algunos, entre todos los chamacos nos juntábamos e íbamos a robar, éramos pura banda que estaba ahí, que no teníamos dinero y que queríamos drogarnos, a veces robaba acompañado, o ya cuando andaba muy desesperado me iba solo.

Ése fue el primer delito por el que me agarraron, robo y portación de arma de fuego. Me gustaban mucho las armas, desde chiquito fui así, veía las series de narcos y me fascinaban, las relacionaba con el lujo, el poder, las mujeres... Me gusta su vida [de los narcos], lo que han logrado, el dinero que tienen, me emocionaba decir: “Yo algún día voy a ser como él, voy a salir en las noticias de que yo soy el que tiene dinero”, algo así me visualizaba.

A veces iba a visitar a mis abuelos, ellos vivían en otra colonia, ahí conocí a un señor que estaba involucrado con un cártel, yo le dije que me alivianara, estaba desesperado por conseguir dinero para la droga, que es muy cara. A los pocos días el señor me contactó y me dijo que me iba a dar una oportunidad, que me jalara para donde estaba.

Cuando tenía quince años busqué subir a sicario, mis jefes me dijeron que tenía que pasar unas pruebas para ver si podía jalar con ellos. Me llevaron a un lugar donde vendían droga unos rivales y me dijeron que los baleara: “Sobres, tírale”, y ¡pum, pum, pum!, yo hacía todo lo que ellos me decían, pensé que me iban a poner pruebas más cabronas, pero no, nomás me dijeron: “No hay pedo, pero ocupo que te pongas a vender [droga] unas dos semanas, para que vean que no hay bronca, que estás derecho, que no hay broncas contigo”.

Empecé a vender droga para el cártel, me enseñaron cómo manejar un arma, como desarmarlas, las posturas para usar un arma de fuego y algunas tácticas de disparo; también me dieron adiestramiento para torturar a una persona y causarle el mayor sufrimiento, nos enseñaron a mochar dedos, a destazarlos, a ahogarlos con una toalla, a muchas cosas...

Estuve trabajando para mi amigo por dos años, pero la paga no era buena, y al principio no había problema, pero mi pareja ya tenía nueve meses de embarazo y yo necesitaba la lana para mi hija. Yo le empecé a buscar por otros lados, preguntaba con gente de otros cárteles, pero como ya estaba fichado no me aceptaban, hasta que un día me dijeron: “¿Quieres chambear?, pues vente pa’ acá, acá pagan mejor que en otros lados”, y le dije: “Pero tú sabes, ellos están enterados de que yo trabajé con otras personas, van a desconfiar mucho de mí”, “No hay bronca, nada más no juegues chueco, no te gastes el dinero ni la droga porque ahí sí va a haber consecuencias”.

Con el nuevo cártel ya no me dejaban hacer muchas cosas, me tuve que adaptar, no me dejaban fumar marihuana, piedra ni cristal, eso se me hacía bien difícil, porque yo me metí en esto para pagarme mi vicio, ¡y ahora no me dejaban ni drogarme!, pero pus ni modo, ya estaba adentro y no quería pedos con los patrones. Ellos [los patrones] eran cabrones, no se jugaba con ellos, me dijeron que si me llegaban a agarrar no podía soltar información, porque me iban a matar, todo tenía que ser bajo la autorización del encargado, era la autoridad, y si no se cumplía con eso sólo había una salida: la muerte.

Eso sí, teníamos prohibido matar niños o mujeres, matar inocentes pues, tampoco podíamos extorsionar o secuestrar para sacar dinero por nuestra cuenta, nada más hacíamos los secuestros que el patrón nos ordenaba.

En ese tiempo yo ya era un sicario hecho y derecho, diría, ja, ja, ja, me dedicaba a matar y secuestrar gente, esas eran mis principales actividades, si había ahí un secuestro o algo pues me hablaban a mí: “A ver, torturarlo, haz que hable”, incluso tuve que asesinar a algunos amigos, personas con las que crecí de niño, eran órdenes y se tenían que cumplir.

Estar en un cártel te hace sentir poderoso, me sentía intocable, las personas me miraban como con miedo, ¿sabes? Mis amigos también me tenían miedo, quizás admiración. Mi novia igual, eso era lo único que no me gustaba, pero pus me acostumbré. También me gustaba tener dinero, desde chamaco cargué con miles de pesos, y eso hacía que valiera la pena lo demás.

Lo que me dolió es que me tuve que alejar de mi familia, todo por su seguridad; también me sentía muy cansado todo el tiempo, si no estaba dormido, estaba drogado, no hay días de descanso en el cártel. Salía de la ciudad una o dos veces al mes, y no porque estuviera de vacaciones, ¡sino porque me andaban buscando para matarme!

Cuando mi mamá se enteró de mi trabajo no me regañó, sí estaba enojada, pero yo creo que se resignó, no me hizo panchos para que lo dejara, nada más me dijo que me cuidara mucho.

Me detuvieron a los diecisiete años, en un cateo que hizo la [policía] municipal en mi casa, tenían orden de aprehensión en mi contra y llegaron directo por mí. Me dieron una madriza, me interrogaron e intimidaron para que cantara quién era mi jefe y en dónde operaba, pero no dije nada, me aguanté las torturas porque sabía que, si decía algo, los de cártel me mataban.

Ahorita estoy cumpliendo una medida privativa de dos años y medio por mis delitos...o al menos los que me comprobaron. Aunque he estado poquito tiempo internado, he reflexionado mucho, ya me hice planes pa ́ cuando salga; lo primero que quiero hacer es ver a mi hija, ella es mi principal motivo para salir adelante, pienso que, si ya hice todo lo malo por ella, también puedo hacer lo bueno. Me gustaría irme para Canadá, seguir estudiando y terminar la prepa.

Cuando te invitan a entrar a la delincuencia te lo venden como lo más chingón, pero no todo es como te lo pintan, ¿sabes?, y va a haber colores y sabores de todo tipo, pero nomás va a haber una salida, la muerte. Estar en un grupo así no es como todos piensan, de que va a haber dinero, siempre, pero de que todo va a estar chido, nada de eso. Pura soledad, tristeza y amargura.

Hector

A los dieciséis años me ingresaron en un centro de internamiento por homicidio calificado. Aquí estoy solo, nadie ha venido a verme.

De niño vivía con mis papás y mis hermanos en Guerrero, mi papá se había ido a Estados Unidos y regresó cuando yo tenía como cinco años, mi mamá hacía comida para vender. Me gustaba jugar fútbol con mis primos e ir de cacería, siempre me han gustado las armas, admiraba mucho a los soldados.

Cuando tenía once años probé la marihuana, estaba con uno de mis primos que es más grande que yo y con el que me juntaba mucho. Yo ya no tenía interés en la escuela, nunca me gustó. Cuando iba en la secundaria, mi hermana se enfermó de cáncer, entonces mis papás y mis hermanos se fueron a la Ciudad de México para llevarla con un doctor y me dejaron solo en la casa, me dejaron dinero y me encargaron con mis tíos que vivían a un lado, yo me quería ir con ellos y con mis hermanos, pero me dijeron que me quedara a estudiar, yo tenía trece años.

Mi primo me iba a visitar para fumar marihuana y ver la tele, yo ya no iba a la escuela, me expulsaron porque me agarraron fumando afuera de la escuela. Mis papás nunca se enteraron de eso, casi no hablaba con ellos; un día iba a ir a la escuela para ver si me aceptaban otra vez y si me dejaban entrar o así, ya me estaba poniendo el uniforme, era madrugada, como las seis, cinco y tantos, cuando mi primo me avisó que mi hermana había fallecido. Días después mis papás regresaron a la casa, pero yo ya estaba mal, dejar la escuela y la muerte de mi hermana me llevaron a ser otra persona.

Con el tiempo me empecé a lesionar yo solito, me sentía solo y luego drogado me empecé a cortar escuchando canciones, hoy me da risa eso, estaba todo idiota, es algo que nunca volveré a hacer, no sé en qué pensaba.

Me la pasaba en la calle, drogándome y pasando el rato con mis amigos, ellos estaban con el Cártel del Golfo, y en la convivencia me invitaron a participar en el cártel, me pusieron a prueba, yo era un chavo miedoso, pero con ellos se me quitó. Sentía cierta admiración por la gente del cártel, cargaban armas, droga, pura fiesta, yo quería ser como ellos.

Mi primera prueba fue sencilla, tenía que balear a un vato para quitarle la motocicleta, y sí lo hice, me dio miedo pero lo hice. Con eso me gané la confianza de los otros miembros y me dieron mi primer cargo dentro de la organización: sicario.

A partir de ahí fue puro matar, matar, matar, secuestrar a la contra y matarlos. También me encargaba de dejar los cadáveres en lugares visibles, con pancartas para amenazar a grupos contrarios, también los depositaba en fosas comunes. Al principio me daba miedo que me fueran a matar, pero después con el tiempo perdí ese miedo y dije: “Pues valiendo madres, que pase lo que tenga que pasar”. A los trece años ya ganaba diez mil pesos a la quincena y tenía a mi cargo a un grupo de diez sicarios. Me gastaba todo mi dinero en pendejadas, tomaba mucho y consumía mucha droga.

Me sentía protegido dentro del cártel, todos me respetaban y tomaban en cuenta mi opinión, algo que nunca tuve en mi casa. También me encargaba de reclutar a nuevos miembros, cuando me veían que andaba por mi pueblo, me iban a buscar: “Hay un vato que quiere jalar, hazme paro”, y yo les decía que le iba a preguntar al patrón, sentía chido de tener el poder.

Dentro del cártel había de todo, hombres y mujeres, todos éramos iguales, hacíamos lo mismo. Casi todos le rezábamos a la Santa Muerte para que nos protegiera, había una señora que nos hacía rituales, nos daba amuletos de huesos humanos y estampas curadas, que no me sirvieron de nada porque el día que me agarraron traía dos amuletos y mis tres santas colgadas, y mira, aquí estoy.

La última tarea que me asignaron antes de que me detuvieran fue asesinar a un contra, estaba en una fiesta y había mucha gente, la chingadera fue que alguien me grabó y mi foto empezó a circular por todos lados, me detuvieron esa misma noche.

Aquí en el centro de internamiento me dedico a estudiar y a portarme bien, me gustaría salir antes de tiempo. Cuando recién me agarraron recibía dinero del cártel y tenía comunicación con mi comandante, después de unos meses dejé de saber de ellos, pero según me dijeron, me iban a esperar para seguir jalando con ellos.

Pero ya quiero dejar esa vida, a lo que más le temía era a caer en prisión, ni a la muerte le tenía tanto miedo, porque si me mataban, pues ya, no había más. Pero lo que no quería era ir a la cárcel y pues sucedió, cuando me agarraron no traía mis armas, las había aventado, porque si las hubiera traído, los mataba [a los policías], antes muerto que encerrado.

Mi preocupación más grande no es tanto salir, sino lo que me espera allá afuera, tengo miedo de que quieran cobrar venganza, por eso quiero pasar desapercibido y no regresar ya nunca pa ́ mi pueblo. También me preocupa que mi hermano está siguiendo mis pasos, ya le dije a mi mamá que si no quiere estudiar, que no le compre nada, que no le de nada, le dije a él que se ponga a estudiar porque si quiere hacer lo mismo que yo, yo mismo lo voy a meter preso.

No todo es dinero, es importante estudiar, trabajar decentemente, porque si uno quiere andar haciendo desmadres solo hay dos caminos, la cárcel o la muerte y cuando caes en la cárcel, todos se olvidan de ti.

Santiago

Soy de Candelaria, en el Estado de Campeche. Aquí domina el Cártel del Pacífico, los Zetas y el Cártel del Noroeste. Cuando estaba chiquito mis papás se separaron y nos alejaron a todos, decidieron que yo me quedaría con mi papá, y mi hermano mayor se fue con mi mamá; pero los que realmente me criaron fueron mis abuelitos, mi papá trabajaba todo el día y mi abuelita era la que me cuidaba. De mi mamá casi no sé nada, en una ocasión recuerdo que se estaban peleando porque quería llevarme con ella y con mi hermano, entonces se metió mi papá, mi abuela y fue un conflicto, pero pues no me fui con ella, me dijeron: “A ver, ¿qué quieres?”, y yo le dije a mi mamá: “Pues, es que no te conozco”, me hicieron ver que mi abuela era mi mamá y mi papá pues era mi papá, así que me quedé con él.

Mi papá era buena gente, cuando tenía cinco años me regaló una bici de rueditas, fui muy feliz ese día. Por esa época, mi papá conoció a una señora que luego se hizo su esposa, ella tenía hijos de su matrimonio anterior, y juntos nos fuimos a vivir a Cancún. Con esa señora nada más duramos dos años, después ella y mi papá se separaron y nos fuimos a otra casa.

Cambié de escuela un montón de veces, nos mudábamos seguido y éramos muy inestables. Me acuerdo que mis abuelitos también se fueron para Cancún con nosotros, y como mi escuela estaba más cerca de casa de ellos, me la pasaba de lunes a viernes ahí, y fines de semana con mi papá.

Cuando yo tenía once años, mi papá se casó de nuevo, mi madrastra... ella me aconsejaba, cometía un error y ella me aconsejaba, y no porque fuera mujer, mi papá me enseñó eso, que no porque sea mujer ella me aconsejaba sino porque tenía experiencia de la vida, yo la quería mucho.

Cuando entré a la secundaria, mi hermano dejó de vivir con mi mamá y se mudó con nosotros. Yo era un chavo normal, me gustaba estar con mis amigos y rapear, también era bueno en la escuela, mis materias favoritas eran inglés, matemáticas y computación. Mi papá era bien consentidor, nos compraba teléfonos, tabletas y videojuegos, cuando nos castigaba nos quitaba eso, nunca nos pegó.

Pero el vicio es el vicio, ya había visto que otros compañeros fumaban cuando estaba en sexto de primaria, un chavo llevaba unos cigarritos y me decía que, si quería, que te ponías chido, yo le decía: “No quiero, no sé qué es, pero no quiero”, me llamó más la atención cuando estaba en la secundaria, me empecé a meter en eso y en lo de la improvisación, entonces mis calificaciones bajaron y yo empezaba a drogarme diario, a fumar marihuana. Me gustaba sentir como que volaba, pensaba que me ayudaba a concentrarme más al momento de rapear.

Yo tuve la culpa de que mi hermano le entrara también a las drogas, le decía: “Vas, carnal, pruébale”, y el me regañaba, me decía que eso no estaba bien, que me acordara de lo que decía mi abuelita de las drogas, que eran malas pues. Pero una vez que la probó, ya no la soltó. Cada quien lo hacía por su lado, él con sus amigos y yo con los míos, de lo que sí nos cuidábamos era de mi papá, que no nos cachara, pero una vez nos encontró fumando y nos dijo que lo habíamos decepcionado, nos aplicó la ley del hielo por una semana.

Hasta eso no fumábamos tanto, no teníamos dinero para comprar de a madres, el dinero que teníamos era el que nos daba mi papá y nos alcanzaba para poco. La droga nos la vendía el papá de un amigo de mi hermano, y yo conocí en la secundaria al tío de un amigo que era parte de los Zetas, tenía buena hierba, a veces él me regalaba, de hecho, me llevaba muy bien con él, no sé si ya lo asesinaron.

Poco a poco conocí a más y más gente del ambiente [de las drogas], dejé de interesarme en la escuela, ya no hacía tareas y faltaba a clases. Un día invité a unos amigos a fumar ahí atrás de la escuela, pero nos vieron y me expulsaron, a mí y a mi hermano. Mi papá se encabronó, ya nos había sorprendido varias bolsas de marihuana antes, pero esto sí lo hizo explotar, nos dió una cagotiza.

Nos cambiamos de escuela y en segundo de secundaria conocí a varios chavos que se metían otras drogas, no sólo marihuana, me dieron a probar la cocaína, el crack y la piedra. Ellos mismos me propusieron que los ayudara a distribuir la mercancía, aprovecharon que yo me veía chamaco para distraer a la Policía Municipal, me ponía mi uniforme de la secu y ni me volteaban a ver. Por cada entrega que hacía me pagaban doscientos pesos.

Mi papá se dio cuenta de lo que hacía, pero no me decía nada, sólo que estaba mal y ya. Un día me envió con un psicólogo, pero no me ayudó en nada, en nada, la verdad no, me decía: “A ver, platícame qué te pasa”, y ya yo le platicaba y me decía: “Ya, es todo”, en realidad yo sentí que era pura pérdida de tiempo.

A los doce años me detuvieron por andar robando y mi papá fue a sacarme del bote. Robábamos y andábamos aquí en el barrio, íbamos a las parties y todo ese rollo, o sea no por necesidad, sino para hacer maldad, por sentirnos más chingones, como dicen, ¿no? Mi papá se puso como loco, me quiso pegar por primera vez y yo no me dejé, me fui de mi casa, decidí que me iba a ir a vivir a casa de mi jefe [del cártel].

Ellos [el cártel] nomás me enseñaron lo básico pa ́ vender droga, lo demás lo fui aprendiendo yo solito. Conocí a muchas personas, había un grupo de sicarios que andaban por ahí peleando plaza, eso me daba curiosidad, yo oía muchas cosas de ellos, de todo lo que les hacían a las personas, y les decía: “No veo que haya algo chido, se me hace que ni es cierto todo lo que dicen de ustedes”, me preguntaron si quería ver y me llevaron a donde descuartizaban a las personas.

A los catorce años empecé a administrar un punto de venta yo solito, consumía cocaína, tachas, LSD y piedra. También a esa edad me agarraron por primera vez de manera “oficial”, me dieron setenta y dos horas por andar involucrado en una pelea de pandillas, nos detuvieron a varios, unos mayores de edad, otros chavillos como yo.

Como yo ya andaba bien metido en eso de la venta de droga, me agarraron los policías, pero no para entambarme, sino para sacarme información del grupo para el que trabajaba. Yo les dije que no trabajaba para nadie, que era independiente, y los cabrones me dijeron que a partir de ese momento iba a vender para ellos. Y estuvo chingón, por cuatro meses estuve vendiéndoles coca a los federales y nadie me hacía nada, los federales me decían: “Alguien que te moleste, o sepas que está vendiendo, dinos y nosotros vamos, lo levantamos y lo desaparecemos”. Ellos me pagaban hasta cuarenta mil pesos a la semana por mi trabajo, además de mis ganancias independientes, a lo mejor por eso me eligieron, porque sabía vender.

Pero nunca me sentí a gusto ahí, sentí que un día me iban a hacer una mal jugada, por eso le hablé a mis amigos del barrio, los que me ayudaron a manejar mi punto [de venta de droga], que me echaran la mano a zafarme de ahí; ellos me dijeron que sí, rentaron unas casas y me escondieron como por dos meses, porque a pesar de que les había entregado cuentas claras, los federales me seguían buscando.

Pero, siento yo, que la razón por la cual me involucré más con el cártel, fue porque un día mataron a un compa los de un cártel rival, entonces yo busqué más la venganza, tenía odio hacia los que asesinaron a mi amigo. Me acuerdo que un señor me decía: “Tú no deberías de estar aquí, tú deberías estar con tu papá, estudiando, haciendo las cosas como deben ser, eres muy joven, tienes a tu familia, aunque no tengas a tu mamá, salte de aquí”, pero uno de chamaco es necio.

Como teníamos el apoyo del Cártel Jalisco Nueva Generación, las ventas aumentaron, yo también le entré a otras cosas, empecé a vender cristal y a consumirlo, al igual que la marihuana, las tachas y el crack. Éramos tan cabrones que hasta teníamos nuestras camionetas para vender a mayoreo, crecimos mucho en ese tiempo.

El Cártel Jalisco Nuevo Generación tenía sus reglas, asesinaban a cualquier persona que vendía en los puntos de venta contrario, no permitían drogarse mientras estuvieras trabajando; tampoco podías asesinar a mujeres sin tener previa autorización; teníamos prohibido ir a prostíbulos o antros; y asaltar o lastimar a personas por gusto también era prohibido. Si no respetabas estas reglas te mataban, así le pasó a varios compas. Pero si te portabas bien, te daban más lana, o si te arrestaban, te sacaban de la cárcel o le pasaban lana a tu familia. Tampoco nos permitían tener novia..., o bueno, sí podíamos, pero que no fueran de cárteles rivales.

El cártel estaba formado en grupos, liderados por un comandante, dentro de los grupos había de todas las edades, pero había preferencia a los chavos, ellos [los comandantes] decían: “Oye necesito personas pero que sean más chavos, que no sean mayores de edad, para que en un problema de la policía me pueda mover”. Casi no había mujeres, a menos que fueran de toda la confianza del comandante o de los jefes; todos los ingresos eran controlados, o sea, casi siempre llegabas recomendado de uno que ya estuviera adentro, y él se tenía que hacer responsable de que no jugaras chueco.

Dentro de ahí te lavan el coco [te manipulan], hacen que ya no sientas feo al matar o descuartizar a alguien, nos decían que cuando tuviéramos que ejecutar a alguien pensáramos: “Si no me importa mi vida, la tuya menos, eres alguien sin valor para mí y pues me deshago de ti rápido”. La primera vez que maté a alguien fue por una deuda que tenía, debía setenta mil pesos y me encargaron asesinar a una persona a cambio de mi libertad, después de que hice eso, sentí rencor y muchas náuseas, ganas de vomitar, eso nunca se me va a olvidar.

Después empecé a participar en secuestros, siempre a integrantes de cárteles rivales, eso lo hacíamos para demostrar nuestro poder y fortalecer al Cártel Jalisco. Tiempo después me ascendieron a sicario y ya no me dejaban vender drogas. Para ser sicario debías tener experiencia, demostrar habilidades para matar, también tenías que ser leal al cártel y ser confiable, eso era muy importante. Si cumplías con eso, te daban puesto como comandante o jefe de sicarios, no importaba si eras menor de edad, casi todos empezaban a los quince o dieciséis años, les daban armas, carros, casas y droga, además de un equipo de cinco o seis sicarios. Cuando me ascendieron, me dieron a diez personas, mi trabajo era vigilarlos y entregar reportes a mis jefes.

Ahí gané mucho dinero, nos daban ocho mil pesos semanales por cada persona a la que matábamos. El cártel me dio motos, casas, carros y un chingo de dinero. Dejé las otras drogas y nada más me metía marihuana, los jefes me decían: “Eres el más chavito de todos y te podemos educar para cuando estés más grande”.

Con el dinero que ganaba apoyaba a mi hermano, ese cabrón estaba lleno de deudas, yo le decía: “¿Por qué no te dejas de rollos y te pones a vender?”, pero no funcionó porque seguido me metía en pedos por estarlo defendiendo ante los señores. También por esa época conocí a la mamá de mi hija, ella es hija de una amiga de mi abuelita; al principio mi chava no sabía a lo que me dedicaba, pero como ya éramos novios formales, le dije: “Mira te voy a ser sincero, yo me dedico a este bisne, si tú quieres estar conmigo, pues bien, yo te apoyo, en lo que necesites, pero es tu decisión, no te voy a obligar”, ella me aceptó así y nos fuimos a vivir juntos, aunque sólo duramos seis meses porque me detuvieron.

Yo soy devoto de la Santa Muerte, ella me advirtió que me iban a agarrar, lo sé porque la mamá de mi amigo es santera, ella me leyó el futuro. Me dijo que me iban a matar en menos de una semana, y que, si quería salvarme, tenía que seguir sus indicaciones. Esa semana me habían encargado ir a asaltar a un señor que vendía armas en su casa, la mamá de mi amigo me dijo que sólo había tres caminos en mi vida: uno era irme, dos era morir y el tercer camino era la cárcel. Su consejo fue: evita ir a la casa a donde van a guardar las armas, al menos por esta semana. Pero yo tenía órdenes, y cuando fui a la casa de seguridad del señor éste, ya me estaban esperando las autoridades. La policía me andaba cazando porque estaban investigando unos homicidios y pues ni modo, me emboscaron los federales y los marinos.

El cártel andaba pasando por una mala racha, habíamos tenido muchas bajas por las peleas entre cárteles o por castigos dentro del mismo cártel, es que si tú cometías un error perdías la admiración y pues el señor decidía ya matarte, porque no podías estar regándola siempre, además varios miembros habían sido detenidos por las autoridades.

Duré apenas cuatro años dentro del crimen organizado, en ese tiempo maté como a cuatro personas, todos enemigos directos del cártel. Cuando me detuvieron ya estaba harto de todo, me sentía asqueado.

Ahora estoy cumpliendo una sentencia de tres años por el delito de portación de armas. A veces viene a verme mi papá, aprovecha que viene al sur y me trae productos de higiene y ropa; sigo en contacto con mi carnal, nos hacemos videollamadas seguido. Decidí retomar la relación con mi mamá, la verdad ya no me voy a pelear con ella por mi papá, ni me voy a pelear con mi papá por ella, o sea su conflicto, es eso, su conflicto, y yo pues soy hijo de los dos, nada más que me hartan, pero está chido llevarme con mi papá y con mi mamá. También conocí a mis medios hermanos, hijos de mi mamá.

Sigo en contacto con el cártel, mis valedores me hablan para que siga trabajando con ellos. Yo creo que sí lo voy a hacer, el año pasado unos cabrones se metieron a mi casa y la saquearon, amenazaron a mi papá, a mi mamá y a mis hermanos, quiero salir y asesinar a esas personas, uno de ellos está preso y otro sé quién es, me gustaría asesinarle a toda la familia..., con la familia no se mete, yo nunca me metí con la familia de nadie, siempre respeté eso, soy muy vengativo en esta parte, que conmigo hagan lo que quieran, que se desquiten y si hasta me quieren asesinar pues está bien, pero mis hermanos no tienen nada que ver, los encañonaron, intentaron lastimar a mi madrastra y a mi papá, y eso no lo perdono.

Apenas terminé la secundaria, estoy haciendo ahorita la prepa, también tomo talleres de tejido de gorras y bolsas. Cuando salga quiero conocer a mi hijo, nació cuando yo estaba en la cárcel, tiene dos añitos, lo he visto en fotos que me manda su abuela. También me gustaría estudiar algo, administración de empresas, hotelería o turismo, sé que le tengo que chingar a estudiar inglés, me lo dicen mi papá y mis tías que andan estudiando la universidad. Quiero superarme, a lo mejor trabajar en la Guardia Nacional...

Mi papá me quiere enviar a otro país, dice que para que me aleje de las malas influencias, pero yo no quiero, pienso que sería un cambio muy drástico. Creo que me volví más maduro con todo lo que me pasó, no es un juego tomar decisiones serias, aunque digan que: “Ay, es lo que hacen estos chavos, matan gente”, no entienden, ¿cómo puede decir que es fácil asesinar a una persona?, no es fácil, todo es psicológico, ahora recuerdo que era demasiado, voy a salir y disfrutar un rato, no me gustaría volver a estar preso.

Mariano

Nací en Chetumal, donde vivía con mi mamá, mi papá y mi hermana mayor. Desde que tengo memoria mi papá ha golpeado a mi mamá, pero un día ella se cansó y le pidió el divorcio. Mi papá no lo tomó bien y me llevó con él por casi un año, hasta que mi mamá le metió una demanda y ganó mi custodia, entonces regresé con ella y mi hermano.

Cuando tenía tres años mi papá me volvió a buscar, pagó la manutención y se portó chido, así que retomamos la relación, pero eso duro poco tiempo. Él vivía solo, bueno, con una pareja, pero ella en sus cosas, y cuando lo iba a visitar me dejaban ahí solito... y pues mi mamá varias veces fue a la casa de él y se dio cuenta. Metió demanda y metió a mi papá en el CERESO como dos años, y ya de ahí no pudo volver a verme.

Mi mamá siempre fue muy cariñosa conmigo y mi hermana, estaba al pendiente de nosotros y nos cuidaba bien; a mí era al que más regañaba, pero porque yo era hiperactivo, me la pasaba brincando y corriendo por todos lados. Mi mamá trabajaba en un supermercado y ahí conoció a mi padrastro, que era panadero, los dos trabajaban mucho para darnos lo mejor. También convivíamos mucho con mi abuelo, yo lo admiro mucho, desde muy joven empezó a trabajar lavando calles o de mecánico, después entró al gobierno y tuvo un trabajo chido, además, nunca tuvo vicios de alcohol o cigarro, siempre fue un hombre estricto, derecho e intachable.

Cuando tenía diez años una tía me “robó”, me llevó con ella para Veracruz sin el permiso de mi mamá, mi tía me dijo que me habían encargado con ella y estuve siete meses allá. En esos meses vi muchas cosas feas, mi tía se la pasaba drogada y los señores con los que vivía me pegaban y querían que yo fumara. Mucho me hicieron ahí pero no me acuerdo de todo. Esos recuerdos te causan problemas en tu vida...ahorita no, son cosas que ya he superado, pero en su momento sí me dolió mucho. Hasta que un día mi papá le dijo a mi mamá dónde estaba y fueron por mí.

Después de eso empecé a consumir marihuana con mis compañeros de la escuela, a pesar de todo lo que mi mamá me había cuidado de la droga, porque según ella, tenía una tendencia a drogarme, porque mi papá se drogaba en su tiempo. Y mi mamá pensó que alejarme de todo eso me iba a ayudar. Pero al contrario, me sentía harto de no salir, de no ver a mis amigos, solo salía con mis hermanos y yo quería mi espacio. Todo esto hizo que yo me “alocara”, golpeaba a mis compañeros y me peleaba seguido, pero todo porque ellos me molestaban, me quitaban mis cosas y me insultaban.

A los dieciséis años me reencontré con mi papá y me fui a vivir con él, pero él seguía tomando mucho, y como yo también le entraba duro al alcohol, seguido salíamos peleados, así que nos separamos de nuevo. En ese tiempo conocí a uno de mis medios hermanos -por parte de mi papá-, él era tres años mayor que yo; me llevaba re bien con él, siempre me daba regalos y me compraba cosas, pero mi mamá lo odiaba, no quería que yo me juntara con él porque era delincuente, y yo me enojaba mucho que le dijera así, porque lo quería mucho.

Como las peleas con mi mamá ya eran muchas, decidí salirme de mi casa e irme a vivir con mi hermano, donde empecé a involucrarme también en el robo y la venta de drogas. Primero fui su ayudante empaquetando y contando el dinero, mi mamá durante un año me estuvo buscando para que me regresara, hasta que le dije que no iba a regresar, que ya había estado la mayoría de mi vida con ella y me empecé a portar grosero.

Tiempo después detuvieron a mi hermano por el delito de homicidio, y el cártel me contactó directamente para que trabajara con ellos. Yo acepté, pero un día me dieron la instrucción de matar a alguien, y ahí me torcieron. Actualmente, cumplo una medida privativa por tres años, ya me falta poquito pa ́ salir.

Tomás

Toda mi vida he crecido en Quintana Roo, ahí viví con mis siete hermanos, todos más grandes que yo, eran los que me cuidaban; también vivía con mi mamá y mi padrastro, pero mi mamá siempre estaba trabajando y casi no la veía.

Mi padrastro es buena persona, tiene una tienda de abarrotes y me cuidó como su hijo. A pesar de que él tenía su trabajo, me preguntaba “¿Qué quieres, qué tienes, ya estudiaste?”, y mi mamá no, ella sólo llegaba a la casa, me volteaba a ver, no me preguntaba nada y cerraba la puerta, a mi hermano mayor sí le hacía caso, le preguntaba cómo estaba o si necesitaba algo; si yo necesitaba algo se lo tenía que pedir y me lo daba, pero de mala gana: “¿Qué quieres?, ¿dinero? Toma, vete ya”.

Como sentía que mis papás no me querían, me empecé a juntar mucho con mi hermano el mayor, lo veía como si fuera mi propio padre. Un día mi mamá decidió separarse de mi padrastro y eso me afectó mucho, el señor era diabético, yo lo iba a ver y lo quería mucho, fue decayendo, quizá por culpa de mi mamá. Para mí todo empezó cuando mi mamá dejó a mi padrastro, yo lo veía como una figura paterna también, fue muy duro para mí.

A lo mejor por eso empecé a drogarme a los once años, me la pasaba en la calle y ahí era fácil conseguir la droga, crecí en un lugar en donde se juntaban varios chavos a fumar mota y cuando ibas te invitaban.

Cuando tenía trece años cometí mi primer homicidio, asesiné a puñaladas a un güey que era puto, me andaba acosando. Cuando sucedió no pude dormir, estuve tres días con insomnio, pero esa vez no me agarraron.

En mi casa nos hacía falta el dinero, mi mamá se chingaba todo el día trabajando para darnos de comer, pero no era suficiente, fue cuando empecé a robar carros y motocicletas para darle algo de dinero, ella... nunca me preguntó de dónde venía el dinero, sólo lo recibía.

Los que me enseñaron la maña fueron mis amigos del barrio, ellos me enseñaron a robar y después me metieron al cártel. Tuve una diestra [adiestramiento] en donde me enseñaron el manejo de armas y estrategias de tortura. Ellos me dieron como que la “escuela” para ser sicario, en una escuela normal te enseñan a leer y a escribir, acá te enseñan a no importarte nada. Me daban un libro y ahí veía las partes del cuerpo que podías usar para torturar o desmembrar. Después de ahí me dieron el trabajo de checador, donde vigilaba una bodega con armas, dinero y droga.

Un año después me salí de ahí y me moví a otro cártel porque estaban amenazando y asesinando a mis compañeros, entonces mejor me fui. El nuevo cártel al que llegué era más sanguinario, tenían fama de descuartizar personas, y en cuanto entré me asignaron de carnicero, que porque yo ya sabía de anatomía dijeron. Me llevaban a la gente... mala como yo. A personas que secuestraban y violaban a niños o mujeres. Yo odio a esos, porque tengo familia y no quisiera que les pase. Me suplicaban y yo me alegraba, porque son personas que no merecen estar vivos, así es mi forma de pensar. Yo llegaba y el vato ya estaba amarrado y pues lo mataba..., le tenía que quitar la cabeza y las extremidades, ese era todo mi trabajo. Con cada asesinato me volvía más... insensible pues. No tenía de otra, ellos te dicen: “O él o tú”, y ni modo.

Para hacer el trabajo me metía varios clonas [clonazepam], para estar adormecido y hacer las cosas sin pensar. Me pagaban veinte mil pesos a la semana, y con eso me pagaba mis adicciones, me sentía tranquilo cuando estaba drogado.

Durante mi estancia en el cártel vi cómo reclutaban más niños, morros como yo que crecimos donde los papás se la pasaban drogándose, no les importaban sus hijos, cómo se criaban, si necesitaban algo o si se morían de hambre.

Yo le tengo mucho resentimiento a mi mamá, de que nunca se ocupó de mí, y cuando andaba en la delincuencia le chingué unos negocios, mandaba a que la extorsionaran para que quebrara y pasara más tiempo conmigo. Ella cuando tomaba me decía que me parecía a mi papá biológico, que me odiaba... yo agarraba rencor, no con ella sino con el vato. Toda esa energía, todo ese odio lo fui a llevar a la calle, teniendo un rencor tan grande, se te hace fácil que te den una pistola.

Ahorita tengo veinte años y estoy cumpliendo una medida privativa de cuatro años por homicidio calificado. Sufro de insomnio y de delirios de persecución, todo a raíz de los desmadres que hice. Mi hermano es el que me está apoyando, él es mi tutor, mi mamá ya no quiso hacerse cargo de mí. No tengo contacto con gente del cártel, no me gustaría regresar. Sé que no me van a buscar, nada más buscan a los que les daban buenas ganancias y yo sacaba lo normal, porque tampoco quería mancharme tanto. He pensado en un futuro, que algún día igual tengo que crecer, voy a tener mi familia, a mis hijos y yo quizás... yo no quisiera que pasen mis hijos todo lo que yo ya pasé o que vivan como yo viví, no, sin tener la presencia de su mamá cerca...

Óscar

Crecí con mi mamá, mi papá y mis cinco hermanos en Mérida, yo era el de en medio. Tuve una infancia difícil, en mi casa siempre hubo muchos problemas, peleas, gritos, insultos y golpes, mi papá era alcohólico y mi mamá le pegaba, entonces mis hermanos lo defendían y se iban a golpes contra mi mamá, pero entonces mi papá se ponía en medio y terminaban todos contra todos. Nunca me llevé bien ni con mis papás ni con mis hermanos, me sentía solo y molesto todo el tiempo, me chocaba que me regañaran y dijeran que era bien pinche travieso.

No sé en qué trabajaba mi mamá, y de mi papá sólo sé que era herrero. Como nunca me registraron, no tenía acta de nacimiento, entonces no podía entrar a ninguna escuela, y me la pasaba todo el día en la calle; desde los diez años andaba vagando por los parques o las maquinitas. A los catorce años empecé a fumar y a tomar.

Cuando tenía quince años mi papá y yo nos fuimos para Cancún, nomás me dijo “Vámonos”, y ya. Ahí empecé a trabajar como mesero en eventos, mi papá se la pasaba tomando y quitándome el dinero que yo ganaba. Un día empezamos a discutir muy feo y él me corrió de la casa, entonces busqué a una vecina que ya me había dado hospedaje antes cuando no quería estar en mi casa o cuando no tenía trabajo, ella me preparaba comida, me trataba como su hijo, me trata como su hijo hasta ahora, siempre ha estado en las buenas y en las malas conmigo, es una súper mamá.

Tiempo después empecé a entrarle a las drogas, a la marihuana y a la piedra, la vecina se enojaba conmigo y me regañaba, pero también trataba de apoyarme y aconsejarme. Pero las malas amistades que tenía hicieron que todo se fuera para abajo, ellos me aconsejaron que me fuera también de esa casa y yo les hice caso, una noche le dije: “Voy a una fiesta”, y la señora bien linda me dijo: “ ́ta bien mijo, no llegues tarde”, pero yo ya llevaba mi mochila con mis cosas.

Dejé mi trabajo como mesero y me fui a vivir con mis amigos a una casa de seguridad donde vendían droga y armas, fue cuando empecé a buscar la forma de entrar en ese mundo, quería ser sicario. Al principio me rechazaron, decían que estaba muy chamaco, tenía quince años, pero como yo insistí mucho, me dieron chance. Mi primer trabajo fue salir en moto y matar a un güey del cártel contrario. Yo iba muy espantado, pero me atasqué de droga y todo salió bien, después de eso me aceptaron y me enseñaron a manejar las armas.

Mis actividades consistían en la supervisión, veinticuatro horas, de los vendedores de droga, de los puntos de venta, de los adversarios y de ser el caso, de matar a los objetivos, con una paga semanal de cuatro mil pesos. Como no me prohibieron drogarme, lo hacía diario, principalmente mota y piedra, también tomaba diario cerveza. Todas las drogas corrían por cuenta del cártel, entonces no gastaba en eso. A veces, por divertirnos, el jefe ordenaba salir a robar empresas grandes y repartirnos el dinero para que nos compráramos lo que quisiéramos. Mi primer robo a mano armada fue a los dieciséis, a un camión de refrescos.

Nomás duré un año en la maña, mis compañeros me pusieron un cuatro [lo engañaron] y me acusaron de un delito que no hice, me plantaron una pistola. Cuando llegaron las autoridades me intenté escapar, pero no pude y me detuvieron junto a otras diez personas.

Hoy tengo dieciocho años y estoy acusado de portación de arma de fuego, cumpliendo una medida privativa de dos años y seis meses. No he tenido contacto con el cártel, no me brindaron apoyo cuando me agarraron. Dos veces ha venido mi mamá [la señora que lo apoyó, su súper mamá] a verme, ella me acompaña en el proceso, pero ya tiene mucho que no viene porque no tiene dinero y es mucho gasto, además trabaja todo el día y tiene que cuidar a sus hijos, pero ya me dijo que en cuanto salga, ahí con ella tengo un hogar. No he vuelto a saber nada ni de mi papá, ni de mi mamá.

Cuando ingresé al centro de internamiento las autoridades se dieron cuenta de que no tengo ningún documento oficial, por eso iniciaron los trámites y hace apenas un año sacaron mi acta de nacimiento. También me metí a estudiar, ya aprendí a leer, escribir, sumar, restar y multiplicar. Lo que más disfruto es estudiar y sembrar en el huerto que hay aquí en el centro, también vi que soy bueno para la pintura, ya le hice un cuadro a mi mamá.

La verdad estoy a gusto, aquí tengo todo, allá afuera no tengo nada. Ya mero acaba mi sentencia y me siento preocupado, no sé qué voy a hacer, no tengo a nadie. De lo que sí estoy seguro es que ya no quiero regresar a la delincuencia, me gustaría trabajar como mecánico, desde que vi la película de “Rápido y Furioso” se me metió la idea. Yo lo único que le hubiera pedido a la vida es que me tocara una familia bien, contenta, que no estuviera peleando, que me cuidara.